domingo, 1 de septiembre de 2013

La sátira de los oficios



La Sátira de los Oficios. Dinastía XII. [J. M. Serrano Delgado, Textos para la Historia Antigua de Egipto (Madrid 1993) 221-224].

“Comienzo de la instrucción que hizo un hombre de Silé llamado Dua-Hety para su hijo llamado Pepy, mientras marchaba al sur hacia la Residencia para situarlo en la escuela de los funcionarios y los más destacados de la Residencia.
Le dijo: "He visto a los que han sido apaleados. ¡Aplícate a los libros! He visto a los que fueron llamados al trabajo. Mira, nada hay mejor que los libros; son como un barco en el agua. Lee al final del Libro de Kemyt y encontrarás allí el proverbio que dice: 'Con relación al escriba en un puesto cualquiera de la Residencia, no sufrirá allí'. Ya que satisface las necesidades de otro, ¿cómo no va a terminar satisfecho? No he visto función comparable a ésta, de la que decirse puedan estas máximas. Voy a hacer que ames los escritos más que a tu madre; voy a presentar sus bondades ante ti. Es más grande que cualquier otra función; no existe en la tierra su igual. Cuando (aún no) es (más que) un niño, ya comienza a florecer. Se le saluda; es enviado para realizar misiones. Cuando (aún) no ha alcanzado (la edad) ya lleva faldellín (?). Nunca vi a un escultor como mensajero, ni que un orfebre fuera enviado.
He visto al herrero en su trabajo, a la boca de su horno. Sus dedos son como garras de cocodrilo, y apesta más que las huevas de pescado. El carpintero que esgrime la azuela está más fatigado que un campesino; su campo es la madera; su arado es la azuela; su trabajo no tiene fin. Hace más de lo que sus brazos pueden hacer. Aún durante la noche tiene la luz encendida. El joyero golpea con el cincel, sobre todo tipo de duras piedras. Cuando ha terminado de rellenar un Ojo, sus brazos están exhaustos, y se encuentra fatigado. Está sentado hasta la puesta de sol, con sus rodillas y espalda encorvadas.
El barbero está afeitando hasta el final de la tarde. Tiene que conducirse a sí mismo a la ciudad; tiene que llevarse a sí mismo a su esquina. Tiene que ir de calle en calle, buscando alguien a quien afeitar. Tiene que esforzar sus brazos para llenar su vientre, como la abeja, que come de acuerdo con lo que ha trabajado. El cortador de cañas ha de viajar al Delta para coger flechas. Después de haber hecho más de lo que sus brazos pueden hacer, los mosquitos lo han destrozado, las moscas lo han matado y ha quedado completamente rendido. El alfarero ya está bajo tierra, aunque aún entre los vivos. Escarba en el lodo más que los cerdos, para cocer sus cacharros. Sus vestidos están tiesos de barro, su cinturón está hecho jirones. El aire que entra en su nariz sale derecho del horno. Fabrica con sus pies un peso con el que él mismo es triturado. Cava el patio de todas las canas y vaga por los lugares públicos.
Te hablaré también del albañil. Sus lomos son un castigo. Aun­que está en el exterior, al viento, construye sin (la protección de) un toldo. Su taparrabos es una cuerda entrelazada y un cordel en su tra­sero. Sus brazos están agotados por el esfuerzo, habiendo mezclado todo tipo de suciedad. Come pan con sus dedos, aunque se lava al mismo tiempo (?). También hay miseria para el carpintero... la habita­ción mide diez codos por seis. Pasa un mes después de que las vigas hayan sido puestas... Todo el trabajo está hecho, y el alimento que lleva a su casa no [es suficiente] para sus hijos.
El jardinero soporta un yugo; sus hombros están combados (como) por la vejez. Hay en su cuello una gran hinchazón, que está supurando. Por la mañana riega las plantas; pasa la tarde atendiendo a los vegetales, mientras que al mediodía se afana en el huerto. Él mismo trabaja hasta que muere, más que cualquier otra profesión. El campesino se lamenta más que una gallina pintada; su grito es más fuerte que (el de) los cuervos. Sus dedos están hinchados, y apestan tremendamente. Está débil, habiendo sido adscrito al Delta, hecho ji­rones. Está bien, si se está bien en medio de leones... Cuando alcanza por la noche su casa, la marcha lo ha agotado.
