miércoles, 25 de septiembre de 2013

viernes, 13 de septiembre de 2013

La historia de Egipto según Heródoto II

Sigamos con la narración de Hérodoro (Euterpe:103):”En esta forma recorrió el continente, hasta que pasó de Asia a Europa, y sometió a los escitas y a los tracios: me parece que ése es el punto más alejado al que llegó el ejército egipcio, pues en su país aparecen erigidas las columnas, y más allá ya no. Desde este término, dando la vuelta, emprendió el regreso; y cuando estuvo cerca del río Fasis, no puedo decir con certeza si entonces el mismo rey separó alguna gente de su ejército, y la dejó como colonos de la región, o si algunos de sus soldados, pesarosos de tanto viaje, se quedaron de suyo en los alrededores del río Fasis.”
Seguimos con lo que nos cuenta Heródoto en el apartado siguiente de su Euterpe, en este apartado nos habla sobre todo de los colcos:“Porque evidentemente los colcos parecen ser egipcios. Esto que digo, lo pensé yo antes de oírselo a nadie. Cuando me puse a meditar en ello, interrogué a unos y otros; y los calcos se acordaban de los egipcios más que los egipcios de los calcos, si bien decían los egipcios que, en su opinión, los colcos eran parte del ejército de Sesostris. Yo lo había presumido por este motivo: porque son negros y de pelo crespo (pero esto no lleva a nada, puesto que hay otros pueblos así), y mucho más porque son los únicos entre todos los hombres que se circuncidan desde sus orígenes, colcos, egipcios y etíopes. Los fenicios y los asirios de Palestina, confiesan ellos mismos haberlo aprendido de los egipcios. Los sirios comarcanos del río Termodonte y del Partenio, y los macrones, sus vecinos, afirman haberlo aprendido recientemente de los calcos. Éstos son los únicos hombres que se circuncidan, y es evidente que lo hacen del mismo modo que los egipcios. Entre los egipcios mismos y los etíopes no puedo decir cuál de los dos pueblos aprendió esta costumbre del otro, pues evidentemente es muy antigua. Pero tengo una gran prueba de que la aprendieron al tratarse con los egipcios, ya que todos los fenicios que tratan con los griegos, no imitan más a los egipcios en la circuncisión, y no circuncidan a los hijos que les nacen”.

sigamos leyendo lo que Heródoto nos cuenta, esta vez en el apartado 105 : “Ea, pues, diré de los colcos, otro punto en que se asemejan a los egipcios; ellos y los egipcios son los únicos que trabajan el lino del mismo modo. Entre los griegos el lino cólquico se llama sardónico, y egipcio, el que llega de Egipto.”
 
Continuamos con el relato de Heródoto, esta ves es el apartado 106 de su Euterpe, en el que nos habla de las columnas de Sesostris y los grabados esculpidos: “En cuanto a las columnas que levantaba Sesostris, rey de Egipto, en diversas regiones, las más ya no parecen; pero yo mismo vi las que existen en la Siria Palestina, con la inscripción de que he hablado y los miembros de una mujer. Hay también en Jonia dos figuras de ese hombre esculpidas en la roca; una en el camino que va del territorio de efeso a Focea; otra en el que va de Sardes a Esmirna. En ambas partes está esculpido un hombre alto de cinco palmos, con lanza en la mano derecha, y arco en la izquierda; y por el estilo la restante armadura, ya que es parte egipcia y parte etiópica. Desde un hombro a otro corren esculpidos por el pecho caracteres egipcios sagrados que dicen: Esta región la gané con mis hombros. No indica allí quién sea ni de dónde venga, pero en otras partes lo ha indicado. Algunos de los que vieron tales figuras conjeturan que es la imagen de Memnón, mas están muy lejos de la verdad.””
Sigamos con la narración de Heródoto (Euterpe 107) :”Mientras que el egipcio Sesostris regresaba trayendo muchos hombres de los pueblos cuyos territorios había sometido, al llegar de vuelta a Dafnas de Pelusio -contaban los sacerdotes- el hermano a quien Sesostris había confiado el Egipto, le invitó a él y con él a sus hijos a un convite. Amontonó leña alrededor de la casa, y luego de amontonarla, la prendió. Cuando Sesostris lo advirtió, consultó inmediatamente con su mujer, pues también llevaba a su mujer en su compañía. Y ella le aconsejó que de los seis hijos que tenían tendiera dos sobre la hoguera para formar un puente sobre las llamas, y salvarse ellos andando por sobre los muertos. Así hizo Sesostris; dos de sus hijos murieron quemados de esa manera, los restantes se salvaron junto con su padre”.
 Sigamos con la narración de Heródoto, apartado 108 de su libro, donde nos habla de Sesostris y de los canales “Una vez vuelto Sesostris a Egipto y vengado de su hermano, se sirvió de la muchedumbre que traía consigo, de los territorios que había sometido, para este fin, ellos fueron los que arrastraron las enormes piedras llevadas en su reinado al templo de Hefesto, y ellos cavaron a la fuerza todos los canales que ahora existen en Egipto, y sin proponérselo hicieron que Egipto, antes recorrido por carros y caballos, dejase de serlo; en efecto: desde aquella sazón, Egipto es todo llanura, no puede ser recorrida por carros y caballos; causa de esto son los canales, muchos en número y orientados en todas direcciones. El rey cortó el terreno por este motivo: cuantos egipcios tenían sus ciudades no sobre el río, sino tierra adentro, ésos, cuando el río se retiraba, faltos de agua, utilizaban el líquido bastante salobre de los pozos. Por ese motivo, pues, se abrieron canales en Egipto”.
 
