Christiane Desroches Noblecourt.
Conservadora general honoraria de
los Museos de Francia y del departamento egipcio del Louvre, ha sido profesora
de la Escuela del Louvre, y posteriormente inspectora general de los museos
nacionales.
Condecorada con el título de Gran Oficial de la Legión de Honor, fue la
primera que recibió la medalla de oro del CNRS y la gran medalla de la UNESCO.
Es autora de grandes éxitos como Las ruinas de Nubia o Tutankhamen: vida y
muerte de un faraón.
Entrevista a Christiane Desroches Noblecourt
La egiptóloga Christiane Desroches Noblecourt combatió en la Resistencia
francesa contra los nazis, fue decisiva en la salvación de los templos
amenazados por la presa de Asuán y ha consagrado su existencia a divulgar las
vidas de los faraones Ramses y Tutankamon y la reina Hatshepsut.
Esta entrevista empieza y acaba con un obelisco. En el inicio de la larga y
fecunda carrera de la egiptologa francesa Christiane Desroches Noblecourt
(Paris, 1913), la gran dama de la disciplina, su faraona, la corajuda mujer que
militó en la Resistencia contra los nazis, fue decisiva en el salvamento de los
templos de Nubia -entre ellos el de Abu Simbel- que iban a ser anegados por la
gran presa de Asuan, se ganó el respeto del general De Gaulle y ha sido capaz de
escudriñar en los secretos más íntimos de la reina Hatshepsut (a la que ha
dedicado un libro sensacional recién publicado en España por Edhasa), hay un
obelisco. Uno de los mas bellos e impresionantes. El que se alza desde 1833 en
la plaza de la Concorde parisiense. Consagrado a Ramsés II y arrebatado de su
emplazamiento original en el templo de Luxor por una expedicion francesa, el
milenario monolito despertó la pasión por Egipto de una niña a la que nada le
parecía más maravilloso que ir con su abuelo a admirar los jeroglificos grabados
profundamente en la petrea carne de granito rosa. "Eran para mi momentos
excepcionales", rememora la nonagenaria pero enérgica egiptologa, a la que una
foto de 1921, de su clase del liceo Molière, muestra como una pequeña escolar de
aspecto deliciosamente travieso. "Egipto estaba verdaderamente presente en mi
desde entonces y me ha dado mucho durante toda mi vida. El antiguo Egipto nos
ofrece un mensaje de sabiduria y belleza".
Hoy, en esta hermosa tarde de primavera que engalana Paris la víspera de la
entrevista con madame Desroches Noblecourt, el obelisco se yergue como si
quisiera horadar el cielo y su dorado piramidión estalla bajo el sol en una
orgía de esplendor ramésida. Tal parece que la deportada aguja de piedra se
soñara, con este tiempo radiante, de nuevo en su antigua Tebas, atalayando las
procesiones sagradas de Amón y abanicada por las banderas divinas, flameantes en
los largos mástiles del templo. Cruzar hacia el alto betilo sorteando los
automóviles que circulan por la plaza resulta harto arriesgado, pero una visita
al monumento reportará un buen puñado de puntos mañana ante Desroches
Noblecourt, mujer de carácter donde las haya y presta a arrebatos de genio que
han devenido legendarios (es célebre su rifirrafe con Jacqueline y Aristoteles
Onassis en el Valle de las Reinas en1974, en el curso de una agitada excursión
por las tumbas).
Al pie de la gran estaca de piedra, dos voluptuosas turistas alemanas atacan
con ávidos lengüetazos sendos helados, componiendo una imagen perturbadora (TELA
con el autor, para decir: dos gordas alemanas devorando sus helados). Quizá no
es el mejor momento para recordar que en 1993 se le colocó un inmenso
preservativo al obelisco en el marco de una campaña antisida. En fin, el
monolito puede verse como el epicentro de la egiptologia francesa, un dedo de
piedra de 220 toneladas que lleva desde Champollion (incitador de su traslado)
hasta Desroches Noblecourt, y que ha visto pasar (vease el estupendo "Le grand
voyage de l'obelisque" de Robert Solé. Seuil, 2004) las cenizas de Napoleón, los
revolucionarios de la Comuna, los tanques de Leclerc y hasta al mismísimo Ramsés
II, a cuya momia, de visita en Paris para ser sometida a tratamiento antihongos
en 1976, se llevó a dar una vuelta a la Concorde por instigación de la propia
Desroches Noblecourt, que en el curso de ese viaje también hizo volar al faraón
-soberano prodigio- sobre las piramides de Guiza.
