En el apartado ciento cincuenta y dos, Heródoto nos sigue relatando la historia sobre Psamético y la profecía : ”Este Psamético, huyendo antes del etíope Sábacos que había matado a su padre Necos se había refugiado en Siria; cuando el etíope se retiró, con motivo de la visión que tuvo en sueños, lo trajeron de vuelta los egipcios del nomo Sais. Y luego, siendo rey, por segunda vez padeció destierro, en los pantanos, por orden de los once reyes, a causa del yelmo. Entendiendo que había sido agraviado por ellos, pensó vengarse de sus perseguidores. Envió a consultar al oráculo de Leto, en la ciudad de Buto, donde está el oráculo más veraz entre los egipcios. Y vínole una profecía de que la venganza le llegaría del mar, cuando apareciesen hombres de bronce. Grande fue su desconfianza de que le socorrieran hombres de bronce, pero no pasó mucho tiempo, cuando ciertos jonios y carios que iban en corso, aportaron al Egipto, obligados por la necesidad. Saltaron a tierra con su armadura de bronce, y un egipcio que jamás había visto hombres armados de bronce, llegó a los pantanos y avisó a Psamético que unos hombres de bronce venidos del mar, saqueaban el llano. Conociendo Psamético que se cumplía el oráculo, dio muestras de amistad a los jonios y carios, y a fuerza de grandes promesas les persuadió a ponerse de su parte. Cuando los hubo persuadido, con los egipcios de su bando y con los auxiliares, depuso a los reyes”.
En el apartado ciento cincuenta y cuatro de Euterpe, Heródoto nos habla de los terrenos junto al mar concedidos por Psametico a los jonios y carios, los cuales se establecieron en Egipto:”A los jonios y carios que le habían ayudado, Psamético permitió morar en terrenos, unos enfrente de otros, por medio de los cuales corre el Nilo, y a los que puso el nombre de Campamento. Les dio estos terrenos y les entregó todo lo demás que les había prometido. Confíales, asimismo, ciertos niños egipcios para que les instruyeran en la lengua griega; de éstos, que aprendieron la lengua, descienden los intérpretes que hay ahora en Egipto. Los jonios y carios moraron largo tiempo en esos terrenos, los cuales están junto al mar, un poco más abajo de la ciudad de Bubastis, en la boca del Nilo llamada Pelusia. Andando el tiempo, el rey Amasis los trasladó de allí y los estableció en Menfis, convirtiéndolos en su guardia contra los egipcios. Desde que se establecieron en Egipto, por medio de su trato, nosotros los griegos sabemos con exactitud todo lo que sucede en el país, comenzando desde el reinado de Psamético, pues son los primeros hombres de otra lengua que se establecieron en Egipto, y aún en mis días quedaban en los terrenos desde los cuales habían sido trasladados, los cabrestantes de sus naves y las ruinas de sus casas”.
Heródoto, en su apartado ciento cincuenta y cinco nos sigue hablando de Psamético , nos habla de también acerca del santuario de Apolo y Artemio, del templo de Leto.. “De este modo, pues, Psamético se apoderó del Egipto. Muchas veces mencioné el oráculo de Buto, y ahora hablaré especialmente de él, pues lo merece. Este, oráculo de Egipto es un santuario de Leto situado en una gran ciudad, cerca de la boca del Nilo llamada Sebenítica, al remontar río arriba desde el mar; el nombre de la ciudad donde está el oráculo es Buto, conforme antes la he nombrado; en esa ciudad de Buto hay un santuario de Apolo y de Ártemis. Y el templo de Leto, en el cual está el oráculo, es una obra en sí grandiosa, y tiene un pórtico de diez brazas de alto. Pero diré lo que causa mayor maravilla de cuanto allí puede verse: hay en ese recinto de Leto un templo construido de una sola piedra, así en alto como en largo; cada pared tiene iguales dimensiones: cuarenta codos cada una. El tejado del techo es otra piedra, cuyo alero tiene cuatro codos.”