En el apartado 109, Heródoto nos dice los siguiente: “Ese rey, decían los sacerdotes, distribuyó la tierra a todos los egipcios, dando a cada uno un lote igual, en forma de cuadrado. Partiendo de esta distribución, estableció las rentas, ordenando que se pagara un tributo anual. Si el río se llevaba parte del lote de alguien, debía éste acudir al rey, e indicarle lo que había pasado; el rey enviaba gentes para examinar y medir en cuánto había desminuido el terreno, para que en adelante pagase a proporción el tributo fijado. Me parece que, inventada de aquí la geometría, pasó después a Grecia. Pues en verdad el reloj de sol, el gnomon y las doce partes del día lo aprendieron los griegos de los babilonios”.
 En el apartado ciento diez de su Euterpe, Heródoto nos sigue hablando de Sesostris :“Éste fue el único rey egipcio que ejerció dominio sobre la Etiopía. Dejó como monumentos delante del templo de Hefesto unas estatuas de piedra, dos de las cuales, la suya y la de su esposa, de treinta codos, y las de sus hijos, que son cuatro, de veinte codos cada una. Mucho tiempo después, el sacerdote de Hefesto no permitió que el persa Darío colocase su estatua delante de éstas, diciéndole que no había realizado proezas tales como Sesostris; pues Sesostris, no habiendo sometido menos pueblos que Darío, sometió también a los escitas, y Darío no había podido vencer a los escitas; y no era justo que colocase su estatua delante de las ofrendas de aquél si no le había sobrepasado en hazañas. Cuentan que Darío perdonó estas palabras”.
 En el apartado ciento once de su Euterpe, Heródoto nos cuenta como después de la muerte de Sesostris le hereda su hijo Feros, de la ceguera de este y de la quema de las mujeres que habiendo donado su origa para curar su ceguera, no eran mujeres fieles: “Muerto Sesostris, decían, heredó el reino su hijo Feros. Éste no emprendió ninguna campaña y tuvo la desgracia de volverse ciego por esta causa: bajaba el río en una de las mayores avenidas, llegando entonces a dieciocho codos, había anegado los cultivos y, azotado por el viento, levantaba oleaje. Dicen que ese rey, presa de orgullosa temeridad, tomó su lanza y la arrojó en medio de los remolinos del río. En seguida enfermó de los ojos y perdió la vista. Diez años vivió ciego, y al undécimo le llegó un oráculo de la ciudad de Buto que le anunciaba el término de su castigo, y que recobraría la vista si se lavaba los ojos con la orina de una mujer que hubiese conocido únicamente a su marido, sin comercio con ningún otro hombre. Probó primero la de su propia mujer; pero como no recobraba la vista, siguió haciendo prueba en la de muchas. Cuando recobró la vista, condujo todas las mujeres que había puesto a prueba, excepto aquella con cuya orina había sanado, a cierta ciudad que se llama al presente Tierra Roja, y allí las quemó a todas, junto con la ciudad. A aquella con cuya orina había recobrado la vista, la tuvo por mujer. Cuando curó de su enfermedad, entre otras ofrendas que consagró en todos los santuarios, merecen particular mención los monumentos dignos de verse que consagró en el templo del Sol: son dos obeliscos de piedra, cada cual de una sola pieza, de cien codos de alto y ocho de ancho”.
 En el apartado 112, Heródoto nos cuenta como Proteo hereda el reino y nos habla también de Afrodita y su templo :“Decían que después de éste, heredó el reino un ciudadano de Menfis, cuyo nombre en lengua griega es Proteo; su recinto sagrado está ahora en Menfis, muy bello y bien adornado, sito al Sur del templo de Hefesto. Alrededor de este recinto viven los fenicios de Tiro, y se llama todo aquel lugar Campo de los Tirios. Dentro del recinto sagrado de Proteo hallase un santuario que se llama Afrodita forastera. Conjeturo que ese santuario es de Helena, hija de Tíndaro, no sólo porque he oído el relato de cómo Helena moró en el palacio de Proteo, sino también porque lleva la advocación de Afrodita, y ninguno de los demás santuarios de Afrodita lleva la advocación de forastera”.
 Cuando yo interrogaba a los sacerdotes acerca de Helena, me contaron que había sucedido con ella del siguiente modo: Alejandro, luego que hubo robado a Helena de Esparta, se embarcó de vuelta a su patria; al encontrarse en el Egeo, unos vientos contrarios lo arrojaron al mar de Egipto, y desde allí, pues no paraban los vientos, arribó a Egipto, a la boca del Nilo que ahora se llama Canópica y a Tariqueas. Había en la playa, y lo hay todavía, un santuario de Heracles; al esclavo que en él se refugia, de cualquier dueño sea, si se entrega al dios y recibe los estigmas sagrados, no es lícito tocarle. Esta ley, desde el principio hasta mis tiempos, se ha mantenido idéntica. Informados, pues, de la ley del santuario, los criados de Alejandro se apartaron de él y, sentados como suplicantes del dios, acusaron a Alejandro, con ánimo de dañarle refiriendo toda la historia de Helena, y del agravio infringido a Menelao; así le acusaban en presencia de los sacerdotes y del guardián de esa boca del río, cuyo nombre era Tonis.
Apartado 114 , habla del mensaje a Proteo y su respuesta:
“Al oírles, Tonis envió a toda prisa un mensaje para Proteo, que decía así: Acaba de llegar un extranjero de linaje teucro, que ha cometido en Grecia un crimen impío; ha seducido la esposa de su mismo huésped, y se lleva a esta mujer e inmensos tesoros; los vientos le arrojaron a tu tierra. ¿Le dejamos que se haga a la mar impunemente, o le quitaremos lo que traía consigo? Proteo envió un correo con la siguiente respuesta: A ese hombre, sea quien fuere, que ha cometido un crimen impío contra su mismo huésped, prendedle y llevadle a mi presencia para que sepa yo qué razones podrá dar