"Dios perfecto, señor de las Dos-Tierras, User-maat-Ra, hijo de Ra, senor de
apariciones, Ramsés-meriamón, dador de vida como Ra". El entrevistador se repite
esta inscription del obelisco como una letanía mientras, algo acongojado,
asciende en el ascensor al piso de la egiptologa en el cuco distrito 16, un
reducto tradicional de la burguesia republicana parisiense. Abre la asistenta y
hace pasar a un elegante saloncito donde espera de pie, con aire decidido, la
famosa egiptóloga. Su apariencia de entrañable abuelita apenas disimula una
personalidad tan arrolladora que parece absorber todo el espacio a su alrededor,
hasta el punto de que resulta dificil percibir los detalles de la habitación.
Sólo más tarde se disciernen un biombo; un jardin en la terraza, con la figurita
de un ibis; los retratos de su marido, André Noblecourt, y de un vicealmirante
-su hermano-, y una mesa de trabajo sembrada de libros, memorias de
excavaciones, fotografías (anotar que una es de la gruta sagrada del Valle de
las Reinas, que ella misma descubrió e investigó, granjea una mirada aprobadora
de madame Desroches Noblecourt) y algunos objetos. La estudiosa se apoya en un
bastón. "Me he hecho operar la rodilla. La artrosis, no la vejez". No obstante,
durante la conversation se levantara a buscar un libro y, llevada de su energía,
atravesará la sala sin apoyo alguno. Sentada ante su interlocutor en una butaca
tapizada de color lapislázuli, el color de los faraones, la egiptóloga adornará
su inteligencia con una inesperada coquetería y cerrará un botón más de la blusa
sobre el pecho.
**¿Le ha mordido alguna vez una cobra?
No, nunca me ha picado ninguna serpiente. He tenido suerte. La verdad es que,
pese a que la cobra Meretseger fuera la patrona de la santa cima tebana, no
puedo ni verlas. Edfu, cuando excavábamos antes de la última guerra, estaba
lleno de cobras. En 1940 tuvimos que limpiar de serpientes nuestro campamento en
Karnak porque estaba infestado. Me convertí en una experta en suero antiofídico.
A algún colega sí le picaron. Una vez me trajeron a un hombre al que le había
mordido una, enorme, y al no dar resultado las curas tradicionales le sané
dándole a beber whisky y haciéndole correr, algo que recordaba que mi
tatarabuelo había hecho con un enfermo de escorbuto en el sitio de Sebastopol.
Pasó 48 horas espantosas, pero luego me dijo: "Que Alá me perdone, pero para
volver a beber eso me haría picar otra vez".
**¿Sigue yendo por Egipto?
Ahora no, por la rodilla, pero antes..., ¡oh, la, la! Cuantas veces... Por
todos mis trabajos, mis excavaciones [el descubrimiento de la tumba, ¡intacta!,
de Sech-Sechet, la mujer del visir de Pepi I, Isi, en Edfu; el redescubrimiento
de la tumba de la reina Tuyi, la madre de Ramsés II, en el Valle de las Reinas],
y en los años sesenta, durante el salvamento de los monumentos de Nubia, no sólo
Abu Simbel, sino 24 templos y capillas. Habrá leído usted mi libro sobre ese
asunto, claro [Las ruinas de Nubia. Destine, 1997]. Ah, ¡como salvamos la Nubia,
a pesar de todo el mundo! Los norteamericanos fueron los peores. Fue terrible.
Durante años prediqué en el desierto, incluso los colegas me decían: "Pierdes el
tiempo. No son monumentos franceses". ¡Dios mío! Oí ese argumento tantas veces.
¡Qué estupidez pensar que uno no se puede ocupar de los monumentos egipcios
porque no es egipcia! Luché por algo que me pertenecía, y por el honor de la
humanidad.
