Pasamos al párrafo veintiséis de Talía, aquí Heródoto nos habla de la expedición contra los etíopes: “Tal fue la suerte de la expedición contra los etíopes. Las tropas destacadas para la campaña contra los ammonios, partieron de Tebas y marcharon con sus guías; consta que llegaron hasta la ciudad de Oasis (que ocupan los samios, originarios, según se dice, de la tribu escrionia), distante de Tebas siete jornadas de camino a través del arenal; esta región se llama en lengua griega Isla de los Bienaventurados. Hasta este paraje es fama que llegó el ejército; pero desde aquí, como no sean los mismos ammonios o los que de ellos lo oyeron, ningún otro lo sabe: pues ni llegó a los ammonios ni regresó. Los mismos ammonios cuentan lo que sigue: una vez partidos de esa ciudad de Oasis avanzaban contra su país por el arenal; y al llegar a medio camino, más o menos, entre su tierra y Oasis, mientras tomaban el desayuno, sopló un viento Sur, fuerte y repentino que, arrastrando remolinos de arena, les sepultó, y de este modo desaparecieron. Así cuentan los ammonios que pasó con este ejército.”
En el parrafo veintisiete de Talía,, Heródoto nos habla de Cambises ,su llegada a Menfis y el recibimiento de los egipcios al rey:” Después que Cambises llegó a Menfis, se apareció a los egipcios Apis, al cual los griegos llaman Épafo; y al aparecerse, los egipcios vistieron sus mejores ropas y estuvieron de fiesta. Cuando Cambises vió que tal hacían los egipcios, totalmente persuadido de que celebraban estos regocijos por el mal éxito de su empresa, llamó a los magistrados de Menfis; cuando estuvieron en su presencia, les preguntó por qué antes, mientras estaba en Menfis, no habían dado los egipcios muestra alguna de alegría, y la daban ahora, que volvía con gran pérdida de su ejército. Los magistrados le explicaron que se les habla aparecido, un dios que solía aparecerse muy de tarde en tarde, y que en cuanto aparecía hacían fiesta gozosos todos los egipcios. Al oír esto, Cambises dijo que mentían y les condena a muerte por embusteros.”
En el apartado veintiocho de Talía, Heródoto nos cuenta que después de asesinar a los magistrados, Cambises habla con los sacerdotes sobre Apis: “Después de matar a los magistrados, llamó Cambises segunda vez a los sacerdotes; como éstos le dijeron lo mismo, replicó Cambises que no se le había de ocultar si era un dios manso el que les había llegado a los egipcios. Y sin agregar más mandó a los sacerdotes que le trajeran a Apis; ellos fueron a traérselo. Este Apis o Épafo es un novillo nacido de una vaca que después ya no puede concebir otra cría; dicen los egipcios que baja del cielo un resplandor sobre la vaca, por el cual concibe a Apis. Este novillo llamado Apis tiene tales señas: es negro con un triángulo blanco en la frente, la semejanza de un águila en el lomo, los pelos de la cola dobles y un escarabajo bajo la lengua.”
En el párrafo veintinueve, Heródoto nos cuenta como Cambises quiso matar a Apis, hiriéndole y mofándose de él mandó azotar a los sacerdotes: “Cuando los sacerdotes trajeron a Apis, Cambises, como que era alocado, desenvainó la daga, y queriendo dar a Apis en el vientre, le hirió en un muslo; y echándose a reír dijo a los sacerdotes: Malas cabezas, ¿así son los dioses, de carne y hueso, y sensibles al hierro? Digno de los egipcios, por cierto, es el dios; pero vosotros no os regocijaréis de haber hecho mofa de mí. Dicho esto, mandó a sus ejecutores que azotaran a los sacerdotes y que mataran a los demás egipcios que sorprendiesen celebrando la fiesta. Quedó deshecha la festividad de los egipcios, los sacerdotes fueron castigados, y Apis, herido en un muslo, expiraba tendido en su santuario. Cuando murió, a consecuencia de la herida, los sacerdotes le sepultaron a escondidas de Cambises.”