En el apartado ciento quince Heródoto continua con el relato: “Al oír esta orden, Tonis prendió a Alejandro y retuvo sus naves; luego le condujo a Menfis con Helena, sus tesoros, y además con los suplicantes. Trasladados todos, Proteo preguntó a Alejandro quién era y de dónde navegaba: Alejandro le expuso su linaje: le dijo el nombre de su patria, y le refirió su viaje y el puerto de donde procedía. Luego preguntó Proteo de dónde había tomado a Helena: como Alejandro se enredaba en su explicación y no decía la verdad, los suplicantes de Heracles le desmintieron y dieron cuenta puntual del agravio. Al fin, Proteo pronunció esta sentencia: Si no pusiese mucho empeño en no matar a ningún extranjero de cuantos, arrojados por los vientos, han venido a mis dominios, yo vengaría al griego en ti, ¡OH el más vil de todos los hombres! que, recibido como huésped, cometiste el más impío crimen. Te llegaste a la esposa de tu propio huésped: y no contento con esto le diste alas y te la llevas robada. Y ni aún esto te bastó, y te vienes después de haber saqueado la casa de tu huésped. Ahora bien: ya que pongo mucho empeño en no matar extranjeros, no te mataré; pero no te permitiré que te lleves a esa mujer con los tesoros, sino que guardaré una y otros para tu huésped griego, hasta que él mismo quiera venir a llevárselos. A ti Y a tus compañeros os ordeno salir de mis dominios dentro de tres días; si no, seréis tratados como enemigos
 En el siguiente apartado Heródoto ahabla de helena y cita versos de la Odisea y Aristía: “Así, decían los sacerdotes, fue la llegada de Helena al palacio de Proteo. Y me parece que Homero tuvo noticia de esta historia; pero como no era tan apta para la epopeya como aquella de que se sirvió, la dejó a un lado, aunque manifestando que también la conocía. Está claro por lo que compuso en la Illiada (y en ninguna otra parte se desdijo) acerca de la peregrinación de Alejandro, el cual, cuando se llevaba a Helena, perdió el rumbo, aportó en sus rodeos a diferentes países y entre ellos a Sidón, ciudad de Fenicia. De ellos hace memoria Homero en la Aristia de Diomedes; sus versos dicen así:
Allí los peplos bordados, obra de esclavas sidonias
que de Sidón trajo Paris, semejante a un dios del cielo
cuando cruzó el ancho mar en viaje funesto y trajo
a la divina Ilion, a Helena, de ilustre padre.
Y también hace memoria en la Odisea en los siguientes versos:
Tan sabias drogas tenia, Helena, hija de Zeus,
regalo de Polidamna la egipcia, esposa de Ton,
que el fértil suelo de Egipto engendra copia de drogas
muy variadas, saludables muchas y muchas letales.
Y Menelao dice a Telémaco estos otros:
Por más que ansiaba volver, me retuvieron los dioses
en Egipto, por no hacerles acabado sacrificio.
En estos versos Homero demuestra que conocía la peregrinación de Alejandro al Egipto, pues Siria confina con el Egipto, y los fenicios, a quienes pertenece Sidón, viven en Siria.”
 Seguimos en el apartado ciento diecisiete con las menciones de Heródoto a los versos:” Conforme a estos versos se demuestra también -y no incierta, sino seguramente- que los Cantares ciprios no son de Homero, sino de algún otro poeta; pues en los Cantares ciprios se dice que Alejandro, cuando trajo a Helena, llegó en tres días de Esparta a Ilion, con viento propicio y mar serena, y en la Iliada dice que perdió su rumbo al traerla.”
 
