viernes, 25 de noviembre de 2011

La historia de Egipto según Heródoto VIII

En el apartado cuarenta y uno de Talía, Heródoto nos cuenta como después de lear la carta, Polícrates se desprende de su sello de oro: “ Leyó Polícrates la carta, y comprendiendo que Amasis le aconsejaba bien, buscó cuál sería la alhaja cuya pérdida más afligiría su alma; y buscándolo halló que sería ésta: tenía un sello que solía llevar, engastado en un anillo de oro; era una piedra esmeralda, obra de Teodoro de Samo, hijo de Telecles. Resuelto, pues, a desprenderse de ella, hizo así: tripuló una de sus naves de cincuenta remos, se embarcó en ella, y luego ordenó entrar en alta mar; y cuando estuvo lejos de la isla, se quitó el anillo a vista de toda la tripulación, y lo arrojó al mar. Después de hecho, dió la vuelta y llegó a su palacio lleno de pesadumbre.”
En el párrafo número cuarenta y dos, Heródoto nos sigue contando lo siguiente con respecto al sello que habia arrojado Polícrates y su recuperación en un pez: : “Pero al quinto o sexto día le sucedió este caso. Un pescador cogió un pez grande y hermoso que le pareció digno de darse como regalo a Polícrates; fue con él a las puertas del palacio y dijo que quería llegar a presencia de Policrates, concedido lo cual, dijo al entregar el pez: Rey, cogí este pescado y no juzgué justo llevarlo al mercado, aunque vivo del trabajo de mis manos, antes me pareció digno de ti y de tu majestad. Por eso lo traigo y te lo doy. Agradado Polícrates de sus palabras, le respondió así: Muy bien has hecho; doblemente te lo agradezco por tus palabras y por tu regalo, y te invitamos a comer. El pescador volvió a su casa muy ufano con el agasajo. Pero los criados de Polícrates al partir el pescado, hallaron en su vientre el sello de Polícrates. No bien lo vieron y lo tomaron a toda prisa, lo llevaron gozosos a Polícrates, y al entregarle el sello le contaron de qué modo lo hablan hallado. Como a él le pareció aquello cosa divina, escribió en un papiro cuanto habla hecho y cuanto le había acontecido, y después de escribir lo envió a Egipto.”
m el páarafo cuantenta y tres de Talía, Heródoto sigue contando la história, el papiro llega a Egipto y Amasis lo lee: “Leyó Amasis el papiro que llegaba de parte de Polícrates, y comprendió que era imposible para un hombre librar a otro de lo que le estaba por venir, y que Polícrates, en todo tan afortunado que aun lo que arrojaba encontraba, no había de acabar bien. Envió un heraldo a Samo y declaró que disolvía el tratado de hospitalidad. Hizo esto por el siguiente motivo: para que, cuando una grande y terrible desdicha cayera sobre Polícrates, no tuviera que sufrir él por la suerte de su huésped.”
En el apartado cuarenta y cuatro de Talía, Heródoto nos sigue contando como Polícacres despacha un heraldo a Cambises además de enviarle tres sospechosos de rebeldía ya que había pedido tropa: “ Contra este hombre, pues, dichoso en todo, hacían una expedición los lacedemonios, llamados al socorro de los samios, que después fundaron a Cidonia en Creta. Polícrates, a escondidas de los samios, despachó un heraldo a Cambises, hijo de Ciro, que estaba reuniendo el ejército contra Egipto, y le pidió que enviara a Samo una embajada para pedirle tropa. Al oír esto, Cambises envió de buena gana a Samo a pedir a Polícrates le mandase su flota contra el Egipto. Polícrates eligió de entre los ciudadanos los más sospechosos de rebeldía y los despachó en cuarenta trirremes, encargando a Cambises no los enviara de vuelta.”