En el párrafo treinta de Talía, Heródoto nos cuenta que Cambises, enloqueció aún mas y se dedicó a comenter mas atrocidades. A causa de esta iniquidad, según cuentan los egipcios, Cambises enloqueció al punto, si bien ya antes no estaba en su juicio. En primer término asesinó a Esmerdis, que era hermano suyo de padre y madre, y a quien había despachado de Egipto a Persia, por envidia, pues había sido el único que llegó a tender como dos dedos el arco que habían traído los ictiófagos del etíope, de lo que ningún otro persa había sido capaz. Cuando Esmerdis hubo partido para Persia, Cambises vió en sueños esta visión: le pareció que venía de Persia un mensajero y le anunciaba que Esmerdis, sentado sobre el trono regio, tocaba el cielo con la cabeza. Receloso por su sueño de que su hermano le asesinase y se apoderase del reino, envió a Persia a Prexaspes, que le era el más fiel de los persas, para que le matase. Éste subió a Susa y mató a Esmerdis, según unos sacándole a caza, según otros, llevándole al mar Eritreo y ahogándole allí.
En el párrafo 31, Heródoto nos sigue hablando de los crímenes de Cambises y de cómo asesina a su hermana: “Éste, dicen, fue el primero de los crímenes de Cambises. En segundo lugar asesinó a su hermana, que le había seguido a Egipto, y era su esposa y hermana de padre y madre. He aquí cómo se casó con ella: antes nunca habían acostumbrado los persas casarse con sus hermanas. Cambises se prendó de una de sus hermanas y quiso casar con ella; como pensaba hacer una cosa inusitada, convocó a los jueces llamados regios y les preguntó si había alguna ley que autorizase, a quien lo quisiera, a casar con su hermana. Estos jueces regios son entre los persas ciertos varones escogidos basta la muerte o hasta que se les descubre alguna injusticia. Juzgan los pleitos de los persas y son intérpretes de las leyes patrias y todo está en sus manos. A la pregunta de Cambises respondieron a la vez justa y cautamente, diciendo que ninguna ley hallaban que autorizase al hermano a casar con la hermana, pero sí habían hallado otra ley que autorizaba al rey de los persas para hacer cuanto quisiese. Así, no abrogaron la ley por temor de Cambises, y, para no parecer en defensa de la ley, descubrieron otra en favor del que quería casar con sus hermanas. Casóse entonces Cambises con su amada, y sin que pasara mucho tiempo, tomó también a otra hermana. La que mató era la más joven de las dos, que le había seguido a Egipto.”
En el párrafo treinta y dos de Talía, Heródoto nos cuenta las dos diferentes historias acerca de la muerte de la esposa de Cambises: “ Su muerte, como la de Esmerdis, se cuenta de dos maneras. Los griegos cuentan que Cambises había azuzado un cachorro de león contra un cachorro de perro, y que también su mujer miraba la riña. Llevaba el perrillo la peor parte; pero otro perrillo, su hermano, rompió su atadura, corrió a su socorro, y siendo dos vencieron al leoncillo. Cambises miraba con mucho agrado, pero su esposa, sentada a su lado, lloraba; al notarlo Cambises le preguntó por qué lloraba, y ella respondió que, viendo el cachorro volver por su hermano, había llorado acordándose de Esmerdis, y pensando que Cambises no tenía quién volviese por él. A causa de esta palabra dicen los griegos que murió a manos de Cambises. Pero los egipcios refieren que, estando a la mesa, la mujer tomó una lechuga, la deshojó, y preguntó a su marido cómo le parecía mejor la lechuga, deshojada o llena de hojas, y respondiéndole Cambises que llena de hojas, replicó: Pues tú imitaste una vez esta lechuga, y despojaste la casa de Ciro. Enfurecido Cambises se lanzó sobre ella, que estaba encinta, y ella abortó y murió.”
En el párrafo treinta y tres de Talía, Heródoto continúa hablando de Cambises y de su crimen, contando las posibles casusas de su maldad: “Tales locuras cometió Cambises contra sus más cercanos deudos, ora fuese verdaderamente a causa de Apis, ora por otra razón, pues suelen ser muchas las desventuras que caen sobre los hombres. Se dice, en efecto, que Cambises padeció de nacimiento una grave enfermedad que llaman algunos mal sagrado; ciertamente no es increíble que, padeciendo el cuerpo grave enfermedad, tampoco estuviese sana la mente.”