 Seguimos con lo que nos cuenta Heródoto en su apartado ciento dieciocho, nos habla, siguiendo la historia de Helena y Alejandro: “Pero queden enhorabuena Homero y los Cantares ciprios. Cuando pregunté a los sacerdotes sobre si era o no fábula necia lo que cuentan los griegos acerca de la guerra de Troya, me contestaron con la siguiente narración, que decían haber averiguado del mismo Menelao. Después del rapto de Helena, llegó a la tierra de los teucros un gran ejército griego en socorro de Menelao. Luego de desembarcar y acampar, enviaron a Ilion embajadores y fue con ellos el mismo Menelao; entrado que hubieron en la plaza, reclamaron a Helena y los tesoros que había hurtado Alejandro, y exigieron satisfacción de la injuria. Pero los troyanos, entonces y después, con juramento o sin él dijeron lo mismo: que no tenían a Helena ni los tesoros demandados; que todo eso se hallaba en Egipto, y que no era justo dar ellos satisfacci6n de lo que retenía el rey egipcio. Los griegos, pensando que los troyanos se mofaban, sitiaron la ciudad hasta tomarla; mas después de tomada, como no parecía Helena, y oían siempre la misma explicación, se convencieron al fin y enviaron a Menelao para que se presentase ante Proteo”.
 En el apartado ciento diecinueve, Heródoto nos cuenta mas sobre Menelao, y sobre el crimen de los dos niños a los que despedazó en el sacrificio:”Llegó Menelao al Egipto, remontó el río hasta Menfis, y cuando contó la verdad de las cosas, no sólo obtuvo grandes regalos de hospitalidad, sino también recibió intacta a Helena, y además todos sus tesoros. A pesar de tales beneficios, Menelao se condujo inicuamente con los egipcios, pues deseando hacerse a la vela, como le retenían vientos contrarios y esta situación duraba mucho tiempo, maquinó un crimen impío: tomó dos niños de unas gentes del país, y los despedazó en sacrificio. Después, cuando se divulgó el crimen, abominado y perseguido, huyó con sus naves hacia Libia. Qué rumbo siguiese después desde allí, no pudieron decirme los egipcios; y declaraban que sabían lo referido, parte por sus averiguaciones y parte lo conocían con certeza, por haber acontecido en su país.
 Seguimos con las narraciones de Heródoto, y en el apartado ciento veinte nos indica que da crédito a la historia de Helena y explica la razón: “Así decían los sacerdotes egipcios. A la verdad, yo también doy crédito a la historia de Helena, tomando en cuenta lo siguiente: si Helena hubiera estado en Troya, hubiera sido devuelta a los griegos, quisiese o no quisiese Alejandro. Porque ni Príamo hubiera sido tan insensato ni sus demás deudos, como para poner en riesgo sus vidas, las de sus hijos y la de la ciudad para que Alejandro gozara de Helena. Aun cuando en los primeros tiempos decidieran no restituirla, después de perecer muchos troyanos en cada encuentro con los griegos y de que no hubiese batalla en que no muriesen dos o tres o aun más hijos del mismo Príamo (si se ha de hablar dando crédito a los poetas épicos), con tales desgracias sospecho que aunque el mismo Príamo gozase de Helena, la hubiese devuelto a los aqueos, si con eso iba a librarse de los males que le rodeaban. Ni tampoco había de tocar a Alejandro el reino, de suerte que, siendo Príamo viejo, los asuntos estaban en sus manos; antes bien Héctor, que era mayor y más hombre que aquél, había de heredar a la muerte de Príamo, y no le convenía permitir la indignidad de su hermano, y eso cuando por su causa le sucedían grandes desgracias a él en particular y a todos los demás troyanos. Es que no tenían cómo devolver a Helena, y aunque decían la verdad, no les daban crédito los griegos; la divinidad, para decir lo que siento, disponía que pereciesen con total ruina para hacer manifiesto a los hombres que por los grandes crímenes infligen los dioses grandes castigos. Lo que he dicho es mi opinión personal”
 En el apartado siguiente, el ciento veintiuno ;Heródoto nos habla del heredero del reino y los monumentos que construyó, tambien del aposento que hizo construir y llenó de riquezas: “ Heredó el reino de Proteo, decían los sacerdotes, Rampsinito, quien dejó como monumentos los pórticos del templo de Hefesto orientados a Occidente; y frente a estos pórticos levantó dos estatuas, de veinticinco codos de altura, de las cuales a la que mira al Norte, llaman los egipcios el Verano y a la que mira al Mediodía, el Invierno; a la que llaman Verano, reverencian y adoran y hacen lo contrario con la que llaman Invierno. Cuentan que este rey poseyó tanta riqueza en plata que ninguno de los reyes que le sucedieron llegó a sobrepasarle, ni siquiera a acercársele. Queriendo guardar en seguro sus tesoros, mandó labrar un aposento de piedra, una de cuyas paredes daba a la fachada del palacio. El constructor, con aviesa intención, discurrió lo que sigue: aparejó una de las piedras de modo que pudieran retirarla fácilmente del muro dos hombres o uno solo. Acabado el aposento, el rey guardó en él sus riquezas. Andando el tiempo, y hallándose el arquitecto al fin de sus días, llamó a sus hijos (pues tenía dos) y les refirió cómo había mirado por ellos, y cómo al construir el tesoro del rey había discurrido para que pudieran vivir en opulencia; y después de explicarles claramente lo relativo al modo de sacar la piedra, les dio sus medidas, y les dijo que si seguían su aviso serían ellos los tesoreros del rey. Cuando murió, sus hijos no tardaron mucho en poner manos a la obra. Fueron al palacio de noche, hallaron en el edificio la piedra, la retiraron fácilmente y se llevaron gran cantidad de dinero. Al abrir el rey el aposento, se asombró de ver que faltaba dinero en las tinajas y no tenía a quien culpar, pues estaban enteros los sellos y cerrado el aposento. Como al abrir por segunda y tercera vez el aposento siempre veía mermar el tesoro, porque los ladrones no cesaban de saquear le hizo lo siguiente: mandó hacer unos lazos y armarlos alrededor de las tinajas donde estaba el dinero. Los ladrones volvieron como antes, y así que entró uno y se acercó a una tinaja, quedó al punto cogido en el lazo. Cuando advirtió en qué difícil trance estaba, llamó en seguida a su hermano, le mostró su situación y le pidió que entrase al instante y que le cortase la cabeza, no fuese que, al ser visto y reconocido, hiciese perecer también a aquél. Al otro le pareció que decía bien, le obedeció y así lo hizo; y después de ajustar la piedra, se fue a su casa llevándose la cabeza de su hermano. Apenas rayó el día, el rey entró en el aposento y quedó pasmado al ver que en el lazo estaba el cuerpo descabezado del ladrón, el edificio intacto, sin entrada ni salida alguna. Lleno de confusión hizo esto: mandó colgar del muro el cadáver del ladrón y poner centinelas con orden de prender y presentarle aquel a quien vieran llorar o mostrar compasión. La madre del ladrón llevó muy a mal que el cadáver pendiese, y dirigiéndose al hijo que le quedaba, le mandó que se ingeniase de cualquier modo para desatar el cuerpo de su hermano y traerlo; y si no se preocupaba en hacerlo, le amenazó con presentarse ella misma al rey y denunciar que él tenía el dinero. El hijo, vivamente apenado por su madre, y no pudiendo convencerla por mucho que dijese, trazó lo que sigue: aparejó unos borricos, llenó odres de vino, los cargó sobre ellos y los fue arreando. Cuando estuvo cerca de los que guardaban el cadáver colgado, él mismo tiró las bocas de dos o tres odres, deshaciendo las ataduras; y al correr el vino empezó a golpearse la cabeza y a dar grandes voces como no sabiendo a qué borrico acudir primero. A la vista de tanto vino, los guardas del muerto corrieron al camino con sus vasijas teniendo a ganancia recoger el vino que se derramaba. Al principio fingió enojo y les llenó de improperios; pero como los guardas le consolaban, poco a poco simuló calmarse y dejar el enojo, y al fin sacó los borricos del camino y ajustó sus pellejos. Entraron en pláticas y uno de los guardas chanceándose con él le hizo reír y el arriero les regaló uno de sus odres. Ellos se tendieron allí mismo, tal como estaban no pensando más que en beber y le convidaron para que les hiciese compañía y se quedase a beber con ellos. Él se quedó sin hacerse de rogar, y como mientras bebían le agasajaban muy cordialmente, les regaló otro de los odres. Bebiendo a discreción, los guardas quedaron completamente borrachos y vencidos del sueño, y se durmieron en el mismo lugar en que habían bebido. Entrada ya la noche, el ladrón desató el cuerpo de su hermano, y por mofa, rapó a todos los guardias la mejilla derecha, colocó el cadáver sobre los borricos y se marchó a su casa, cumplidas ya las órdenes de su madre.
Al dársele parte al rey de que había sido robado el cadáver del ladrón, lo tomó muy a mal; pero deseando encontrar a toda costa quién era el que tales trazas imaginaba, hizo lo que sigue, cosa para mí increíble: puso a su propia hija en el lupanar, encargándole que acogiese igualmente a todos, pero que antes de unirse con ellos les obligara a contarle la acción más sutil y más criminal que hubiesen cometido en su vida; y que si alguno le refería lo que había pasado con el ladrón, le prendiese y no le dejase salir. La hija puso por obra las órdenes de su padre y, entendiendo el ladrón la mira con que ello se hacía, quiso sobrepasar al rey en astucia e imaginó esto: cortó el brazo, desde el hombro, a un hombre recién muerto, y se fue llevándoselo bajo el manto; cuando visitó a la hija del rey y ésta hizo la misma pregunta que a los demás, contestó que su acción más criminal había sido cortar la cabeza a su mismo hermano, cogido en el lazo del tesoro del rey, y su acción más sutil la de emborrachar a los guardias y descolgar el cadáver de su hermano. Al oír esto, la princesa asió de él, pero el ladrón le tendió en la oscuridad el brazo del muerto. Ella lo apretó creyendo tener cogido al ladrón por la mano, mientras éste, dejándole el brazo muerto, salió huyendo por la puerta. Cuando se comunicó esta nueva al rey, quedó pasmado de la sagacidad y audacia del hombre. Finalmente, envió un bando a todas las ciudades para anunciar que le ofrecía impunidad y le prometía grandes dádivas si comparecía ante su presencia. El ladrón tuvo confianza y se presentó. Rampsinito quedó tan maravillado que le dio su misma hija por esposa como al hombre más entendido del mundo, pues los egipcios eran superiores a los demás hombres, y él, superior a los egipcios
 Sigamos con lo que nos cuenta Heródoto en su Euterpe, nos relata, entre otras cosas , la festividad que celebran los egipcios, y como dos lobos conducen al sacerdote a la ida y a la vuelta del templo de Deméter: “Luego -decían los sacerdotes- este mismo rey bajó vivo al lugar donde creen los griegos que está el Hades, y jugó a los dados con Deméter, ganándole unas partidas y perdiendo otras; y volvió a salir, trayendo como regalo de ella una servilleta de oro. Desde la bajada de Rampsinito y su vuelta, decían, celebran los egipcios una festividad, la cual bien sé que aún observaban en mis días; pero no puedo afirmar si es por ese motivo. En ese mismo día los sacerdotes tejen un manto, vendan los ojos de uno de ellos que lleva puesto ese manto, le conducen al camino que va al templo de Deméter, y ellos se vuelven atrás. Cuentan que dos lobos conducen al sacerdote de los ojos vendados al templo de Deméter, distante veinte estadios de la ciudad, y que luego los lobos le traen de vuelta desde el templo hasta ese mismo lugar.
 