Heródoto, en su apartado ciento cincuenta y seis nos describe la situación del templo y también nos habla del oráculo: “Así, pues, el templo es para mí lo más admirable de cuantas cosas se ven en este santuario; de las que están en segundo lugar, lo es la isla Quemmis. Está situada en un lago hondo y espacioso, junto al santuario de Buto, y los egipcios dicen que flota. Yo, por cierto, no la vi flotar ni moverse, y quedé atónito al oír que una isla era verdaderamente flotante. Pero sí hay en ella un templo grande de Apolo, en el que están levantados tres altares, y crecen muchas palmas y otros árboles, unos estériles, otros no. Los egipcios afirman que es flotante y lo confirman con esta historia. Dicen que Leto, una de las ocho deidades que existieron primero, moraba en la ciudad de Buto, donde se encuentra ese oráculo, y en esa isla, que no era flotante antes, recibió a Apolo, en depósito de lsis, y le salvó, escondiéndole en la isla que hoy dicen que flota, cuando vino Tifón, que todo lo registraba, para apoderarse del hijo de Osiris. (Apolo y Artemis, según los egipcios, fueron hijos de Dioniso y de Isis; y Leta fue su nodriza y salvadora. En egipcio, Apolo es Horo; Deméter, Isis, y Ártemis, Bubastis; y de esta historia y no de otra alguna, hurtó Esquilo, hijo de Euforión, lo que diré, apartándose de cuantos poetas le precedieron: presentó, en efecto, a Ártemis como hija de Deméter). Por ese motivo la isla se volvió flotante. Así cuentan esa historia.”
eródoto, en el apartado número ciento cincuenta y siete de su Euterpe nos habla de Psamético, sus años de reinado y los años que estuvo sitiado en Azoto: “ Psamético reinó en Egipto cincuenta y nueve años, de los cuales durante treinta menos uno estuvo sitiando a Azoto, gran ciudad de la Siria, hasta que la tomó. Esta Azoto, de todas las ciudades que sepamos, fue la que por más tiempo resistió a un asedio.”
En el apartado siguiente, el ciento cincuenta y ocho, Heródoto nos habla del sucesor de Psamético,, de su reinado y nos habla tambien del canal: “Hijo de Psamético fue Necos, que reinó en Egipto, y fue el primero en la empresa del canal, abierto después por el persa Darío, que lleva al mar Eritreo. Su largo es de cuatro días de navegación, y se le cavó de ancho tal que por él pueden bogar dos trirremes a la par. El agua le llega desde el Nilo, y le llega algo más arriba de la ciudad de Bubastis, pasando por Patumo, la ciudad de Arabia; desemboca en el mar Eritreo. Empezóse la excavación en la parte de la llanura de Egipto, vecina de Arabia; con esa llanura confina hacia el Sur la montaña que se extiende cerca de Menfis, en la cual se hallan las canteras. El canal corre por el pie de este monte, a lo largo, de Poniente a Levante, y luego se dirige a las quebradas, partiendo desde la montaña hacia el Mediodía y viento Sur, hasta el golfo Arábigo. En el paraje donde es más corto y directo el camino para pasar del mar Mediterráneo al meridional -paraje llamado Eritreo-, desde el monte Casio, que divide Egipto y Siria, de allí al golfo Arábigo, hay mil estadios; éste es el camino más directo: el canal es mucho más largo, en cuanto es más sinuoso. Cuando lo excavaban, en el reinado de Necos, perecieron ciento veinte mil egipcios, y en medio de la excavación, Necos se interrumpió, pues le detuvo un oráculo, diciéndole que estaba trabajando para el bárbaro”.
Heródoto nos habla de Necos, su reinado y sus expediciones militares, en el apartado ciento cincuenta y nueve: “Necos, después de interrumpir el canal, se dedicó a las expediciones militares. Mandó construir trirremes, unas junto al mar del Norte, y otras en el golfo Arábigo, junto al mar Eritreo, cuyos cabrestantes se ven todavía. Necos se servía de estas naves en su oportunidad. Por tierra venció a los asirios en el encuentro de Magdolo; después de la batalla, tomó a Caditis, que es una gran ciudad de Siria, y consagró a Apolo el vestido que llevaba al realizar esas hazañas, enviándolo al santuario de los Bránquidas, en Mileto. Después de reinar en total dieciséis años, murió dejando el mando a su hijo Psammis.”