Seguimos en Talía, en el párrafo treinta y cuatro Heródoto nos sigue contando sobre las demás locuras que Cambises cometió: “ Contra los demás persas cometió las siguientes locuras. Cuentan que dijo a Prexaspes, a quien entre todos honraba (era quien le traía los recados, y su hijo era copero de Cambises, lo que no era poca honra). Cuentan, pues, que le dijo: Prexaspes: ¿cómo me juzgan los persas? ¿Qué dicen de mí? Prexaspes respondió: Señor, en todo te alaban mucho, sino que dicen que te inclinas al vino más de lo debido. Eso dijo de los persas, y Cambises, encolerizado, replicó en estos términos: ¿Ahora, pues, dicen de mí los persas que me entrego al vino y he perdido la razón? Entonces tampoco lo que decían antes era verdad. Porque hallándose una vez antes en consejo con los persas y con Creso, preguntó Cambises cómo le juzgaban comparado con su padre Ciro. Respondieron ellos que era mejor que su padre, pues no sólo poseía todos sus dominios, sino que les había añadido el Egipto y el mar. Así dijeron los persas, pero Creso, que estaba presente, descontento de la sentencia, dijo a Cambises: Pues a mí, hijo de Ciro, no me pareces semejante a tu padre, pues no tienes todavía un hijo como el que él dejó en ti. Se agradó Cambises de lo que había oído y celebró la sentencia de Creso.”
Heródoto, en el párrafo treinta y cinco de Talía nos cuenta como Cambises mata al hijo de Prexaspes, demostrando que las cosas que hacia este rey eran hechos que realizada alguien que estaba loco: “ Haciendo memoria de este suceso, Cambises, airado, dijo a Prexaspes: Mira, pues, si los persas dicen la verdad o si son ellos los que desatinan al censurarme. Si disparo contra tu hijo, que está de pie en la antesala, y le acierto en medio del corazón, quedará claro que lo que dicen los persas nada vale; pero si yerro, quedará claro que los persas dicen la verdad y yo no estoy en mi juicio. Al decir esto tendió el arco -según cuentan- y tiró contra el mancebo; cayó éste y Cambises le mandó abrir para examinar el tiro; y al hallarse la flecha clavada en el corazón, se echó a reír y, lleno de gozo, dijo al padre del mancebo: Prexaspes, manifiesto ha quedado que no soy yo el loco, sino los persas los que desatinan. Dime ahora: ¿viste jamás entre todos los hombres alguien que tan certeramente disparase? Prexaspes, viendo a un hombre que no estaba en su juicio, y temiendo por sí mismo, respondió: Señor, a mi me parece que ni Dios mismo tira tan bien. Tal fue lo que cometió entonces; en otra ocasión, sin ninguna causa seria, mandó enterrar vivos y cabeza abajo a doce persas de la primera nobleza”.
Y seguimos con el apartado treinta y seis, donde Heródoto nos habla de Cambises y Creso, este último amonesta al rey y en respuesta el rey trata de asesinarle, pero Creso escapa:” Ante tales actos, Creso el lidio, juzgó oportuno amonestarle en estos términos: Rey, no sueltes en todo la rienda al brío juvenil, antes contente y reprímete. Bueno es ser previsor y sabia cosa la previsión. Tú das muerte, sin ninguna causa seria, a hombres que son tus compatriotas; das muerte a mancebos. Si haces muchos actos semejantes, mira que los persas no se te subleven. A mi tu padre me encargó encarecidamente que te amonestara y advirtiera lo que juzgase conveniente. Así le aconsejaba Creso dándole muestras de amor; pero Cambises le contestó en estos términos: ¿Y tú te atreves a aconsejarme?; ¿tú que tan bien gobernaste tu propia patria, y tan bien aconsejaste a mi padre, exhortándole a pasar el Araxes y marchar contra los maságetas, cuando querían ellos pasar a nuestros dominios? A ti mismo te perdiste dirigiendo mal a tu patria, y perdiste a Ciro que te escuchaba. Pero no te alegrarás, pues mucho hace que necesitaba tomar un pretexto cualquiera contra ti. Así diciendo, empuñaba su arco para dispararlo contra Creso, pero éste salió corriendo. Cambises, como no podía alcanzarle con sus flechas, ordenó a sus servidores que le cogieran y mataran. Los servidores, que conocían su humor, escondieron a Creso con este cálculo: si se arrepentía Cambises y le echaba de menos, se lo presentarían y recibirían regalos por haberle salvado la vida; y si no se arrepentía ni le echaba de menos, entonces le matarían. Y en verdad, no mucho tiempo después, Cambises echó de menos a Creso, y enterados de ello los servidores le anunciaron que Creso vivía. Dijo Cambises que se alegraba de que estuviera vivo Creso, pero que los que le habían salvado lo pagarían con la muerte. Y así lo hizo.”