 
En el apartado ciento veinticinco de su libro Euterpe, Heródoto nos haba de la construcción de la pirámide de Queops, como utilizaron maquinas formadas de maderos cortos e iban construyendo las gradas, pero leamos lo que nos cuenta;” La pirámide se construyó de este modo: a manera de gradas, que algunos llaman adarves y otros zócalos. Hecho así el comienzo, levantaron las demás piedras con máquinas formadas de maderos cortos, que las alzaban desde el suelo hasta la primera hilera de las gradas; cuando subían hasta ella la piedra, era colocada en otra máquina levantada sobre la primera grada, y desde ésta era levantada hasta la segunda hilera por otra máquina. Porque había tantas máquinas como hileras de gradas, o bien la misma máquina, siendo una sola y fácilmente transportable, la irían llevando de grada en grada, cada vez que descargaban la piedra: demos las dos explicaciones, exactamente como las dan ellos. La parte más alta de la pirámide fue labrada primero, después labraron lo que seguía y por último la parte que estribaba en el suelo y era la más baja de todas. En la pirámide está anotado con letras egipcias cuánto se gastó en rábanos, en cebollas y en ajos para los obreros; y si bien me acuerdo, al leerme el intérprete la inscripción, me dijo que la cuenta ascendía a mil seiscientos talentos de plata. Y si esto es así ¿cuánto sin duda se habrá gastado en las herramientas con que trabajaban y en alimentos y vestidos para los obreros, ya que construyeron las obras durante el tiempo mencionado y además trabajaron otro tiempo, durante el cual tallaron y transportaron la piedra y labraron la excavación subterránea, tiempo nada breve?”
 
 
Euterpe, 126, Heródoto habla de la hija de Keops y de su prostitición:

“A tal extremo de maldad llegó Keops que, por carecer de dinero, puso a su propia hija en un lupanar con orden de ganar cierta suma, no me dijeron exactamente cuánto. Cumplió la hija la orden de su parte, y aun ella por su cuenta quiso dejar un monumento, y pidió a cada uno de los que la visitaban que le regalara una sola piedra; y decían que con esas piedras se había construido la pirámide que está en medio de las tres, delante de la pirámide grande, cada uno de cuyos lados tiene pletro y medio.
 
En el artículo ciento veintisiete, nos sigue hablando de Queops: “Decían los egipcios que este Queops reinó cincuenta años, y que a su muerte, heredó el reino su hermano Quefrén. Éste se condujo del mismo modo que el otro en general y particularmente en levantar una pirámide que no llega a las dimensiones de la de Queops, pues yo mismo la medí. Tampoco tiene cámaras subterráneas, ni llega a ella un canal desde el Nilo, como a la de Queops, que corra por un conducto construido y rodee por dentro una isla, en la cual dicen que yace Queops. Quefrén fabricó la parte inferior de su monumento, de piedra etiópica abigarrada, y la hizo cuarenta pies más baja que la otra, y vecina a la grande; ambas se levantan en un mismo cerro, que tendrá unos cien pies de alto”
 
En el apartado ciento veintiocho, Heródoto , nos habla del reinado de Quefrén :”Decían que Quefrén reinó cincuenta y seis años. Calculan que ésos son los ciento seis años durante los cuales los egipcios vivieron en total miseria y durante todo ese tiempo los templos, que habían sido cerrados, no se abrieron. Por el odio contra los dos reyes, los egipcios no tienen mucho deseo de nombrarlos; de suerte que dan a las pirámides el nombre del pastor Filitis, quien por aquel tiempo apacentaba sus rebaños por esos lugares”.
 En el apartado ciento veintinueve, Heródoto nos habla del sucesor de Quefrén, por lo visto Micerino devolvió la libertad que su padre había quitado a su pueblo: “ Decían que después de Quefrén reinó Micerino, hijo de Queops. Éste, disgustado con los actos de su padre, abrió los templos, y permitió al pueblo, oprimido hasta la última miseria, que se retirara a sus ocupaciones y sacrificios. Entre todos los reyes, fue el que dio más justas sentencias, y por eso ensalzan a Micerino sobre todos cuantos fueron reyes de Egipto. No sólo juzgaba íntegramente, sino que, a quien criticaba la sentencia, le daba de lo suyo para contentarle. Aunque era bondadoso con sus súbditos y observaba tal conducta, le aconteció, como primera de sus desgracias, morirse su hija, única prole que tenía en su casa. Muy apenado por el infortunio sobrevenido, y queriendo sepultar a su hija por modo extraordinario, hizo labrar una vaca de madera hueca, la doró, y en ella sepultó a la hija que se le había muerto”.
 