En su apartado ciento sesenta, Heródoto nos habla de Psammis y los certámenes: “Mientras Psammis reinaba en Egipto, llegaron unos embajadores de los eleos jactándose de haber instituido el certamen de Olimpia con la mayor justicia y concierto del mundo, y creyendo que los egipcios mismos, los hombres más sabios del mundo, no podrían inventar nada mejor. Luego que llegaron a Egipto los eleos y dijeron el motivo por el que habían llegado, el rey convocó a los egipcios que tenían fama de ser más sabios. Reunidos los egipcios, oyeron de boca de los eleos todo cuanto deben observar en un certamen; y después de contarlo todo, dijeron que venían para conocer si los egipcios podían inventar nada más justo. Los egipcios, después de haber deliberado, preguntaron a los eleos si tomaban parte en los juegos sus conciudadanos. Ellos respondieron que a cualquiera estaba permitido, ya de entre ellos, ya de los demás griegos, tomar parte en los juegos. Los egipcios replicaron que al disponerlo así habían faltado por completo a la justicia, pues era del todo imposible que no favorecieran en la competencia al ciudadano y fueran injustos con el forastero; que si de veras querían establecer con justicia los juegos, y con este fin habían venido a Egipto, les exhortaban a instituir el certamen para participantes forasteros y que a ningún eleo le estuviese permitido participar. Así aconsejaron los egipcios a los eleos”.
En el apartado ciento sesenta y tres, Heródoto nos habla del corto reinado de Psammins y de su sucesión en el poder además de las campañas militares de este último: “Psammis reinó solamente seis años; hizo una expedición contra Etiopía; murió inmediatamente, y le sucedió su hijo Apries, el cual, después de su bisabuelo Psamético, fue el más feliz de todos los reyes anteriores. Tuvo el mando veinticinco años durante los cuales llevó su ejército contra Sidón, y combatió con los tirios por mar. Pero había de alcanzarle la mala suerte, y le alcanzó con la ocasión que narraré más por extenso en mis relatos líbicos, y sucintamente por ahora. Apries envió un gran ejército contra los de Cirene y sufrió una gran derrota. Los egipcios le echaron la culpa y se sublevaron contra él, pensando que los había enviado con premeditación a un desastre para que pereciesen y él mandase con más seguridad al resto de los egipcios. Indignados por ello se sublevaron abiertamente, así los que habían vuelto como los amigos de los que habían perecido.”
En el apartado ciento sesenta y uno, Heródoto nos habla del reinado de Psammis: “Psammis reinó solamente seis años; hizo una expedición contra Etiopía; murió inmediatamente, y le sucedió su hijo Apries, el cual, después de su bisabuelo Psamético, fue el más feliz de todos los reyes anteriores. Tuvo el mando veinticinco años durante los cuales llevó su ejército contra Sidón, y combatió con los tirios por mar. Pero había de alcanzarle la mala suerte, y le alcanzó con la ocasión que narraré más por extenso en mis relatos líbicos, y suscintamente por ahora. Apries envió un gran ejército contra los de Cirene y sufrió una gran derrota. Los egipcios le echaron la culpa y se sublevaron contra él, pensando que los había enviado con premeditación a un desastre para que pereciesen y él mandase con más seguridad al resto de los egipcios. Indignados por ello se sublevaron abiertamente, así los que habían vuelto como los amigos de los que habían perecido”.
or error omití el apartado ciento cincuenta y tres, donde Heródoto nos habla de Psamético y la construcción de los pórticos : “Apoderado Psamético de todo Egipto, levantó en honor de Hefesto, en Menfis, los pórticos que miran al viento Sur, y enfrente de los pórticos levantó en honor de Apis un patio, en el que se cría Apis, cuando aparece, rodeado de columnas y lleno de figuras; en lugar de columnas, sostienen el patio unos colosos de doce codos”
Y volviendo al desorden que monte trataré de volver a seguir el orden en mi próximo post.En el apartado ciento sesenta y dos, Heródoto nos cuenta como Amasis intenta reprimir a los sublevados: Enterado Apries de esto, envió a Amasis para que, con buenas palabras, hiciera desistir a los sublevados. Cuando Amasis llegó y trataba de reprimirles para que no se rebelasen, mientras hablaba, uno de ellos, que estaba a su espalda, le colocó un casco, y al ponérselo dijo que se lo ponía para proclamarle rey. No sentó mal esto a Amasis, según lo demostró, pues cuando le alzaron rey de Egipto los sublevados, se preparó para marchar contra Apries. Informado Apries de lo sucedido, envió contra Amasis a un hombre principal entre los egipcios que le rodeaban, por nombre Patarbemis, con orden de que le trajera vivo a Amasis. Cuando llegó Patarbemis y llamó a Amasis, éste, que se hallaba a caballo, levantó el muslo e hizo una chocarrería diciéndole que la remitiese a Apries. No obstante
Pasamos al apartado ciento sesenta y cuatro , aquí Heródoto nos habla sobre las diferentes clases de egipcios: “Hay siete clases de egipcios de las cuales una se llama la de los sacerdotes, otra la de los guerreros, otra la de boyeros, otra la de porquerizos, otra la de mercaderes, otra la de intérpretes y otra la de pilotos. Todas éstas son las clases de los egipcios, y toman nombre de sus oficios. Los guerreros se llaman calasiries y hermotibies, y pertenecen a los siguientes nomos (pues todo Egipto está dividido en nomos)”
En el apartado ciento sesenta y cinco de Euterpe, Heródoto nos habla de los nomos: “Éstos son los nomos de los hermotibies: el de Busiris, Sais, Quemmis, Papremis, la isla llamada Prosopitis y la mitad de Nato. De esos nomos son naturales los hermotibies quienes, cuando alcanzaron su mayor número, eran ciento sesenta mil hombres. Ninguno de ellos ha aprendido oficio alguno, sino que se dedican a las armas.”
