viernes, 25 de noviembre de 2011

La historia de Egipto según Heródoto V

En el apartado ciento setenta y seis, Heródoto nos habla de las edificaciones que Amasis manda construir: “En honor de Atenea edificó Amasis en Sais unos pórticos admirables, sobrepasando con mucho a todos en la altura y grandeza, así como en el tamaño y calidad de las piedras; además, consagró unos grandes colosos y enormes esfinges de rostro masculino, e hizo traer para reparaciones otras piedras de extraordinario tamaño. Acarreábanse estas, unas desde las canteras vecinas a Menfis, y otras, enormes, desde la ciudad de Elefantina, distante de Sais veinte días de navegación. Lo que de todo ello me causa no menor sino mayor admiración, es esto. Transportó desde Elefantina un templete de una sola pieza; lo transportaron durante tres años; dos mil conductores estaban encargados del transporte; todos los cuales eran pilotos. Esta cámara tiene por fuera veintiún codos de largo, catorce de ancho y ocho de alto. Esas son, por fuera, las medidas de la cámara de una sola pieza; pero por dentro tiene de largo dieciocho codos y veinte dedos; de ancho doce codos y de alto cinco. Hállase junto a la entrada del templo. No la arrastraron adentro, según dicen, por este motivo: mientras arrastraban la cámara, el que dirigía la obra, agobiado por el trabajo, prorrumpió en un gemido por el largo tiempo pasado; Amasis tuvo escrúpulo y no dejó que la arrastraran más adelante; dicen también algunos que pereció bajo ella un hombre de los que la movían con palancas, y por ese motivo no fue arrastrada al interior”.
En el apartado cuento setenta y seis , Heródoto nos sigue habland de las obras de Amasis: “En todos los demás templos renombrados dedicó asimismo Amasis obras dignas de contemplarse; y principalmente en Menfís, el coloso que yace boca arriba delante del templo de Hefesto, de sesenta y cinco pies de largo. En el mismo pedestal se levantan dos colosos de piedra etiópica, de veinte pies de altura cada cual, a un lado y a otro del grande. Otro coloso de piedra de igual tamaño hay en Sais, y tendido del mismo modo que el coloso de Menfis. Amasis fue también el que construyó en honor de Isis el santuario que está en Menfis, que es grande y muy digno de contemplarse”.
En su apartado ciento setenta y siete, Heródoto nos habla de la obligatoriedad de declarar ante el jefe del nomo las actividades que realiza :” Dícese que bajo el reinado de Amasis fue cuando el Egipto más prosperó, así por el beneficio que el río proporcionaba a la tierra, como por lo que la tierra proporcionaba a los hombres; y que había entonces allí, en todo, veinte mil ciudades habitadas. Amasis es quien dictó a los egipcios esta ley: cada año todo egipcio debe declarar al jefe de su nomo de qué vive; el que no lo hace ni declara un modo de vida legítimo, tiene pena de muerte. Solón de Atenas tomó del Egipto esta ley y la dictó a los atenienses, y éstos la observaran para siempre, porque es una ley sin tacha.”
En el apartado número ciento setenta y ocho, Heródoto nos narra como Amasis concede una ciudda y lugares para vivir a los griegos y para que construyeran sus templos: “Como amigo de los griegos, hizo Amasis mercedes a algunos de ellos, pero además, concedió a todos los que pasaban al Egipto, la ciudad de Náueratis como morada; y a los que rehusaran morar allí y venían en sus navegaciones, les dio lugares donde levantar a sus dioses altares y templos. Y por cierto el más grande de esos templos, el más famoso y más frecuentado, es el llamado Helenio. Éstas son las ciudades que lo levantaron en común: entre las jonias, Quío, Teos, Focea y Clazómenas; entre las dóricas, Rodas, Cnido, Halicarnaso y Fasélide; y entre las eolias, únicamente Mitilena. De estas ciudades es el templo, y ellas nombran los jefes de emporio, pues todas las demás ciudades que pretenden tener parte en el templo, lo pretenden sin ningún derecho. Separadamente erigieron los eginetas su templo de Zeus, los samios otro de Hera, y los milesios de Apolo”.