En el apartado ciento treinta, Heródoto nos sigue contando la historia de la vaca de madera: “Esa vaca no fue cubierta de tierra, antes bien era visible todavía en mis tiempos, en la ciudad de Sais, colocada en el palacio en una cámara adornada. Ante ella queman todos los días todo género de perfume, y todas las noches se le enciende su lámpara perenne. Cerca de esta vaca, en otra cámara, están las imágenes de las concubinas de Micerino, según decían los sacerdotes de la ciudad de Sais; son estatuas colosales de madera, desnudas, unas veinte, más o menos, en número; no puedo decir quiénes sean, sino lo que se cuenta acerca de ellas”.
 En el apartado ciento treinta y uno en Euterpe, Heródoto nos comenta sobre unos hechos interesantes sobre los colosos y el suicidio de la joven: “Sobre la vaca y los colosos cuentan algunos esta historia: Micerino se prendó de su hija, y la gozó a pesar de ella. Dicen luego, que la joven se ahorcó de dolor, que el rey la sepultó en aquella vaca, que su madre cortó las manos de las criadas que entregaron la hija al padre, y que ahora les ha pasado a sus imágenes lo mismo que les pasó en vida. Los que así hablan, a mi entender, desatinan, en toda la historia, particularmente en cuanto a las manos de los colosos, pues hemos visto nosotros mismos que han perdido las manos por el tiempo; y aún en mis días se veían a los pies de las estatuas.”
 En el apartado número ciento treinta tres, Heródoto nos sigue hablando de Micerino y de lo que le sucedió después de la muerte de su hija: “Después de la desastrada muerte de su hija, le sucedió lo siguiente a Micerino: le llegó de la ciudad de Buto un oráculo con el aviso de que iba a vivir sólo seis años, y morir al séptimo. Lleno de indignación, Micerino envió al oráculo a reprochar a su vez al dios porque su padre y su tío, que habían cerrado los templos, sin preocuparse de los dioses, oprimiendo además a los hombres, habían vivido largo tiempo y él, que era pío iba a morir tan pronto. Vínole del oráculo por segunda respuesta que por lo mismo se le acortaba la vida, por no haber hecho lo que debía hacer, pues el Egipto debía ser oprimido duramente ciento cincuenta años, y sus dos antecesores lo habían comprendido y él no. Oído esto y advirtiendo Micerino que su fallo estaba ya dado, mandó fabricar gran cantidad de lámparas y, cuando llegaba la noche, las encendía, bebía y se daba buena vida día y noche, sin cesar, paseando por los pantanos y los prados y por dondequiera hubiese muy buenos lugares de recreo. Todo lo cual discurrió con el intento de demostrar que el oráculo había mentido, para tener doce años en lugar de seis, convirtiendo las noches en días”.
 En el apartado ciento treinta y cuatro, Heródoto nos habla de la pirámide de Micerino: “También Micerino dejó una pirámide, mucho menor que la de su padre; cada lado es de tres pletros menos veinte pies: es cuadrada, y hasta la mitad, de piedra etiópica. Pretenden algunos griegos que pertenece a la cortesana Rodopis, pero no dicen bien, y me parece que lo dicen sin saber siquiera quién fue Rodopis, pues no le hubieran atribuido la construcción de semejante pirámide. en la cual se han gastado infinitos millares de talentos, por decirlo así. Además, Rodopis no floreció en el reinado de Micerino, sino en el de Amasis. En efecto: muchísimos años después de los reyes que dejaron las pirámides, vivió Rodopis, natural de Tracia, esclava de Yadmón de Samo, hijo de Hefestópolis, y compañera de esclavitud del fabulista Esopo. Pues también él fue esclavo de Yadmón, como se demuestra sin duda por esta prueba: cuando los de Delfos, en obediencia a un oráculo, pregonaron muchas veces quién quería recoger la indemnización por la muerte de Esopo, nadie se presentó, y quien la recogió fue otro Yadmón, hijo del hijo de Yadmón. Así, pues, Esopo había sido esclavo de Yadmón”.
 
En el apartado ciento treinta y cinco ,Heródoto nos habla de Rodopis, su vida y forma de adquirir riquezas; “Rodopis pasó al Egipto conducida por Xantes, natural de Samo; y aunque había pasado para granjear con su cuerpo, fue puesta en libertad mediante una gran suma de dinero por un hombre de Mitilena, Caraxo, hijo de Escamandrónimo y hermano de la poetisa Safo. Así, pues, quedó libre Rodopis y permaneció en el Egipto y, por ser muy atrayente, juntó muchos caudales como para Rodopis, pero no como para levantar semejante pirámide. Y pues quien quiera puede ver hasta hoy la décima parte dé sus bienes, no deben atribuírsele grandes riquezas. Porque Rodopis quiso dejar en Grecia un monumento suyo, para lo cual mandó hacer un objeto que nadie jamás hubiese hecho ni aun pensado, y lo consagró en Delfos como memoria particular. Al efecto, con la décima parte de su hacienda mandó hacer muchos asadores de hierro, como para atravesar un buey, tantos como alcanzase ese diezmo. y los envió a Delfos; aún hoy están amontonados detrás del altar que consagraron los de Quío, frente al templo mismo. Suelen ser atrayentes las cortesanas de Náucratis. Y no sólo ésta de quien estamos contando llegó a ser tan famosa que todos los griegos conocían el nombre de Rodopis; sino también residió después otra, por nombre Arquídica, cantada por toda la Grecia, aunque menos celebrada que la primera. Cuando Caraxo, luego de rescatar a Rodopis, volvió a Mitilena, Salo le zahirió mucho en una canción”.