**¿Se acuerda de su primera visita al pais del Nilo?
Una siempre se acuerda de su primera vez. Había acabado mi tesis; estaba en
el Louvre, donde luego pasé 48 años y fui conservadora jefa del departamento
egipcio, y en 1937 recibí una beca para ir tres meses de misión a Egipto. En esa
época, la gente no viajaba mucho. Mis padres estaban enloquecidos. ¡Ir allí
sola! ¡Una chica de mi edad! Hube de prometer a mi madre que llevaría siempre un
casco colonial. Fui en un vapor, el Champollion, en el que coincidí con el aga
Jan y el Negus, exiliado después de la conquista de Etiopía por la Italia
fascista y que viajaba hacia Jerusalén. La mujer del director del Instituto
Francés de El Cairo, donde me alojé a mi llegada, me dijo: "Ma petit, nunca
subas a otro vagón de tren que el marcado 'Harem'", que era sólo para mujeres.
Ser mujer, la primera, me reportó muchos problemas en una disciplina que era
bastante misogina.
**¿Cual es su lugar favorito de Egipto?
Abu Simbel, con los templos de Ramses II y su esposa Nefertari tallados en
la roca, porque salvarlos significó una batalla sin esperanza durante tres o
cuatro años.
**Tutankamon, al que dedicó un libro inolvidable, traducido a 22 idiomas
['Tutankamon, vida y muerte de un faraon'. Noguer, 1967], ha sido siempre
alguien muy importante para usted. Con el tiempo, ¿ha cambiado de opinión
acerca de su muerte?
¡Ah, el pequeño Tutankamon! Mire, no tengo ni idea de que le pasó. Hay muchas
teorías, como sabe. Algunos investigadores, sobre todo ingleses, han vuelto a
estudiar su momia, que había quedado muy deteriorada, quemada a causa de los
ungüentos utilizados con profusion en la momificación. Han declarado que la
muerte no fue natural, sino consecuencia de un accidente, porque han visto una
pequeña cicatriz. Considero una locura asegurarlo con tan poca evidencia. Se ha
dicho además que el accidente pudo ser provocado. Eso no tiene sentido en el
contexto histórico. Las suposiciones hechas hasta ahora no estan fundadas sobre
pruebas y, por tanto, yo me abstengo de opinar. Es la position cientifica.
**Tutankamon, Ramses II ['Ramses II: la verdadera historia'. Destino, 1998] y
ahora 'Hatshepsut, la reina misteriosa' [a la que ya le dedicó un capítulo en
el tan interesante 'La mujer en tiempos de los faraones'. Editorial Complutense,
1999]. ¿Qué le ha atraido de ella?
Reconstruir la vida de una soberana egipcia muerta hace 3.500 años y cuya
memoria fue perseguida (no por su sobrino, corregente y sucesor Tutmosis III,
como se creía, sino por los sacerdotes de Osiris, disgustados por las reformas
religiosas de la reina), era un reto muy atractivo. He descubierto a un ser
excepcional. Baste con decir que, en el curso de un programa arquitéctonico
inteligente y refinado, hizo construir ese Versalles funerario que es el templo
de Deir el Bahari; envió una aventurera y exitosa expedicion al pais de Punt (en
el delta del Gash cerca de Eritrea), la primera gran operación comercial,
científica y pacífica de que tengamos noticia; inició la tradición de entierros
reales en el Valle de los Reyes, al que los egipcios antiguos no denominaban
así, sino la Gran Pradera, y en su reinado se acuñó la palabra faraón. Fue el
personaje mas conmovedor y notable de la realeza faraónica. Su padre, el gran
guerrero Tutmosis I, la preparó desde niña para el poder, para reinar -"la
pondré en mi lugar", declaró en una , inscripción-, y seguramente por eso, para
legitimarla de cara al trono, la caso con su medio hermano Tutmosis II, un débil
mental degenerado, como prueba su rostro, un tarado que murió pronto.
**Tuvo un consejero muy intimo, Senenmut, el gran intendente, que parece que
era nubio.
Sí, estaba muy cerca de ella. Los títulos, las recompensas que obtuvo son
formidables, insólitos. ¡Una lista de 66 cargos! Un verdadero egiptólogo no
puede afirmar jamás algo de lo que no está absolutamente seguro, pero se pueden
formular hipótesis basándose en los documentos. Senenmut parece haber sido
soldado con Tutmosis I, y su inteligencia le impulsó hasta las más altas
esferas. No hay ninguna prueba de que Hatshepsut le haya dado una preferencia
íntima. Pero existe una elocuente caricatura, una inscripción erótica, que
muestra a Senenmut con la reina, coronada con el jeperesh real, en una actitud
que no se presta a confusión [de hecho, ejem, penetrándola por detrás]. Si me
pide mi opinión, le diré que estoy seguro de que vivieron juntos, de que esa
mujer formidable tuvo una aventura sentimental con su consejero. ¡Y yo la
comprendo!