Heródoto en el párrafo número treinta y siete de Talía, nos sigue hablando de Cambises y de la gran cantidad de locuras que cometió, mofandose y abriendo sepulcros y destrozando imágenes en los templos:”Muchas locuras como ésas cometió Cambises, así contra los persas como contra los aliados, mientras se detenía en Menfís, donde abría los antiguos sepulcros y examinaba los cadáveres. Entonces fue también cuando entró en el santuario de Hefesto e hizo gran burla de su estatua. Porque esta estatua de Hefesto es muy semejante a los patecos de Fenicia, que los fenicios llevan en la proa de sus trirremes. Para quien no los haya visto, haré esta indicación: es la imagen de un pigmeo. Asimismo Cambises entró en el santuario de los cabiros, donde no es lícito entrar a otro que el sacerdote, y hasta quemó las estatuas después de mucho mofarse. Esas estatuas también son semejantes a las de Hefesto, de quien, según dicen, son hijos los cabiros.”
En el número treinta y ocho de Talía, Heródoto indica que Cambises estaba loco por todo lo relatado anteriormente, tambien habla de las costumbres:” Por todo esto es para mí evidente que Cambises padecía gran locura; de otro modo, no hubiera intentado burlarse de las cosas santas y consagradas por la costumbre. Pues si a todos los hombres se propusiera escoger entre todas las costumbres las más hermosas, después de examinarlas, cada cual se quedaría con las propias: a tal punto cada cual tiene por más hermosas las costumbres propias. Por lo que parece que nadie sino un loco las pondría en ridículo. Y que tal opinen acerca de sus costumbres todos los hombres, por muchas pruebas puede juzgarse, y señaladamente por ésta: Darío, durante su reinado, llamó a los griegos que estaban con él y les preguntó cuánto querían por comerse los cadáveres de sus padres. Respondiéronle que por ningún precio lo harían, llamó después Darío a unos indios llamados calacias, los cuales comen a sus padres, y les preguntó en presencia de los griegos (que por medio de un intérprete comprendían lo que se decía) cuánto querían por quemar los cadáveres de sus padres, y ellos le suplicaron a grandes voces que no dijera tal blasfemia. Tanta es en estos casos la fuerza de la costumbre; y me parece que Píndaro escribió acertadamente cuando dijo que la costumbre es reina de todo.”
En el apartado treinta y nueve, Heródoto nos cuenta que los lacedemonios emprendieron sus campañas contra Samo y Polícrates:”Mientras Cambises hacía su expedición contra el Egipto, emprendieron los lacedemonios su campaña contra Samo y contra Polícrates, hijo de Eaces, que en una revolución se había apoderado de Samo. Al principio, dividió en tres partes el Estado y las distribuyó entre sus hermanos, Pantagnoto y Silosonte; pero después, como matara al uno y desterrara al más joven, Silosonte, poseyó la isla entera. En posesión de ella, ajustó un tratado de hospitalidad con Amasis, rey de Egipto, a quien envió presentes y de quien los recibió. En poco tiempo prosperaron de pronto los asuntos de Pohcrates, y andaban de boca en boca por Jonia y por el resto de Grecia, porque dondequiera dirigiese sus tropas, todo le sucedía prósperamente. Tenía cien naves de cincuenta remos y mil arqueros; pillaba y atropellaba a todo el mundo sin respetar a nadie porque, decía, más favor se hacia a un amigo restituyéndole lo que le había quitado que no quitándoselo nunca. Se había apoderado de muchas islas y de no pocas ciudades del continente y, particularmente, había vencido en combate naval y tomado prisioneros a los lesbios (quienes ayudaban con todas sus tropas a los milesios), los cuales, encadenados, abrieron todo el foso que ciñe los muros de Samo.”
Seguimos con la História de Heródoto y en el apartado cuarenta de Talía nos dice lo siguiente: “Amasis no ignoraba la gran prosperidad de Polícrates, pero esa misma prosperidad le preocupaba. Y como siguiera creciendo mucho más, escribió en un papiro estas palabras y las envió a Samo: Amasis dice así a Polícrates. Dulce es enterarse de la prosperidad de un huésped y amigo; pero tus grandes fortunas no me agradan, porque sé que la divinidad es envidiosa. En cierto modo, yo preferiría para mí, y para los que amo, triunfar en unas cosas y fracasar en otras, pasando la vida en tal vicisitud antes que ser dichoso en todo; porque de nadie oí hablar que, siendo dichoso en todo no hubiese acabado miserablemente, en completa ruina. Obedéceme, pues, y haz contra la fortuna lo que te diré. Piensa, y cuando halles la alhaja de más valor, y por cuya pérdida más sufras, arrójala, de modo que nunca más aparezca entre los hombres. Y si después de esto tus fortunas no alternan con desastres, remédiate de la manera que te aconsejo.”
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