En el apartado siguiente, el ciento veintiuno ;Heródoto nos habla del heredero del reino y los monumentos que construyó, tambien del aposento que hizo construir y llenó de riquezas: “ Heredó el reino de Proteo, decían los sacerdotes, Rampsinito, quien dejó como monumentos los pórticos del templo de Hefesto orientados a Occidente; y frente a estos pórticos levantó dos estatuas, de veinticinco codos de altura, de las cuales a la que mira al Norte, llaman los egipcios el Verano y a la que mira al Mediodía, el Invierno; a la que llaman Verano, reverencian y adoran y hacen lo contrario con la que llaman Invierno. Cuentan que este rey poseyó tanta riqueza en plata que ninguno de los reyes que le sucedieron llegó a sobrepasarle, ni siquiera a acercársele. Queriendo guardar en seguro sus tesoros, mandó labrar un aposento de piedra, una de cuyas paredes daba a la fachada del palacio. El constructor, con aviesa intención, discurrió lo que sigue: aparejó una de las piedras de modo que pudieran retirarla fácilmente del muro dos hombres o uno solo. Acabado el aposento, el rey guardó en él sus riquezas. Andando el tiempo, y hallándose el arquitecto al fin de sus días, llamó a sus hijos (pues tenía dos) y les refirió cómo había mirado por ellos, y cómo al construir el tesoro del rey había discurrido para que pudieran vivir en opulencia; y después de explicarles claramente lo relativo al modo de sacar la piedra, les dio sus medidas, y les dijo que si seguían su aviso serían ellos los tesoreros del rey. Cuando murió, sus hijos no tardaron mucho en poner manos a la obra. Fueron al palacio de noche, hallaron en el edificio la piedra, la retiraron fácilmente y se llevaron gran cantidad de dinero. Al abrir el rey el aposento, se asombró de ver que faltaba dinero en las tinajas y no tenía a quien culpar, pues estaban enteros los sellos y cerrado el aposento. Como al abrir por segunda y tercera vez el aposento siempre veía mermar el tesoro, porque los ladrones no cesaban de saquear le hizo lo siguiente: mandó hacer unos lazos y armarlos alrededor de las tinajas donde estaba el dinero. Los ladrones volvieron como antes, y así que entró uno y se acercó a una tinaja, quedó al punto cogido en el lazo. Cuando advirtió en qué difícil trance estaba, llamó en seguida a su hermano, le mostró su situación y le pidió que entrase al instante y que le cortase la cabeza, no fuese que, al ser visto y reconocido, hiciese perecer también a aquél. Al otro le pareció que decía bien, le obedeció y así lo hizo; y después de ajustar la piedra, se fue a su casa llevándose la cabeza de su hermano. Apenas rayó el día, el rey entró en el aposento y quedó pasmado al ver que en el lazo estaba el cuerpo descabezado del ladrón, el edificio intacto, sin entrada ni salida alguna. Lleno de confusión hizo esto: mandó colgar del muro el cadáver del ladrón y poner centinelas con orden de prender y presentarle aquel a quien vieran llorar o mostrar compasión. La madre del ladrón llevó muy a mal que el cadáver pendiese, y dirigiéndose al hijo que le quedaba, le mandó que se ingeniase de cualquier modo para desatar el cuerpo de su hermano y traerlo; y si no se preocupaba en hacerlo, le amenazó con presentarse ella misma al rey y denunciar que él tenía el dinero. El hijo, vivamente apenado por su madre, y no pudiendo convencerla por mucho que dijese, trazó lo que sigue: aparejó unos borricos, llenó odres de vino, los cargó sobre ellos y los fue arreando. Cuando estuvo cerca de los que guardaban el cadáver colgado, él mismo tiró las bocas de dos o tres odres, deshaciendo las ataduras; y al correr el vino empezó a golpearse la cabeza y a dar grandes voces como no sabiendo a qué borrico acudir primero. A la vista de tanto vino, los guardas del muerto corrieron al camino con sus vasijas teniendo a ganancia recoger el vino que se derramaba. Al principio fingió enojo y les llenó de improperios; pero como los guardas le consolaban, poco a poco simuló calmarse y dejar el enojo, y al fin sacó los borricos del camino y ajustó sus pellejos. Entraron en pláticas y uno de los guardas chanceándose con él le hizo reír y el arriero les regaló uno de sus odres. Ellos se tendieron allí mismo, tal como estaban no pensando más que en beber y le convidaron para que les hiciese compañía y se quedase a beber con ellos. Él se quedó sin hacerse de rogar, y como mientras bebían le agasajaban muy cordialmente, les regaló otro de los odres. Bebiendo a discreción, los guardas quedaron completamente borrachos y vencidos del sueño, y se durmieron en el mismo lugar en que habían bebido. Entrada ya la noche, el ladrón desató el cuerpo de su