En el apartado ciento sesenta y seis, Heródoto nos sigue hablando de los nomos: “A los calasiries corresponden estos otros nomos: el de Bubastis, Tebas, Aftis, Tanis, Mendes, Sebenis, Atribis, Faraitis, Tmuis, Onofis, Anitis, y Miécforis (este nomo mora en una isla frente a la ciudad de Bubastis). Esos nomos son de los calasiries quienes, cuando alcanzaron su mayor número, eran doscientos cincuenta mil hombres. Tampoco les está permitido a éstos ejercer ningún oficio, y ejercen solamente los de la guerra, de padres a hijos.”
En su apartado ciento sesenta y siete, Heródoto nos dice, con rspecto a los oficios : “No puedo decir con certeza si esto lo han adoptado los griegos de los egipcios, pues veo que tracios, escitas, persas, lidias, y casi todos los bárbaros, tienen en menor estima entre sus conciudadanos a los que aprenden algún oficio y a sus hijos; y tienen por nobles a los que desechan los trabajos manuales, y mayormente a los que se dedican a la guerra. Lo cierto es que han adoptado este juicio todos los griegos, y principalmente los lacedemonios: los corintios son los que menos vituperan a los artesanos”
Heródoto, en su apartado ciento sesenta y ocho nos habla de las clases egipcias que tenían privilegios especiales, pero leamos lo que nos dice: “Los guerreros eran los únicos entre los egipcios, quitando los sacerdotes, que tenían estos privilegios especiales: cada uno tenía reservadas doce aruras de tierra, libres de impuesto. (La arura tiene por todos lados cien codos egipcios, y el codo egipcio es igual al samio). Tenían ese privilegio todos juntos, los siguientes los disfrutaban sucesivamente, nunca unos mismos. Cada año mil calasiries y otros tantos hermotibies servían de guardia al rey: a éstos, además de las aruras, se les daban otras prerrogativas: cinco minas de pan cocido a cada uno, dos minas de carne de vaca y cuatro jarros de vino. Tal era la ración que se daba a los que estaban de guardia”
En el apartado ciento sesenta y unueve nos habla de Apries y Amasis : “Después de marchar al encuentro, Apries al frente de los auxiliares, y Amasis al de todos los egipcios, llegaron a la ciudad de Momenfis y empezaron el combate. Bien combatieron los extranjeros, pero fueron vencidos por ser muy inferiores en número. Apries, según dicen, pensaba que ni un dios podía derribarle de su trono: tan firmemente creía habérselo establecido. No obstante, fue derrotado entonces en ese encuentro y hecho prisionero, y fue conducido a la ciudad de Sais, al palacio antes suyo y entonces ya de Amasis. Por algún tiempo vivió en el palacio y Amasis le trató bien; pero como los egipcios murmuraban diciendo que no obraba con justicia manteniendo al peor enemigo, tanto de ellos como de él mismo, al fin entregó Apries a los egipcios. Ellos le estrangularon y enterraron en las sepulturas de sus antepasados, las cuales se hallan aún en el santuario de Atenea, muy cerca del templo, al entrar a mano izquierda. Los moradores de Sais dieron sepultura a todos los reyes naturales de este nomo dentro, en el santuario. Pues aunque el monumento de Amasis está más apartado del templo que el de Apries y de sus progenitores, también está, con todo, en el patio del santuario; es un pórtico de piedra, grande, adornado de columnas a modo de troncos de palma, con otros suntuosos ornamentos: dentro del pórtico hay dos portales, y en ellos está el ataúd.”