En el apartado ciento setenta y nueve de su Euterpe, Heródoto nos habla de la ciudad de Naueratis como emporio el Nilo; “Antiguamente Náueratis, y ninguna otra ciudad era el único emporio de Egipto; si alguien aportaba a cualquiera otra de las bocas del Nilo, había de jurar que no había sido su ánimo ir allá, y tras el juramento, debía navegar en su misma nave a la boca Canópica; y si los vientos contrarios le impedían navegar, debía rodear el Delta, transportando la carga en barcas hasta llegar a Náueratis: tal era el privilegio de Náueratis.”
En el apartado siguiente, ciento ochenta y uno, Heródoto nos habla d la contratación de la fábrica del templo, de la colecta y de Amasis: “Cuando los Anficciones contrataron por trescientos talentos la fábrica del templo que está ahora en Delfos (porque el que estaba antes ahí mismo se había quemado por azar), tocaba a los de Delfos contribuir con la cuarta parte de la contrata. Recorrían los de Delfos las ciudades recogiendo presentes, y en cada colecta no fue del Egipto de donde menos alcanzaron, pues Amasis les dió mil talentos de alumbre y los griegos establecidos en Egipto, veinte minas”.
En el aparado siguiente, ciento ochenta y uno, Heródoto hablade Amasis y además de Ládica :“Ajustó Amasis un tratado de amistad y alianza con los de Cirene, y no tuvo a menos casar allí, ya por antojo de tener una griega, ya aparte de esto por amistad con los de Cirene. Casó, pues, según unos, con una hija de Bato, hija de Arcesilao, según otros, con una hija de Critobulo, ciudadano principal, y su nombre era Ládica. Cuando Amasis se acostaba con ella, nunca podía llegar a conocerla, aunque se unía con las otras mujeres, y como siempre sucedía lo mismo, Amasis dijo a esta Ládica: -Mujer, me has hechizado, y nada te salvará de perecer de muerte que jamás se haya dado a mujer alguna. Como a pesar de las negativas de Ládica no se aplacaba Amasis, ella prometió en su mente a Afrodita que si esa noche la conocía Amasis -pues éste era el remedio de su desgracia- le enviaría una estatua a Cirene. Después de la promesa, la conoció inmediatamente Amasis, y desde entonces, siempre que se le allegaba Amasis la conocía, y después de eso la amó mucho. Ládica cumplió su promesa a la diosa, pues mandó hacer una estatua y la envió a Cirene, y se conserva allí hasta mis tiempos, colocada fuera de la ciudad. A esta Ládica, cuando Cambises se apoderó de Egipto, y supo por ella quién era, la remitió intacta a Cirene.”
En el apartado ciento ochenta y dos, Hérodoto nos habla de Amasis y de las ofrendas; “Amasis también consagró ofrendas en Grecia: en Cirene la estatua dorada de Atenea, y un retrato suyo pintado; en Lindo dos estatuas de piedra, ofrecidas a la Atenea de Lindo, un corselete de lino, obra digna de contemplarse; y dos retratos suyos, de madera, que hasta mis tiempos estaban en el gran templo, detrás de las puertas. Hizo las ofrendas de Samo, por el vínculo de hospedaje que tenía con Polícrates, hijo de Eaces; las de Lindo, no por ningún vínculo de hospedaje, sino porque es fama que levantaron el santuario de Atenea en Lindo las hijas de Dánao, allí arribadas cuando huían de los hijos de Egipto. Fue el primer hombre que tomó a Chipre y la redujo a pagar tributo”.