hermano, y por mofa, rapó a todos los guardias la mejilla derecha, colocó el cadáver sobre los borricos y se marchó a su casa, cumplidas ya las órdenes de su madre.Al dársele parte al rey de que había sido robado el cadáver del ladrón, lo tomó muy a mal; pero deseando encontrar a toda costa quién era el que tales trazas imaginaba, hizo lo que sigue, cosa para mí increíble: puso a su propia hija en el lupanar, encargándole que acogiese igualmente a todos, pero que antes de unirse con ellos les obligara a contarle la acción más sutil y más criminal que hubiesen cometido en su vida; y que si alguno le refería lo que había pasado con el ladrón, le prendiese y no le dejase salir. La hija puso por obra las órdenes de su padre y, entendiendo el ladrón la mira con que ello se hacía, quiso sobrepasar al rey en astucia e imaginó esto: cortó el brazo, desde el hombro, a un hombre recién muerto, y se fue llevándoselo bajo el manto; cuando visitó a la hija del rey y ésta hizo la misma pregunta que a los demás, contestó que su acción más criminal había sido cortar la cabeza a su mismo hermano, cogido en el lazo del tesoro del rey, y su acción más sutil la de emborrachar a los guardias y descolgar el cadáver de su hermano. Al oír esto, la princesa asió de él, pero el ladrón le tendió en la oscuridad el brazo del muerto. Ella lo apretó creyendo tener cogido al ladrón por la mano, mientras éste, dejándole el brazo muerto, salió huyendo por la puerta. Cuando se comunicó esta nueva al rey, quedó pasmado de la sagacidad y audacia del hombre. Finalmente, envió un bando a todas las ciudades para anunciar que le ofrecía impunidad y le prometía grandes dádivas si comparecía ante su presencia. El ladrón tuvo confianza y se presentó. Rampsinito quedó tan maravillado que le dio su misma hija por esposa como al hombre más entendido del mundo, pues los egipcios eran superiores a los demás hombres, y él, superior a los egipcios”
Sigamos con lo que nos cuenta Heródoto en su Euterpe, nos relata, entre otras cosas , la festividad que celebran los egipcios, y como dos lobos conducen al sacerdote a la ida y a la vuelta del templo de Deméter: “Luego -decían los sacerdotes- este mismo rey bajó vivo al lugar donde creen los griegos que está el Hades, y jugó a los dados con Deméter, ganándole unas partidas y perdiendo otras; y volvió a salir, trayendo como regalo de ella una servilleta de oro. Desde la bajada de Rampsinito y su vuelta, decían, celebran los egipcios una festividad, la cual bien sé que aún observaban en mis días; pero no puedo afirmar si es por ese motivo. En ese mismo día los sacerdotes tejen un manto, vendan los ojos de uno de ellos que lleva puesto ese manto, le conducen al camino que va al templo de Deméter, y ellos se vuelven atrás. Cuentan que dos lobos conducen al sacerdote de los ojos vendados al templo de Deméter, distante veinte estadios de la ciudad, y que luego los lobos le traen de vuelta desde el templo hasta ese mismo lugar.
En el apartado ciento veinticinco de su libro Euterpe, Heródoto nos haba de la construcción de la pirámide de Queops, como utilizaron maquinas formadas de maderos cortos e iban construyendo las gradas, pero leamos lo que nos cuenta;” La pirámide se construyó de este modo: a manera de gradas, que algunos llaman adarves y otros zócalos. Hecho así el comienzo, levantaron las demás piedras con máquinas formadas de maderos cortos, que las alzaban desde el suelo hasta la primera hilera de las gradas; cuando subían hasta ella la piedra, era colocada en otra máquina levantada sobre la primera grada, y desde ésta era levantada hasta la segunda hilera por otra máquina. Porque había tantas máquinas como hileras de gradas, o bien la misma máquina, siendo una sola y fácilmente transportable, la irían llevando de grada en grada, cada vez que descargaban la piedra: demos las dos explicaciones, exactamente como las dan ellos. La parte más alta de la pirámide fue labrada primero, después labraron lo que seguía y por último la parte que estribaba en el suelo y era la más baja de todas. En la pirámide está anotado con letras egipcias cuánto se gastó en rábanos, en cebollas y en ajos para los obreros; y si bien me acuerdo, al leerme el intérprete la inscripción, me dijo que la cuenta ascendía a mil seiscientos talentos de plata. Y si esto es así ¿cuánto sin duda se habrá gastado en las herramientas con que trabajaban y en alimentos y vestidos para los obreros, ya que construyeron las obras durante el tiempo mencionado y además trabajaron otro tiempo, durante el cual tallaron y transportaron la piedra y labraron la excavación subterránea, tiempo nada breve?”