En el apartado número cuarenta y cinco, Heródoto nos cuenta de las diferentes historias que acontecieron los samios: “Dicen unos que no llegaron a Egipto los samios despachados por Polícrates, sino que al acercarse en su navegación a Cárpato, cayeron en la cuenta y acordaron no pasar adelante. Dicen otros que llegaron a Egipto, y, aunque vigilados, desertaron de allí. Al volver a Samo, Polícrates les salió al encuentro con sus naves y les presentó batalla; quedaron victoriosos los que regresaban y desembarcaron en la isla, pero fueron derrotados en un combate y entonces se hicieron a la vela para Lacedemonia. Hay quienes dicen que los fugitivos de Egipto también por tierra vencieron a Polícrates; pero, a mi parecer, no dicen bien: pues no tendrían ninguna necesidad de llamar en su socorro a los lacedemonios, si ellos mismos se bastaban para someter a Polícrates. Además, no es verosímil que un hombre que poseía gran muchedumbre de auxiliares, mercenarios y arqueros del país, fuera derrotado por los samios que regresaban, pocos en número. Polícrates había juntado en los arsenales a los hijos y mujeres de los ciudadanos que estaban a su mando, y si éstos se entregaban a los que regresaban, los tenía listos para quemarlos con los mismos arsenales.
En el apartado cuarenta y seis de Talía, Heródoto nos habla de los expulsados, su necesidad y de cómo hablaron a Polícrates: “Cuando los samios expulsados por Polícrates llegaron a Esparta, se presentaron ante los magistrados y hablaron largamente, como muy necesitados. Respondieron los magistrados en la primera audiencia, que no recordaban el principio de la arenga ni habían entendido el fin. Luego, al presentarse por segunda vez; los samios trajeron una alforja y sólo dijeron: la alforja necesita harina. Los magistrados les respondieron que la alforja estaba de más, pero resolvieron socorrerles.”
Seguimos en Talia, ahora el apartado número cuarenta y siete, Heródoto nos cuenta como los samios hicieron la expedición contra Samo… “Luego que hicieron sus preparativos, emprendieron los lacedemonios la expedición contra Samo, pagando un beneficio, según dicen los samios, pues antes ellos les habían socorrido con sus naves contra los mesenios; aunque, según dicen los lacedemonios, no emprendieron tanto la expedición para vengar a los samios que les pedían ayuda, como para vengarse del robo de la copa que llevaban a Creso, y del coselete que les enviaba en don Amasis, rey de Egipto. Los samios, en efecto, habían arrebatado el coselete un año antes que la copa. Era de lino, con muchas figuras entretejidas con oro y lana de árbol; pero lo que lo hace digno de admiración es cada hilo ya que, con ser delgado, tiene en sí trescientos sesenta hilos, todos visibles. Idéntico a éste es asimismo el coselete que Amasis consagró a Atenea en Lindo.”
Continuando con Talía, en el apartado cuanrenta y ocho, Heródoto nos habla de Periandro y la expedición de los trescientos niños para convertirlos en eunucos y lo que les sucedió después:”.También los corintios colaboraron con empeño para que se efectuase la expedición contra Samo. Porque también habían recibido de los samios un ultraje una generación antes de esta expedición, al mismo tiempo que el robo de la copa. Periandro, hijo de Cípselo, despachó a Sardes al rey Alíates trescientos niños de las primeras familias de Corcira, para que los hiciese eunucos. Cuando los corintios que conducían a los niños arribaron a Samo, informados los samios del motivo con que se los llevaba a Sardes, lo primero enseñaron a los niños a no apartarse del santuario de Ártemis, y luego no permitieron que se arrancase del santuario a los suplicantes, y como los corintios no dejaban pasar víveres para los niños, los samios instituyeron una festividad que se celebra todavía del mismo modo. Al caer la noche, todo el tiempo que los niños se hallaban como suplicantes, formaban coros de doncellas y mancebos, y al formarlos establecieron la costumbre de que llevasen tortas de sésamo y miel para que los niños de Corcira se las quitasen y tuviesen alimento. Así se hizo hasta que los guardias corintios de los niños se marcharon y los abandonaron. Los samios llevaron de vuelta los niños a Corcira"
eguimos con lo que nos cuenta Heródoto en el apartado cuarenta y nueve:”Si a la muerte de Periandro los corintios hubiesen estado en buenas relaciones con los corcireos, no hubieran colaborado en la expedición contra Samo a causa de ese motivo; el caso es que desde que colonizaron la isla, siempre están en desacuerdo, aunque son de una misma sangre. Por esa causa los corintios guardaban rencor a los samios.”