**Usted sugiere que hubo un hijo de esa unión.
Hay un niño, Maiherpa, en el entorno real, un paje favorito de la reina que
ostenta tiítulos que correspondían a los hijos reales. Murió joven y se le
enterró en el Valle de los Reyes, un honor inexplicable. Uno de los tejidos que
envolvían la momia era un lino de gran calidad con el sello de Hatshepsut. La
reconstrucción mediante técnicas de los forenses policiales de la cara del
muerto ha revelado rasgos nubios. Propongo la hipótesis de que ese joven era
hijo de la reina y Senenmut.
**Parece que, además de por Senenmut, la reina sentía gran atracción por los
guepardos.
¡Yo adoro los guepardos! Desde siempre. Los he estudiado en el Jardín des
Plantes, y me parece increible que algunos egiptólogos no los identifiquen y los
confundan con otros felinos, con esas largas lágrimas negras y orejas
redondeadas. En las maravillosas escenas de la llegada de la expedición de Punt
grabadas en el templo de Hatshepsut, en Deir el Bahari, aparecen dos guepardos,
y una inscripción dice que esos animales no dejaban jamás a la reina. En mi
libro, cuando reconstruyó la extraordinaria escena de la aparición de ella ante
una muchedumbre en el santuario de Pajet, el Speos Artemidos de los griegos, la
retrato llegando en su carro a ese verdadero mitin con sus dos guepardos
corriendo al lado.
**Déjeme que le diga que usted tiene una capacidad milagrosa de materializar
escenas de la antigüedad, de infundir vida a los frios relieves e
inscripciones. La ceremonia funeraria de Tutankamon, la entrada en combate de
Ramsés II en Kadesh o el éxtasis de Hatshepsut ante la riqueza y belleza de los
productos que desembarca la expedición de Punt. ¡Casi parece uno ver a la reina
a embriagándose con los perfumes y resinas odoríferas!
¿Verdad? Mi hijo me dijo lo mismo. Es cierto -los textos lo señalan
asombrados-que se zambulló en los ungüentos como presa de un frenesí. Eso
impactó tanto a los contemporaneos que el escriba lo recogió: "Su majestad en
persona, con sus propias manos, extiende el aceite por todos sus miembros. Su
piel se ha transformado en electro, brilla como las estrellas".
**Debía de ser bella, la reina.
Un ser de rara naturaleza, de acción excepcional, de inteligencia única y
voluntad indomable. ¿Bella? Seguramente.
**Del cuerpo no queda mucho. Apenas el hígado seco.
O quizá sea el bazo. Apareció en un cofre de madera de sicómoro incrustado de
marfil con su sello. La tumba fue saqueada. Pero hemos encontrado algunos
objetos que acompañaron a Hatshepsut al otro mundo. Cuando estaba a punto de
escribir el final de mi libro fui a una inauguración en el Museo Arqueológico de
Basilea, y de repente me fijé en un objeto de piedra roja en una vitrina y era
¡una cabeza de guepardo! Le pregunté al conservador de dónde provenía la pieza y
resultó ser un peón del juego de senet, una especie de ajedrez, ¡con el nombre
de Hatshepsut! Ah, el azar...
**Parece que la reina le persiguiera.
He pasado muchos años recogiendo material sobre ella, pero nunca pensé que
fuera posible escribir su historia, dada la dificultad de reunir los documentos.
Fue después de escribir el libro sobre Ramsés II que mi editor me lanzó a ello
sin dejarme un minuto. He intentado mantenerme ceñida a los datos, a las
inscripciones, las estelas, palabra a palabra, sin dejar volar nunca la
imaginación. Porque verá, no soy una escritora ni una novelista, soy egiptóloga.
Explico al gran público interesado cosas que debería saber.
**Volviendo al salvamento de los monumentos de Nubia, tan central en su
biografía, esa empresa del traslado de los templos fue tan colosal como su
propia construcción.