La historia de Egipto según Heródoto I


Heródoto describe en sus libros sus experiencias,lo que ve y lo que oye sobre la cultura egipcia, la geografia, la história.... Algunos de sus relatos se han tachado de exágerados o imprecisos... pero al fin y al cabo es lo que él cuenta en sus obras "Los nueve libros de la historia". En concreto nos vamos a centrar en Euterpe y vamos a seguir su interesante narración.
En el punto 99, Heródoto indica que después de haber expuesto sus observaciones, opiniones e investigaciones, pasa a contar los relatos que ha oido:
"Hasta aquí todo cuanto he dicho es mi observación, mi opinión y mi investigación; en adelante voy a contar los relatos egipcios tal como los oí, aunque también les agregaré algo de mi observación. Min, el primero que reinó en Egipto, decían los sacerdotes, protegió con un dique a Menfis; porque el río corría todo hacia la montaña arenosa, en dirección a Libia, y Min formó con terraplenes el recodo que se encuentra a Mediodía, a unos cien estadios más arriba de Menfis, dejó en seco el antiguo cauce y derivó el río por medio de canales para que corriese a igual distancia de las dos montañas. Aún ahora, bajo el dominio de los persas, ese recodo del Nilo está muy vigilado y reforzado todos los años, para que corra desviado, pues si se le antoja al río romper por allí el dique y desbordarse, toda Menfis correria el riesgo de anegarse. Cuando este Min, que fue el primer rey, logró secar el terreno de donde había desviado el Nilo, fundó en él la ciudad que ahora se llama Menfis (Menfis se encuentra realmente en la parte estrecha de Egipto), y por fuera mandó excavar un lago derivado del río por el Norte y el Occidente (ya que por el Oriente la limita el mismo Nilo); y edificó en la ciudad el famoso santuario de Hefesto, que es grande y muy digno de memoria”.
A continuación (en el apartado 100) Heródoto nos cuenta la historia de Nitocris, la cual, para vengar a su hermano, planea y lleva a cabo su venganza:
“Después de Min, enumeraban los sacerdotes según un libro trescientos treinta nombres de otros reyes. En tantas generaciones, dieciocho eran etíopes, una sola mujer, nativa, y los demás eran varones egipcios. La mujer que reinó tenía por nombre Nitocris, lo mismo que la que reinó en Babilonia. Contaban que para vengar a su hermano -el cual era rey de Egipto, los egipcios le habían matado, y luego de matarle le entregaron a ella el reino-, para vengarle, quitó la vida a muchos egipcios por medio de este ardid. Mandó construir una vasta habitación subterránea y, con pretexto de inaugurarla, aunque con intención de maquinar otras cosas, convidó a un banquete a muchos de los egipcios, los que sabía haber sido principales cómplices en la muerte. En medio del convite, soltó el río sobre ellos por medio de un gran conducto oculto. No contaban más acerca de la reina sino que, en cuanto ejecutó su intento, se arrojó a una estancia llena de ceniza, a fin de escapar a la venganza”.

En el apartado 101 , Heródoto cita al rey Meris y habla de sus monumentos, leamos lo que escribió:
“De los demás reyes decían que no habían dejado monumento alguno y, por lo tanto, carecían de todo esplendor, salvo uno solo, el último de ellos, llamado Meris; éste dejó como monumentos el pórtico del templo de Hefesto, que mira al Norte, mandó excavar un lago (más adelante mostraré cuántos estadios de perímetros tiene), y levantó en él unas pirámides de cuyo tamaño haré mención junto con el lago. Tantos fueron los monumentos que dejó Meris, cuando de los demás, nadie dejó nada”.

domingo, 1 de septiembre de 2013

. Museo egipcio de Barcelona









La sátira de los oficios



La Sátira de los Oficios. Dinastía XII. [J. M. Serrano Delgado, Textos para la Historia Antigua de Egipto (Madrid 1993) 221-224].