El fabricante de esteras en su taller está peor que una mujer, con sus rodillas contra su pecho. No puede tomar aire. Si malgasta un día sin tejer, recibe cincuenta golpes. Ha de darle alimentos al portero, para que le permita ver la luz del día. El fabricante de flechas lo pasa muy mal cuando sale al desierto. Es más lo que ha de dar a su asno que el trabajo que hace para ello. Es mucho lo que ha de dar a los campesinos para que le pongan en el (buen) camino. Cuando al­canza el hogar, por la noche, la marcha lo ha agotado. El mercader sale al desierto dejando sus propiedades a sus hijos, temeroso de los leones y los asiáticos. Se reconoce a sí mismo (sólo) cuando está de vuelta en Egipto. Cuando alcanza el hogar, (ya) de noche, la marcha lo ha agotado. Sea su hogar de tela, o de ladrillo, su regreso está des­provisto de alegría.
Los dedos del fogonero están sucios. Su olor es el de los cadáve­res. Sus ojos están inflamados por la intensidad del humo. No puede desprenderse de su suciedad. Pasa el día cortando cañas y aborrece sus (propios) vestidos. El zapatero también sufre mucho, llevando sus tinas de aceite. Está bien si se está bien entre cadáveres. Lo que muerde es cuero. El lavandero lava en la orilla, con el cocodrilo como vecino. 'Padre, sal de la corriente (?) de agua', dicen su hijo y su hija. No es un trabajo que satisfaga... Su alimento está mezclado con la su­ciedad. No hay parte suya limpia, mientras se coloca a sí mismo entre las faldas de una mujer en menstruación. Llora, pasando el día en la tabla de lavar. Se le dice: 'Ropas sucias para ti...'. El cazador de aves sufre mientras busca pájaros. Cuando pasan las bandadas sobre él se pone a decir: 'Si tuviera una red'. Pero el dios no permite que esto le suceda, por lo que está disgustado con su situación.
Te hablaré igualmente del pescador. Es más miserable que nin­guna otra profesión. Trabaja en el río mezclado con los cocodrilos. Cuando llega el momento del recuento (de capturas), entonces se pone a quejarse. ¿No dice: 'El cocodrilo está (ahí)', cuando le ciega el miedo? Cuando sale de la corriente de agua está como golpeado por el poder del dios.
Mira, no hay una profesión que esté libre de director, excepto el escriba. El es el jefe. Si conoces la escritura, te irá mejor que en las profesiones que te he presentado. Míralos en su miseria. Nadie dirá-'Un campesino y un hombre'. Ten cuidado. Mira lo que he hecho via­jando hacia la Residencia. Lo hice por amor a ti. Un (solo) día en la escuela te será beneficioso. Es (algo) para la eternidad; su trabajo es (como) piedra... Voy a decirte además otras cosas, para enseñarte el conocimiento: si surge una disputa, no te aproximes a los conten­dientes... Si marchas tras los magistrados, ve a la distancia correcta. Si entras y el señor de la casa se encuentra ocupado con otro ante ti, siéntate con tu mano en tu boca. No pidas nada de él, y haz (sólo) se­gún él diga. Guárdate de apresurarte a la mesa. Sé serio y ten dignidad. No hables de cosas secretas. El que oculta sus pensamientos se hace su escudo. No digas cosas atrevidas cuando estés sentado con uno que es hostil. Si sales de la escuela, después de que te hayan anunciado el mediodía, y vagas errante por las calles, todo al final se­rán reproches para ti. Si un magistrado te envía con un mensaje, co­munícalo tal como él dijo. No omitas nada, no añadas nada a ello. Aquel que se olvida de rogar, su nombre no perdurará. Aquel que es hábil en todas sus conductas, nada de él habrá oculto. Nada se le opone en ningún sitio. No mientas contra tu madre. Es la abomina­ción del funcionario. El descendiente que hace lo que es bueno, sus actos todos emulan el pasado. No te asocies con un alborotador; es malo para ti que eso se oiga. Si has comido tres panes y bebido dos jarras de cerveza, y (aún) el vientre no está satisfecho, combate eso. Si otro está comiendo, no permanezcas (ahí); guárdate de apresurarte a la mesa.
Mira, es bueno que seas enviado frecuentemente a escuchar las palabras de los magistrados. Conseguirás los modales de los biennacidos, si marchas tras sus pasos. Se ve al escriba como a alguien que escucha; el que escucha se convierte en alguien que actúa. Has de le­vantarte cuando se dirijan a ti; tus pies han de apresurarse cuando marches. No confíes. Únete a gentes distinguidas; asociate con el hombre de tu generación.
Mira, te he colocado en el camino del dios. La Rennenet del es­criba está en sus hombros ya el día de su nacimiento. Llegará a la Sala del Consejo (como) uno ante quien los dioses se inclinan. Mira, no hay escriba que carezca de comida y de bienes de palacio (v.p.s.). Meshkenet es asignada al escriba; ella lo promociona en el consejo. Ruega a dios por tu padre y tu madre, que te han colocado en el ca­mino de la vida. Atiende a estos (consejos) que he puesto ante ti, tus hijos y sus hijos..."”.



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