En el apartado ciento setenta , Heródoto nos habla del santuario de Atenea: “También está en Sais, en el santuario de Atenea, a espaldas del templo y contiguo a todo su muro, el sepulcro de aquel cuyo nombre no juzgo pío proferir a este propósito. Dentro del recinto se levantan también dos grandes obeliscos de piedra, y junto a ellos hay un lago hermoseado con un pretil de piedra bien labrada en círculo, tamaño, a mi parecer, como el lago de Delo, que llaman redondo”
En el apartado ciento setenta y uno, Heródoto nos describe los misterios egipcios.” En ese lago hacen de noche representaciones de la pasión de Aquél, a las cuales los egipcios llaman misterios. Acerca de esto, aunque sé más sobre cada punto, guardaré piadoso silencio. Y respecto a la iniciación de Deméter, que los griegos llaman tesmoforia, también guardaré piadoso silencio, salvo para lo que de ella sea pío decir. Las hijas de Dánao fueron quienes trajeron estos misterios del Egipto y los enseñaron a las mujeres pelasgas; luego, cuando los dorios arrojaron toda la población del Peloponeso, se perdió esta iniciación; los árcades, que de los peloponesios fueron quienes quedaron sin ser arrojados, son los únicos que la conservaron”.
En su apartado ciento setenta y dos, Heródoto nos habla de de Apries y Amasis: “Así derrocado Apries, reinó Amasis, que era del nomo de Sais, y la ciudad de que venía se llama Siuf. Al principio, los egipcios no hacían mucho caso de Amasis y le desdeñaban como a hombre antes plebeyo y de familia oscura; mas luego él se los atrajo con discreción y sin arrogancia. Entre otras infinitas alhajas, tenía Amasis una bacía de oro, en la que, así él como todos sus convidados, se lavaban los pies en cada ocasión; la hizo pedazos y mandó forjar con ellos la estatua de una divinidad, que erigió en el sitio más conveniente de la ciudad. Los egipcios acudían a la estatua y la veneraban con gran fervor. Ámasis, enterado de lo que hacían los ciudadanos, convocó a los egipcios y les reveló que la estatua había salido de la bacía en la que antes vomitaban, orinaban y se lavaban los pies, y que entonces veneraban con gran fervor; pues bien, les dijo, había pasado con él lo mismo que con la bacía; si antes había sido plebeyo, ahora era rey, y les ordenaba que le honraran y respetaran.”
En el apartado ciento setenta y tres, Heródoto nos sigue hablando de Amasis:”De tal modo se atrajo a los egipcios, al punto de que tuvieran por bien ser sus siervos. El orden que guardaba en sus asuntos era el siguiente: por la mañana, hasta la hora en que se llena el mercado, despachaba con tesón los negocios que le presentaban; pero desde esa hora lo pasaba bebiendo y burlando de sus convidados, y se mostraba frívolo y chocarrero. Pesarosos sus amigos, le reconvinieron en estos términos: Rey, no te gobiernas bien precipitándote a tanta truhanería. Tú, majestuosamente sentado en majestuoso trono, debías despachar todo el día los negocios, y así sabrían los egipcios que están gobernados por un gran hombre y tú tendrías mejor fama. Lo que ahora haces es muy impropio de un rey. Amasis les replicó así: Los que poseen un arco, lo tienden cuando precisan emplearlo, porque si lo tuvieran tendido todo el tiempo, se rompería y no podrían usarlo en el momento necesario. Tal es la condición del hombre; si quisiera estar siempre en una ocupación seria sin entregarse a ratos a la holganza, se volvería loco o mentecato, sin darse cuenta. Y por saber esto, doy parte de mi tiempo al trabajo y parte al descanso. Así respondió a sus amigos.”
Y en el apartado ciento setenta y cuatro, sigue siendo Amasis el protagonista: “Es fama que Amasis, aun cuando particular, era amigo de convites y de burlas, y nada serio; cuando por entregarse a la bebida y a la buena vida, le faltaba lo necesario, iba robando por aquí y por allá. Los que afirmaban que les había robado lo llevaban, pese a sus negativas, ante el oráculo que cada cual tuviese; muchas veces los oráculos le condenaron y muchas veces le dieron por inocente. Cuando fue rey hizo esto: con todos los dioses que le habían absuelto del cargo de ladrón, ni se preocupó de sus templos, ni dio nada para mantenerlos, ni acudía a sacrificar, por no merecer nada y tener oráculos falsos, pero de todos los que le habían condenado por ladrón, se preocupó muchísimo, por ser dioses de verdad, que pronunciaban oráculos veraces.”
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