Euterpe, 126, Heródoto habla de la hija de Keops y de su prostitición: “A tal extremo de maldad llegó Keops que, por carecer de dinero, puso a su propia hija en un lupanar con orden de ganar cierta suma, no me dijeron exactamente cuánto. Cumplió la hija la orden de su parte, y aun ella por su cuenta quiso dejar un monumento, y pidió a cada uno de los que la visitaban que le regalara una sola piedra; y decían que con esas piedras se había construido la pirámide que está en medio de las tres, delante de la pirámide grande, cada uno de cuyos lados tiene pletro y medio.
En el artículo ciento veintisiete, nos sigue hablando de Queops: “Decían los egipcios que este Queops reinó cincuenta años, y que a su muerte, heredó el reino su hermano Quefrén. Éste se condujo del mismo modo que el otro en general y particularmente en levantar una pirámide que no llega a las dimensiones de la de Queops, pues yo mismo la medí. Tampoco tiene cámaras subterráneas, ni llega a ella un canal desde el Nilo, como a la de Queops, que corra por un conducto construido y rodee por dentro una isla, en la cual dicen que yace Queops. Quefrén fabricó la parte inferior de su monumento, de piedra etiópica abigarrada, y la hizo cuarenta pies más baja que la otra, y vecina a la grande; ambas se levantan en un mismo cerro, que tendrá unos cien pies de alto”
En el apartado ciento veintiocho, Heródoto , nos habla del reinado de Quefrén :”Decían que Quefrén reinó cincuenta y seis años. Calculan que ésos son los ciento seis años durante los cuales los egipcios vivieron en total miseria y durante todo ese tiempo los templos, que habían sido cerrados, no se abrieron. Por el odio contra los dos reyes, los egipcios no tienen mucho deseo de nombrarlos; de suerte que dan a las pirámides el nombre del pastor Filitis, quien por aquel tiempo apacentaba sus rebaños por esos lugares”.
En el apartado ciento veintinueve, Heródoto nos habla del sucesor de Quefrén, por lo visto Micerino devolvió la libertad que su padre había quitado a su pueblo: “ Decían que después de Quefrén reinó Micerino, hijo de Queops. Éste, disgustado con los actos de su padre, abrió los templos, y permitió al pueblo, oprimido hasta la última miseria, que se retirara a sus ocupaciones y sacrificios. Entre todos los reyes, fue el que dio más justas sentencias, y por eso ensalzan a Micerino sobre todos cuantos fueron reyes de Egipto. No sólo juzgaba íntegramente, sino que, a quien criticaba la sentencia, le daba de lo suyo para contentarle. Aunque era bondadoso con sus súbditos y observaba tal conducta, le aconteció, como primera de sus desgracias, morirse su hija, única prole que tenía en su casa. Muy apenado por el infortunio sobrevenido, y queriendo sepultar a su hija por modo extraordinario, hizo labrar una vaca de madera hueca, la doró, y en ella sepultó a la hija que se le había muerto”.
En el apartado ciento treinta, Heródoto nos sigue contando la historia de la vaca de madera: “Esa vaca no fue cubierta de tierra, antes bien era visible todavía en mis tiempos, en la ciudad de Sais, colocada en el palacio en una cámara adornada. Ante ella queman todos los días todo género de perfume, y todas las noches se le enciende su lámpara perenne. Cerca de esta vaca, en otra cámara, están las imágenes de las concubinas de Micerino, según decían los sacerdotes de la ciudad de Sais; son estatuas colosales de madera, desnudas, unas veinte, más o menos, en número; no puedo decir quiénes sean, sino lo que se cuenta acerca de ellas”.
En el apartado ciento treinta y uno en Euterpe, Heródoto nos comenta sobre unos hechos interesantes sobre los colosos y el suicidio de la joven: “Sobre la vaca y los colosos cuentan algunos esta historia: Micerino se prendó de su hija, y la gozó a pesar de ella. Dicen luego, que la joven se ahorcó de dolor, que el rey la sepultó en aquella vaca, que su madre cortó las manos de las criadas que entregaron la hija al padre, y que ahora les ha pasado a sus imágenes lo mismo que les pasó en vida. Los que así hablan, a mi entender, desatinan, en toda la historia, particularmente en cuanto a las manos de los colosos, pues hemos visto nosotros mismos que han perdido las manos por el tiempo; y aún en mis días se veían a los pies de las estatuas.”