A fin de continuar la historia según Heródoto, paso a citar algunos párrafos de su tercer libro Talía. Hay todavía párrafos de Euterpe, que son anteriores al apartado por el cual empecé y que citaré en su momento.En el apartado primero de Talía, Heródoto nos habla de Cambises y de la expedición que realiza , además nos habla de la petición de la hija de Amasis y la entrega de Nitetis , pero leamos lo que nos dice: “Así pues, contra ese Amasis dirigió Cambises, hijo de Ciro, una expedición (en la cual llevaba consigo, entre otros súbditos suyos, a los griegos de Jonia y Eolia), por el siguiente motivo. Cambises había despachado a Egipto un heraldo para pedir a Amasis una hija, y la pidió por consejo de cierto egipcio, quien procedió así enfadado contra Amasis, porque éste le escogió entre todos los médicos egipcios, le arrancó de su mujer e hijos y le entregó a los persas cuando Ciro envió a pedir a Amasis un oculista, el mejor que hubiese en Egipto. Enfadado por este motivo el egipcio, incitaba con su consejo a Cambises, exhortándole a que pidiera una hija a Amasis, para que se afligiese si la daba y si no la daba incurriese en el odio de Cambises. Amasis, afligido y temeroso por el poder de Persia, ni podía darle su hija ni negársela, pues bien sabía que no la había de tener Cambises por esposa, sino por concubina. Con este pensamiento, hizo así. Había una hija del rey anterior, Apries, muy alta y hermosa, la única que había quedado de su casa; su nombre era Nitetis. Amasis adornó a esta joven con vestiduras y joyas y la envió a Persia, como hija suya. Al cabo de un tiempo, como Cambises la saludara llamándola con el nombre de su padre, la joven le respondió: Rey, no adviertes que te ha burlado Amasis, quien me cubrió de adornos y me envió como si te entregara su hija, pero en verdad soy hija de Apries, a quien Arnasis, sublevado con los egipcios, dió muerte, aunque era su propio señor. Esta palabra y este motivo llevaron contra Egipto, muy irritado, a Cambises, hijo de Ciro”.
En el apartado segundo de Talía, Heródoto nos cuenta de lo que pasó cuando cuando Amasis no quiso enviar a su propia hija:”Así cuentan los persas; pero los egipcios se apropian a Cambises, pretenden que nació cabalmente de esta hija de Apries, porque fue Ciro quien pidió una hija a Amasis, y no Cambises. Pero al decir esto no dicen bien; y de ningún modo ignoran (pues si algún pueblo conoce las costumbres de los persas, ese pueblo es el egipcio) primero, que no es costumbre entre ellos reinar el bastardo existiendo un hijo legítimo; y en segundo lugar, que Cambises era hijo de Casandana, hija de Famaspes, varón Aqueménida, y no de la egipcia. Los egipcios, por fingirse parientes de la casa de Ciro, trastornan la historia. Tales son sus pretensiones.”
En el apartado tercero de Talía, Heródoto nos habla de una historia sobre una mejer que visita a las esposas de Ciro: “También se cuenta la historia siguiente, para mí no verosímil. Cierta mujer persa fue a visitar las esposas de Ciro, y viendo alrededor de Casandana hijos hermosos y crecidos, llena de admiración, los colmó de alabanzas. Y Casandana, que era mujer de Ciro, replicó así: Aunque soy madre de tales hijos, Ciro me afrenta, y tiene en estima a la esclava de Egipto. Así dijo, irritada contra Nitetis, y Cambises, el mayor de sus hijos, repuso: Pues bien, madre, cuando yo sea hombre pondré en Egipto lo de arriba abajo y lo de abajo arriba. Tales palabras dijo Cambises, niño de unos diez años, con admiración de las mujeres; y como recordara su promesa; cuando llegó a la edad varonil, y tomó posesión del reino, emprendió la expedición contra Egipto”
Continuamos con la narración de Heródoto en Talía, esta vez en el apartado cuarto.Fanes enojado con Amasis quiere encontrarse con Cambises… “Acaeció también este otro suceso que contribuyó a esa expedición. Servía entre los auxiliares de Amasis un hombre originario de Halicarnaso de nombre Fanes, de buen entendimiento y bravo en la guerra. Este Fanes, enojado contra Amasis, por cierto motivo, escapó de Egipto en un barco con ánimo de hablar con Cambises. Como tenía no poco crédito entre los auxiliares, y conocía con mucha exactitud las cosas de Egipto, Amasis envió en su seguimiento, empeñado en cogerle. Envió en su seguimiento despachando tras él en una trirreme al más fiel de sus eunucos; éste le cogió en Licia, pero no le trajo a Egipto, pues Fanes le burló con astucia: embriagó a sus guardias y escapó a Persia. Cuando Cambises, resuelto a marchar contra el Egipto, no veía cómo hacer la travesía y cruzar el desierto, se presentó Fanes y le dió cuenta de la situación de Amasis, y entre otras cosas le explicó la travesía, exhortándole a que despachase mensajeros al rey de los árabes, para pedirle que le proporcionase pasaje seguro.”