Mucha gente que hoy se vanagloria de haber participado en la tarea era
partidaria entonces de dejar que fueran destruidos. Como los norteamericanos:
hicieron todo lo posible por detenerme; me tacharon de loca y de liante, de
arrastrar irresponsablemente a la Unesco. Foster Dulles, que espero que esté
muerto, y el embajador de EE UU, el señor Reinhardt, dijeron que yo tenía una
imaginación pervertida. Y esos días, la CIA hacía desaparecer gente, así que
eran tiempos peligrosos para quien les llevaba la contraria. No sabe cómo
trataron a los egipcios esos cowboys: amenazaron al presidente Nasser, que se
negó a venderse a los americanos, con que no tendría dinero de la banca
internacional para la presa si no aplicaba la política que le dictaban. La
política que han intentado aplicar en Irak. ¿Ha visto el resultado? ¿Cómo ha
podido España ir allá?
**Bueno, nos hemos marchado.
Ah, ¿por qué fueron?
**El Gobierno...
Sí, ese señor al que se le llama fascista. No imagino a los españoles
haciendo eso; ustedes, los más próximos a los árabes. Cuando vi que... ¿cómo se
llama esa especie de...?
**¿Aznar?
Aznar. Cuando vi que forzaba a España a adherirse me dije: no es posible, no
es posible. España es un país de señores. Ustedes tienen un sentido del honor,
incluso alguna vez exagerado. Me dije: no, no, ha sido Aznar. Los polacos, sí,
ellos sí son capaces. Es más su estilo.
**La verdad es que han hecho una restauración muy discutible del templo de la
reina Hatshepsut en Deir el Bahari.
¡Completamente! ¿La ha visto? ¡Han hecho un plató de cine! No han entendido
nada del lugar ni del monumento.
**Seth era el dios egipcio del caos, la violencia, la furia y la venganza, y
se le tuvo por personification del mal. ¿No cree que hubo cierto espiritu
'sethiano' en el 11-S, dirigido precisamente por un egipcio, Mohamed Atta?
En todas partes hay demonios, gente nociva. Es un asunto mucho mas
complicado.
**Ahora está de moda considerar a Akenaton, el faraon hereje, un malvado
dictador a la altura de Hitler o Stalin.
Los egiptólogos han fabricado en buena medida a Amenofis IV Akenaton, pero no
lo han comprendido. Hablan de herejía o cisma, pero no es eso. Lo que trató fue
de hacer evolucionar la religion egipcia, simplificándola. En lugar de hablar de
dioses en plural, Akenaton comprende que todos esos seres maravillosos con
cabeza de animal son manifestaciones de un único dios. No vale la pena decir
que existen Horus, Ptah, Sejmet..., todos son proyecciones del mismo creador;
están en el sol, la fuerza vital, atómica si quiere. No fue una revolución, fue
una evolución. Akenaton se encerró en su reducto de Tell Amarna con la gente que
creía que entendería su mensaje, sus discípulos. Es un primer ensayo de un
pequeño Jesús. Fue ciertamente un iluminado y actuó muy deprisa. Creo que al
final se trastornó. La experiencia acabó mal. Ese no es motivo para decir que no
estuviera en lo correcto. No hay 36 dioses, y si Dios existe no es nuestro amigo
al que le damos la mano cada dia: ese es el mensaje de Akenaton. Y tiene
razon.
**¿Y Ramsés? ¿Como se le ocurrió llevarlo a volar sobre las pirámides?
Ramsés II fue el hombre de los milagros, hizo cosas asombrosas. Así que
cuando el 26 de septiembre de 1976 su momia dejó el Museo de El Cairo para
viajar a Paris, donde se la sanaría de sus problemas de hongos, me pareció
oportuno pedirle al piloto que dieramos una pasada sobre las pirámides de
Guiza: 3.190 años tras su muerte, el gran faraon sobrevoló esos grandes
monumentos. Me pareció un hermoso símbolo.
**¿Quedan muchas cosas extraordinarias por descubrir en Egipto?
Oh, sí. Aunque no podemos esperar descubrir tumbas reales todos los dias. No
olvide que Carter es el único que encontró una tumba de faraon intacta, y fue
por azar. Hay grandes egiptólogos que se han pasado la vida buscando y no han
encontrado nada. Los verdaderos descubrimientos están en la investigación
científica. Hay que conocer el terreno; hacer excavaciones metódicas,
profesionales. Yo he encontrado objetos de la vida cotidiana de los campesinos
faraónicos en las reservas de los museos que ofrecían información inestimable,
pero ¿que se expone?: desgraciadamente, sólo las grandes obras.
