jueves, 8 de diciembre de 2011

Poesía en el A. E- IV

lamentos fúnebres de plañideras



Su hija Baba grita:
¡Adónde vas, padre mío!
Su hija Iah-hotep grita:
¡Hacia quién debo ir, oh, padre mío!
Nehi, su esposa única y amada dice:
¡Adónde, pues, debo ir sin mi señor!
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Tú enriqueces mi corazón y haré por ti todo lo
Que desees cuando esté sobre tu pecho.
El deseo de ti entorpece mi vista:
Al verte, brillan mis ojos.
Yo me estrecho junto a ti cuando veo
Tu amor, hombre, gran dueño de mi corazón.
¡Qué bella es mi hora! Ojalá pudiese durar para mí la eternidad. Cuando duermo contigo,
exaltas mi corazón;
pero me entristezco si te alejas de mi.
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Adoro a la Dorada,
alabo su majestad,
celebro a la señora del cielo,
canto las alabanzas a Hathor, y la gloria de la dama soberana.

Le imploré; ella atendió mi plegaria
y me envió a mi señora.
Ella vino para verme,
Y así algo grande me adivino.

Me regocijé, me entregué al júbilo, sentí la plenitud,
cuando me fue dicho: “Mira, hela aquí”.

Ahora bien, ante ella que avanzaba, los jóvenes se inclinaban,
con gran amor hacia ella.

A mi diosa hice un voto;
pues ella me dio la amada
a lo largo de tres días, tras habérselo rogado.
Hace ahora cinco días que me ha abandonado.
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Quien guste del campo,
se halla en el país de La Dorada.
Que le traigan agua, a quien le gusta beber.

¡Ah, no se ha hartado de lágrimas!
Mi corazón no deja de llorar.
Está acostado y se vuelve un cadáver,
como si fuera a abandonar la tierra.

Se va y aflige a las dos viudas.
¡Háblame, Osiris, yo soy Isis!
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¡Ah mi señor, ahora estás cerca de mi!
Hoy te veo: tu perfume es el de Punt.
Las damas te desean la bienvenida.
Todos los dioses juntos se regocijan.

Regresas a tu mujer.
Su corazón late de amor por ti.
Te toma en sus brazos. No estás lejos de ella.
Es feliz al ver tu belleza





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