En el apartado quinto de Talía, Heródoto nos sigue narrando la historia describiendo como estaban distribuidos los diferentes pueblos:”Sólo por allí hay entrada abierta para Egipto. Porque desde Fenicia hasta las lindes de la ciudad de Caditis la tierra es de los sirios llamados palestinos; desde la ciudad de Caditis, no mucho menor a mi parecer que la de Sardes, desde allí, los emporios de la costa hasta Yeniso, son del rey árabe; desde Yeniso es otra vez de los sirios hasta el lago Serbónide, cerca del cual corre hasta el mar el monte Casio; y, desde el lago Serbónide, donde es fama que Tifón se ocultó, desde allí ya es Egipto. El espacio entre la ciudad de Yeniso y el monte Casio y lago Serbónide, que es un territorio no pequeño sino de tres días de camino, es atrozmente árido.”
En el apartado sexto de Talía, Heródoto nos habla de las importaciones y de las tinajas de vino, como objeto de esa importación: “Voy a decir algo en que han pensado pocos de los que acuden por mar a Egipto. Cada año se importa en el Egipto de toda Grecia y también de Fenicia, tinajas llenas de vino, y no es posible ver ni una sola tinaja vacía, por decirlo así. ¿Dónde sé emplean, pues?, podría preguntarse. Yo lo explicaré. Cada gobernador debe recoger todas las tinajas de su ciudad y llevarlas a Menfis, y los de Menfis deben transportarlas llenas de agua a esos desiertos de Siria. Así, las tinajas que llegan a Egipto y se vacían allí, son transportadas a Siria, donde se agregan a las antiguas.”
Heródoto, en el apartado séptimo de Talía , continua con el relato del agua y nos cuenta como Cambises pide seguridad a través de mensajeros: “Los persas fueron quienes, apoderados apenas de Egipto, aparejaron la entrada proveyéndola de agua, según he referido. Mas como no existía entonces provisión de agua, Cambises, instruido por su huésped halicarnasio, envió mensajeros al árabe para pedirle seguridad y la obtuvo empeñando su fe y recibiendo la de aquél”.
Pasamos al apartado número 8 de Talía, Heródoto nos cuenta la ceremonia de la fe invocando a Dionisio y Urania: “ Respetan los árabes la fe prometida como los que más y la empeñan del siguiente modo. En medio de las dos personas que quieren empeñarla, se coloca otro hombre que con una piedra aguda les hace una incisión en la palma de la mano cerca del pulgar; toma luego pelusa del vestido de entrambos, y unge con la sangre siete piedras puestas en medio, y al hacerlo invoca a Dioniso y a Urania. Cuando el tercero ha concluido esta ceremonia, el que ha empeñado su fe recomienda a sus amigos el extranjero, o el ciudadano, si la empeña con un ciudadano; y los amigos, por su parte, miran como deber respetar la fe prometida. De los dioses, los árabes reconocen sólo a Dioniso y a Urania, y dicen que se cortan el pelo de igual modo que el mismo Dioniso; y se lo cortan a la redonda, rapándose las sienes. Llaman a Dioniso, Urotalt, y a Uranía, Alilat.”

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