En el apartado número ciento treinta tres, Heródoto nos sigue hablando de Micerino y de lo que le sucedió después de la muerte de su hija: “Después de la desastrada muerte de su hija, le sucedió lo siguiente a Micerino: le llegó de la ciudad de Buto un oráculo con el aviso de que iba a vivir sólo seis años, y morir al séptimo. Lleno de indignación, Micerino envió al oráculo a reprochar a su vez al dios porque su padre y su tío, que habían cerrado los templos, sin preocuparse de los dioses, oprimiendo además a los hombres, habían vivido largo tiempo y él, que era pío iba a morir tan pronto. Vínole del oráculo por segunda respuesta que por lo mismo se le acortaba la vida, por no haber hecho lo que debía hacer, pues el Egipto debía ser oprimido duramente ciento cincuenta años, y sus dos antecesores lo habían comprendido y él no. Oído esto y advirtiendo Micerino que su fallo estaba ya dado, mandó fabricar gran cantidad de lámparas y, cuando llegaba la noche, las encendía, bebía y se daba buena vida día y noche, sin cesar, paseando por los pantanos y los prados y por dondequiera hubiese muy buenos lugares de recreo. Todo lo cual discurrió con el intento de demostrar que el oráculo había mentido, para tener doce años en lugar de seis, convirtiendo las noches en días”.
En el apartado ciento treinta y cuatro, Heródoto nos habla de la pirámide de Micerino: “También Micerino dejó una pirámide, mucho menor que la de su padre; cada lado es de tres pletros menos veinte pies: es cuadrada, y hasta la mitad, de piedra etiópica. Pretenden algunos griegos que pertenece a la cortesana Rodopis, pero no dicen bien, y me parece que lo dicen sin saber siquiera quién fue Rodopis, pues no le hubieran atribuido la construcción de semejante pirámide. en la cual se han gastado infinitos millares de talentos, por decirlo así. Además, Rodopis no floreció en el reinado de Micerino, sino en el de Amasis. En efecto: muchísimos años después de los reyes que dejaron las pirámides, vivió Rodopis, natural de Tracia, esclava de Yadmón de Samo, hijo de Hefestópolis, y compañera de esclavitud del fabulista Esopo. Pues también él fue esclavo de Yadmón, como se demuestra sin duda por esta prueba: cuando los de Delfos, en obediencia a un oráculo, pregonaron muchas veces quién quería recoger la indemnización por la muerte de Esopo, nadie se presentó, y quien la recogió fue otro Yadmón, hijo del hijo de Yadmón. Así, pues, Esopo había sido esclavo de Yadmón”.
En el apartado ciento treinta y cinco ,Heródoto nos habla de Rodopis, su vida y forma de adquirir riquezas; “Rodopis pasó al Egipto conducida por Xantes, natural de Samo; y aunque había pasado para granjear con su cuerpo, fue puesta en libertad mediante una gran suma de dinero por un hombre de Mitilena, Caraxo, hijo de Escamandrónimo y hermano de la poetisa Safo. Así, pues, quedó libre Rodopis y permaneció en el Egipto y, por ser muy atrayente, juntó muchos caudales como para Rodopis, pero no como para levantar semejante pirámide. Y pues quien quiera puede ver hasta hoy la décima parte dé sus bienes, no deben atribuírsele grandes riquezas. Porque Rodopis quiso dejar en Grecia un monumento suyo, para lo cual mandó hacer un objeto que nadie jamás hubiese hecho ni aun pensado, y lo consagró en Delfos como memoria particular. Al efecto, con la décima parte de su hacienda mandó hacer muchos asadores de hierro, como para atravesar un buey, tantos como alcanzase ese diezmo. y los envió a Delfos; aún hoy están amontonados detrás del altar que consagraron los de Quío, frente al templo mismo. Suelen ser atrayentes las cortesanas de Náucratis. Y no sólo ésta de quien estamos contando llegó a ser tan famosa que todos los griegos conocían el nombre de Rodopis; sino también residió después otra, por nombre Arquídica, cantada por toda la Grecia, aunque menos celebrada que la primera. Cuando Caraxo, luego de rescatar a Rodopis, volvió a Mitilena, Salo le zahirió mucho en una canción”.
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