**¿Qué se siente al penetrar en una tumba intacta, como la de
Sech-Sechet?
Una emoción que no se olvida nunca. Puedes ver la huella de la última persona
que pisó el lugar, en ese caso hacía más de 4.000 años.
**Hábleme de De Gaulle.
El ministro de Cultura egipcio, Saroite Okacha, un amigo muy querido y un
hombre remarcable, me dijo que tenía que ir a ver al general para lograr el
compromiso de Francia para el salvamento de los templos. Cuando acudí a él para
recabar dinero a fin de rescatar el templo de Amada, el general me riñó de
entrada por haber actuado en el asunto de manera tan independiente. Pero le
contesté que no había hecho más que inspirarme en su ejemplo, y mi audacia le
hizo sonreir. "Tranquilícese, la suma necesaria ya esta dispuesta", me dijo.
**Cuando en 1967 se inauguró la exposición con los tesoros de Tutankamon en
Paris -la primera vez que salían de Egipto-, usted, que fue la artifice, le hizo
de cicerone a De Gaulle. Toda una experiencia.
Ah, estaba muy interesado en la religión egipcia; en todo lo concerniente a
la civilization faraonica, pero sobre todo en ese aspecto. Tres meses después
de la visita aun hacía comentarios a su gabinete sobre el tema. Cuando vio la
estatua negra de tamaño natural de Tutankamon, el general dijo: "Es el hombre
invisible". Siempre tenía una reflexión pertinente. Con la máscara de oro
sostuvo un verdadero diálogo real. Le impresionó la copa translucida de
alabastro en forma de caliz de loto. Le dije que representaba el renacimiento
del sol. "Vaya más lejos, cuénteme", solicitó. Le expliqué el culto del fondo
del templo, el más secreto. Los egipcios utilizaban imágenes materiales para
explicar cosas que no lo son. Explicaban lo espiritual por lo material,
empleaban lo concreto para hacer una demostración abstracta. No eran
materialistas. El suyo es un simbolismo que no es estrafalario. El cristianismo
debe mucho a los antiguos egipcios, más que a la tradición hebrea. En aquella
visita le señalé al general la dimensión solar de la eucaristía. "Es cierto,
tiene usted razón", aceptó. El general... un hombre notable, aunque no con los
imbéciles, a los que no podía soportar. Nunca le llamo presidente, porque él,
¿sabe?, me condecoró en la Liberación. Es mi general, y yo, al cabo, fui su
soldado, sin uniforme, y eso me hubiera costado la vida, el fusilamiento. Pero
claro, uno no podía llevar uniforme en los años cuarenta en el Paris
ocupado.
**Corrió peligros entonces. Formó parte de una célula de la Resistencia. Es
sabido que en una cripta del Louvre escondieron ustedes a un paracaidista
inglés. Quizá así empezá la leyenda del fantasma Belfegor.
Me detuvieron a punta de pistola dos agentes de la Gestapo. Me interrogaron y
me encarcelaron. Fue muy duro. Me dejaron libre unos días después por falta de
pruebas. Tuve mucha suerte.
**¿Conoció a Jean Moulin?
Le vi alguna vez, pero no puedo decir que le conociera.
**En cambio, llego a conocer bien a Malraux.
Yo le inicié en el secreto de los templos egipcios. Era un apasionado de la
filosofía religiosa egipcia y de los símbolos. Era un simbolista de corazón.
**Aquella visita al Museo de El Cairo...
Sí, fue muy divertido. Lo perdimos. Imagínese, el ministro mas importante de
De Gaulle. Los egipcios le habían invitado tras aquella fulgurante llamada
internacional que pronunció para el salvamento de los templos de Nubia. Todo el
museo estaba a su disposición y el no aparecía. Le buscamos y le hallamos por
fin sentado en una pequeña sala frente a una pintura, un retrato de El Fayum.
Nos dijo que siempre recordaba la mirada de la mujer retratada, que le
obsesionaba, y eso fue todo lo que vio. Así era Malraux. Cuando estuvimos en el
Valle de las Reinas, él sólo estaba interesado en ciertas cosas. Le propuse
recorrer el camino de la montaña hacia el Valle de los Reyes, que esta sembrado
de extraordinarios grafitos de los primeros anacoretas cristianos. Y él se
entusiasmo con la idea. Su jefe de gabinete, también viejo miembro del maquis,
me pidió que le disuadiera. "El ministro tiene una pierna que no le funciona.