En el apartado siguiente, el número cincuenta, Heródoto nos cuenta que Periandro, que había matado a su esposa Melisa, y uno de sus hijos, Licofrón , una vez que se enetera del suceso por boca de su abuelo , no quiere volver a hablar a su padre y es echado del palacio: “Periandro envió a Sardes los niños escogidos de entre los principales corcireos para que los hiciesen eunucos, en venganza: porque los corcireos fueron los que empezaron por cometer contra él un crimen inicuo. En efecto: después que Periandro quitó la vida a su misma esposa Melisa, aconteció que además de la desgracia pasada le pasó esta otra. Tenía dos hijos habidos en Melisa, uno de dieciséis y otro de dieciocho años de edad. Su abuelo materno, Procles, que era tirano de Epidauro, envió por ellos y les agasajó como era natural, siendo hijos de su hija. Al tiempo de despedirles, les dijo mientras les acompañaba: Hijos míos, ¿sabéis acaso quién mató a vuestra madre? El mayor no tuvo en cuenta para nada esa palabra; pero el menor, cuyo nombre era Licofrón, se afligió de tal modo al oírla que, vuelto a Corinto, no quiso hablar a su padre, porque era el asesino de su madre; cuando le hablaba no le respondía, y si le interrogaba no le daba palabra. Al fin, Periandro, lleno de enojo, le echó de su palacio.”
En el apartado número 51 de Talía, Heródoto nos sigue contando la historia sobre el hijo expulsado por Periandro. “Después de echarle, Periandro interrogó al mayor sobre lo que le había dicho su abuelo materno. El mozo le contó con qué agasajo les había recibido, pero no recordó aquella palabra que Procles había dicho al despedirles, como que no la había comprendido; Periandro dijo que aquél no podía menos de haberles aconsejado algo, y porfiaba en la interrogación; hizo memoria el mozo y lo refirió también. Comprendió Periandro, y resuelto a no mostrar flojedad alguna, envió un mensajero a aquellos con quienes moraba el hijo arrojado por él, prohibiéndoles que le recibieran en su casa; y cuando el joven, rechazado, iba a otra casa, era rechazado también de ésa, porque Periandro amenazaba a los que le habían recibido y ordenaba que le arrojasen. Así rechazado, se fue a casa de otros amigos, quienes, aunque llenos de temor, al cabo, por ser hijo de Periandro, le recibieron.”
Seguimos con lo que nos cuenta Heródoto y en el apartado cincuenta y dos de Talía, nos habla de lo que pasó al hijo de Periandro, cuando nadie podía acogerle en su casa y como apiadado de la situación de su hijo le da una oportunidad para que vuelva a palacio: “ Al fin, Periandro echó un bando para que quien le acogiera en su casa o le hablara tuviera que pagar una multa dedicada a Apolo, y fijaba su importe. A consecuencia de este pregón nadie quería hablarle ni recibirle en su casa, y por lo demás él mismo no tenía por bien intentar lo prohibido y, sin cejar en su proceder, andaba bajo los pórticos. Al cuarto día, viéndole Periandro sucio y hambriento, se apiadó, y aflojando su cólera, se le acercó y le dijo: Hijo, ¿cuál de estas dos cosas es preferible, el estado en que por tu voluntad te encuentras o ser dócil a tu padre y heredar el señorío y los bienes que hoy poseo? Siendo hijo mío y rey de la opulenta Corinto, has elegido una vida de pordiosero, por oponerte y encolerizarte contra quien menos debías. Si alguna desgracia hubo en aquello por lo cual me miras con recelo, para mí la hubo y yo soy el que llevo la peor parte, pues soy el que lo cometí. Tú que has podido ver cuánto más vale ser envidiado que compadecido, y a la vez, cuán grave es enemistarte con tus padres y con tus superiores, vuelve a palacio. Así quería aplacarle Periandro, pero el joven no dió a su padre más respuesta, que decirle que debía la multa dedicada al dios por haberle hablado. Vio Periandro que el mal de su hijo era irremediable e invencible, y le apartó de su vista, enviándole en una nave para Corcira, de donde era también soberano. Después de enviarle, Periandro marchó contra su suegro Prodes, a quien tenía por el principal autor de sus presentes desventuras; tomó a Epidauro y tomó a Prodes, a quien tuvo cautivo.”

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