“Comienzo de la instrucción que hizo un hombre de Silé llamado Dua-Hety para su hijo llamado Pepy, mientras marchaba al sur hacia la Residencia para situarlo en la escuela de los funcionarios y los más destacados de la Residencia.
Le dijo: "He visto a los que han sido apaleados. ¡Aplícate a los libros! He visto a los que fueron llamados al trabajo. Mira, nada hay mejor que los libros; son como un barco en el agua. Lee al final del Libro de Kemyt y encontrarás allí el proverbio que dice: 'Con relación al escriba en un puesto cualquiera de la Residencia, no sufrirá allí'. Ya que satisface las necesidades de otro, ¿cómo no va a terminar satisfecho? No he visto función comparable a ésta, de la que decirse puedan estas máximas. Voy a hacer que ames los escritos más que a tu madre; voy a presentar sus bondades ante ti. Es más grande que cualquier otra función; no existe en la tierra su igual. Cuando (aún no) es (más que) un niño, ya comienza a florecer. Se le saluda; es enviado para realizar misiones. Cuando (aún) no ha alcanzado (la edad) ya lleva faldellín (?). Nunca vi a un escultor como mensajero, ni que un orfebre fuera enviado.
He visto al herrero en su trabajo, a la boca de su horno. Sus dedos son como garras de cocodrilo, y apesta más que las huevas de pescado. El carpintero que esgrime la azuela está más fatigado que un campesino; su campo es la madera; su arado es la azuela; su trabajo no tiene fin. Hace más de lo que sus brazos pueden hacer. Aún durante la noche tiene la luz encendida. El joyero golpea con el cincel, sobre todo tipo de duras piedras. Cuando ha terminado de rellenar un Ojo, sus brazos están exhaustos, y se encuentra fatigado. Está sentado hasta la puesta de sol, con sus rodillas y espalda encorvadas.
El barbero está afeitando hasta el final de la tarde. Tiene que conducirse a sí mismo a la ciudad; tiene que llevarse a sí mismo a su esquina. Tiene que ir de calle en calle, buscando alguien a quien afeitar. Tiene que esforzar sus brazos para llenar su vientre, como la abeja, que come de acuerdo con lo que ha trabajado. El cortador de cañas ha de viajar al Delta para coger flechas. Después de haber hecho más de lo que sus brazos pueden hacer, los mosquitos lo han destrozado, las moscas lo han matado y ha quedado completamente rendido. El alfarero ya está bajo tierra, aunque aún entre los vivos. Escarba en el lodo más que los cerdos, para cocer sus cacharros. Sus vestidos están tiesos de barro, su cinturón está hecho jirones. El aire que entra en su nariz sale derecho del horno. Fabrica con sus pies un peso con el que él mismo es triturado. Cava el patio de todas las canas y vaga por los lugares públicos.
Te hablaré también del albañil. Sus lomos son un castigo. Aun­que está en el exterior, al viento, construye sin (la protección de) un toldo. Su taparrabos es una cuerda entrelazada y un cordel en su tra­sero. Sus brazos están agotados por el esfuerzo, habiendo mezclado todo tipo de suciedad. Come pan con sus dedos, aunque se lava al mismo tiempo (?). También hay miseria para el carpintero... la habita­ción mide diez codos por seis. Pasa un mes después de que las vigas hayan sido puestas... Todo el trabajo está hecho, y el alimento que lleva a su casa no [es suficiente] para sus hijos.
El jardinero soporta un yugo; sus hombros están combados (como) por la vejez. Hay en su cuello una gran hinchazón, que está supurando. Por la mañana riega las plantas; pasa la tarde atendiendo a los vegetales, mientras que al mediodía se afana en el huerto. Él mismo trabaja hasta que muere, más que cualquier otra profesión. El campesino se lamenta más que una gallina pintada; su grito es más fuerte que (el de) los cuervos. Sus dedos están hinchados, y apestan tremendamente. Está débil, habiendo sido adscrito al Delta, hecho ji­rones. Está bien, si se está bien en medio de leones... Cuando alcanza por la noche su casa, la marcha lo ha agotado.
El fabricante de esteras en su taller está peor que una mujer, con sus rodillas contra su pecho. No puede tomar aire. Si malgasta un día sin tejer, recibe cincuenta golpes. Ha de darle alimentos al portero, para que le permita ver la luz del día. El fabricante de flechas lo pasa muy mal cuando sale al desierto. Es más lo que ha de dar a su asno que el trabajo que hace para ello. Es mucho lo que ha de dar a los campesinos para que le pongan en el (buen) camino. Cuando al­canza el hogar, por la noche, la marcha lo ha agotado. El mercader sale al desierto dejando sus propiedades a sus hijos, temeroso de los leones y los asiáticos. Se reconoce a sí mismo (sólo) cuando está de vuelta en Egipto. Cuando alcanza el hogar, (ya) de noche, la marcha lo ha agotado. Sea su hogar de tela, o de ladrillo, su regreso está des­provisto de alegría.
Los dedos del fogonero están sucios. Su olor es el de los cadáve­res. Sus ojos están inflamados por la intensidad del humo. No puede desprenderse de su suciedad. Pasa el día cortando cañas y aborrece sus (propios) vestidos. El zapatero también sufre mucho, llevando sus tinas de aceite. Está bien si se está bien entre cadáveres. Lo que muerde es cuero. El lavandero lava en la orilla, con el cocodrilo como vecino. 'Padre, sal de la corriente (?) de agua', dicen su hijo y su hija. No es un trabajo que satisfaga... Su alimento está mezclado con la su­ciedad. No hay parte suya limpia, mientras se coloca a sí mismo entre las faldas de una mujer en menstruación. Llora, pasando el día en la tabla de lavar. Se le dice: 'Ropas sucias para ti...'. El cazador de aves sufre mientras busca pájaros. Cuando pasan las bandadas sobre él se pone a decir: 'Si tuviera una red'. Pero el dios no permite que esto le suceda, por lo que está disgustado con su situación.
Te hablaré igualmente del pescador. Es más miserable que nin­guna otra profesión. Trabaja en el río mezclado con los cocodrilos. Cuando llega el momento del recuento (de capturas), entonces se pone a quejarse. ¿No dice: 'El cocodrilo está (ahí)', cuando le ciega el miedo? Cuando sale de la corriente de agua está como golpeado por el poder del dios.
Mira, no hay una profesión que esté libre de director, excepto el escriba. El es el jefe. Si conoces la escritura, te irá mejor que en las profesiones que te he presentado. Míralos en su miseria. Nadie dirá-'Un campesino y un hombre'. Ten cuidado. Mira lo que he hecho via­jando hacia la Residencia. Lo hice por amor a ti. Un (solo) día en la escuela te será beneficioso. Es (algo) para la eternidad; su trabajo es (como) piedra... Voy a decirte además otras cosas, para enseñarte el conocimiento: si surge una disputa, no te aproximes a los conten­dientes... Si marchas tras los magistrados, ve a la distancia correcta. Si entras y el señor de la casa se encuentra ocupado con otro ante ti, siéntate con tu mano en tu boca. No pidas nada de él, y haz (sólo) se­gún él diga. Guárdate de apresurarte a la mesa. Sé serio y ten dignidad. No hables de cosas secretas. El que oculta sus pensamientos se hace su escudo. No digas cosas atrevidas cuando estés sentado con uno que es hostil. Si sales de la escuela, después de que te hayan anunciado el mediodía, y vagas errante por las calles, todo al final se­rán reproches para ti. Si un magistrado te envía con un mensaje, co­munícalo tal como él dijo. No omitas nada, no añadas nada a ello. Aquel que se olvida de rogar, su nombre no perdurará. Aquel que es hábil en todas sus conductas, nada de él habrá oculto. Nada se le opone en ningún sitio. No mientas contra tu madre. Es la abomina­ción del funcionario. El descendiente que hace lo que es bueno, sus actos todos emulan el pasado. No te asocies con un alborotador; es malo para ti que eso se oiga. Si has comido tres panes y bebido dos jarras de cerveza, y (aún) el vientre no está satisfecho, combate eso. Si otro está comiendo, no permanezcas (ahí); guárdate de apresurarte a la mesa.
Mira, es bueno que seas enviado frecuentemente a escuchar las palabras de los magistrados. Conseguirás los modales de los biennacidos, si marchas tras sus pasos. Se ve al escriba como a alguien que escucha; el que escucha se convierte en alguien que actúa. Has de le­vantarte cuando se dirijan a ti; tus pies han de apresurarse cuando marches. No confíes. Únete a gentes distinguidas; asociate con el hombre de tu generación.
Mira, te he colocado en el camino del dios. La Rennenet del es­criba está en sus hombros ya el día de su nacimiento. Llegará a la Sala del Consejo (como) uno ante quien los dioses se inclinan. Mira, no hay escriba que carezca de comida y de bienes de palacio (v.p.s.). Meshkenet es asignada al escriba; ella lo promociona en el consejo. Ruega a dios por tu padre y tu madre, que te han colocado en el ca­mino de la vida. Atiende a estos (consejos) que he puesto ante ti, tus hijos y sus hijos..."”.