Sera un desastre". Es verdad que aquellos lugares son peligrosos. Le comenté
entonces a Malraux que estaba fatigada, pero él me contesto: "¡Usted sube!". Iba
tan rápido que no podía seguirle, pero al llegar a la cima ya no podía caminar.
Una herida de guerra, me dijo, "de cuando, tras el desembarco, trataba de
reunirme con el ejército de Patton". Le cogieron entre dos policías egipcios
enormes y le bajaron, mientras los ministros egipcios me abroncaban por haberle
puesto en ridículo. Pero él me dijo: "Gracias, madame, por un viaje que no
olvidaré jamás".
**Aquello en la estantería, ¿no es una réplica de la cúspide del obelisco de
la Concorde?
Sí, el piramidión, cójalo, cójalo. Lograr que se lo pusieran fue toda una
batalla. Le escribí a Chirac. El mismo Champollion quería ya en su tiempo que le
colocaran una copia del que debió tener originalmente. Lo conseguimos en 1998.
Esta mucho mejor ahora.
**¿Qué le ha dado Egipto?
Ah, mucho. Egipto nos ha dejado en herencia la sabiduría antigua; ellos, los
egipcios, dieron la sabiduria al mundo. La Biblia lo reconoce. Su mensaje es de
sabiduría y tolerancia; no olvide el gran papel, insólito en la antigüedad, de
la mujer en el mundo egipcio. La naturaleza hablaba a los egipcios; todo era una
cosa de Dios, una flor que brotaba, una montaña. No era superstición, era algo
físico. Eso te enseña a abrir los ojos ante ciertas cosas que antes veía sin
mirarlas, sin entenderlas. Encuentro el antiguo Egipto también en el nuevo. No
en el fundamentalista, sino en los viejos campesinos, que no han cambiado en
miles de años. Ellos ofrecen una lección de humanidad, de serenidad y paciencia,
algo muy útil para mí, que soy muy temperamental, como sabe. También he
encontrado en el Egipto islámico grandes inteligencias, he tenido conversaciones
muy interesantes que me han abierto el espíritu a ciertas cosas; no para
adherirme, pero...
**¿Volverá a Egipto?
Sí, sí, en cuanto pueda. Tengo allí muchas excavaciones, equipos, muchas
cosas que atender.
Madame Desroches Noblecourt, que ya se ha impacientado con el fotografo
-"¡deje de retratar a la vieja dama!"-, se incorpora como debía hacerlo
Hatshepsut al dar por terminada una audiencia. Cabe imaginar el efecto que
produciría la estudiosa de disponer además de dos guepardos a los que les
hubieran retrasado -como a ella- la hora del almuerzo. Preguntarle si tiene
alguna antigüedad notable para fotografiarla en sus manos ha sido un 'faux
pas'. A la mujer que abroncó en una ocasion al famoso Ludwig Borchardt,
echándole en cara haberse llevado a Berlin el busto de Nefertiti, no podía
sentarle muy bien la cuestion: "¡No, no, no! Nunca he cogido un objeto de
categoria, durante toda mi carrera. ¡Yo soy una arqueóloga, señor!".
Restablecida la paz, y no sin antes echar pestes contra Christian Jacq -su
bestia negra, al que considera un saqueador de ideas ajenas y un aficionado sin
talento-, acompaña a los visitantes hasta la puerta y los despide con
cordialidad tras dar recuerdos para el "tímido y gentil" egiptólogo catalán
Josep Padró, que fue su alumno, y preguntar por "la futura reina" doña Leticia
-"¡está contenta la reina Sofía?"-. La memoria retiene una última imagen de la
egiptóloga antes de que se cierre la puerta, erguida, muy recta, como si con esa
actitud conjurase el peso de su edad y la nostalgia que el recuerdo del país del
Nilo ha dejado a su alrededor como el limo de una inundación. Y uno, embargado
de una súbita emoción, no puede dejar de pensar al verla en el noble y firme
obelisco de la Concorde y en los versos que le hizo declamar Theophile Gautier a
ese altivo y majestuoso gigante de piedra exiliado: " Je te pleure, ô ma vieille
Egypt, / avec des larmes de granit" ("Yo te lloro, oh mi viejo Egipto, / con
lagrimas de granito").
Jacinto Antón para El País, 11 de julio de 2004
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