viernes, 25 de noviembre de 2011

La historia de Egipto según Heródoto III

Y siguiendo con la narración de Heródoto , en el apartado ciento treinta y seis nos cuenta que Asiquis fue quien reinó en Egipto después, y los monumentos construidos y prestamos entre la población, pro leamos lo que nos dice:”“Dejo de hablar de Rodopis. Contaban los sacerdotes que, después de Micerino, fue rey de Egipto, Asiquis, que mandó hacer los pórticos del templo de Hefesto que dan al Levante, y que son con mucho los más bellos y los más grandes; pues aunque todos los pórticos tienen figuras esculpidas y presentan infinita variedad de fábrica, aquéllos sobresalen con gran ventaja. En su reinado, por ser muy escasa la comunicación de dinero, se dictó entre los egipcios una ley por la cual se daba en prenda el cadáver de su padre; y se añadió más todavía a esa ley: que el que diera un préstamo era dueño de todo el sepulcro del que lo tomaba; y al que empeñaba esa prenda y no quería pagar su deuda, se le impuso la pena de no poder ser enterrado al morir, ni en la tumba de sus mayores ni en otra alguna, ni poder sepultar a ninguno de los suyos que muriera. Deseoso este rey de superar a los que habían antes reinado en Egipto, dejó como monumento una pirámide de ladrillo, en la cual está grabada en piedra una inscripción que dice así: No me desprecies comparándome con las pirámides de piedra; las sobrepaso tanto como Zeus a los demás dioses. Hundieron una pértiga en el lago, recogieron el barro pegado a la pértiga, hicieron con él ladrillos y de ese modo me levantaron”.
Heródoto sigue con su narración hablando sobre Anisis y como el rey etiope gobierna después del rey ciego: “Esto es cuanto hizo aquel rey. Después de él reinó un ciego de la ciudad de Anisis, llamado Anisis. En su reinado se lanzaron contra el Egipto con un numeroso ejército los etíopes con su rey Sábacos: el rey ciego huyó a los pantanos, y el etíope reinó cincuenta años en Egipto, durante los cuales procedió así: cuando algún egipcio cometía un delito, no quería matar a nadie, y condenaba a cada cual conforme a la gravedad del delito, ordenándoles levantar terraplenes junto a la ciudad de donde eran naturales. Y de este modo las ciudades quedaron todavía más altas; la primera vez, los terraplenes habían sido levantados por los que habían abierto los canales en tiempos"Euterpe.137
En el apartado ciento treinta y ocho, Heródoto nos habla del santuario de Hermes y su emplazamiento; “Su santuario es así: salvo por su entrada, en lo demás es una isla, porque vienen desde el Nilo dos canales que no se juntan sino corren separados hasta la entrada del santuario, rodeando uno por un lado y otro por otro; cada uno tiene cien pies de ancho, y árboles que les dan sombra. Sus pórticos son de diez brazas de alto, adornados con figuras de seis codos, dignas de nota. Se halla el santuario en el centro de la ciudad, y al recorrerla se lo ve desde todas partes, porque, levantada la ciudad con terraplén, y mantenido el templo como desde el principio se edificó, queda visible. Lo rodea un muro con figuras esculpidas; hay un bosque de árboles altísimos, plantados alrededor de un templo grande, dentro del cual está la estatua. El ancho y el largo del santuario en toda dirección, es de un estadio. Delante de la entrada corre un camino empedrado de tres estadios de largo; más o menos, y unos cuatro pletros de ancho, que a través de la plaza se dirige a Levante. A uno y otro lado del camino están plantados árboles que tocan el cielo; lleva al santuario de Hermes. Tal, pues, es este santuario”
En el apartado ciento treinta y nueve, Heródoto nos cuenta como se retira de Egipto el rey etíope debido a una visión que tiene:”Contaban que la retirada del etíope se realizó de este modo. Se dio a la fuga porque vio ensueños tal visión: pareció le que estaba a su lado un hombre que le aconsejaba reunir a todos los sacerdotes de Egipto y partirlos por el medio. Luego de tener esa visión, dijo que los dioses le presentaban ese pretexto para que cometiese alguna impiedad contra las cosas sagradas y recibiese algún mal de parte de los dioses o de los hombres; que él no lo haría y, puesto que se había cumplido el plazo profetizado a su imperio, se retiraría. En efecto, aliándose en Etiopia, los oráculos que consultan los etíopes habían predicho que reinaría cincuenta años en Egipto. Como había pasado ese tiempo y le turbaba la visión de su sueño, Sábacos se marchó voluntariamente del Egipto”•.
Pasamos al apartado número ciento cuarenta y aquí, Heródoto nos explica como el rey ciego vuelve al poder después de haber vivido en una isla.”Al irse el etíope de Egipto, tomó de nuevo el mando el rey ciego, llegado de los pantanos, donde vivió cincuenta años en una isla que había terraplenado con tierra y ceniza, pues siempre que venían a traerle víveres los egipcios, a hurto del etíope, según tenia ordenado, a cada cual les pedía que junto con el regalo le trajese ceniza. Nadie pudo hallar esta isla antes que Amirteo, y en más de setecientos años no fueron capaces de hallarla los reyes anteriores a Amirteo. El nombre de esta isla es Elbo, y su tamaño en toda dirección es de diez estadios”.
En el apartado ciento cuarenta y uno de EUTERPE, Heródoto nos narra como después del rey ciego, gobierna Sestos, su história y su visión: “Después de éste reinó el sacerdote de Hefesto, por nombre Setos. Este rey en nada contaba con la gente de armas de Egipto, y hacía poco caso de ellos, como si nunca hubiera de necesitarlos; y entre otros desaires que les infirió, les quitó las yugadas de tierra escogida, doce a cada soldado, que les hablan dado los reyes anteriores. Luego Sanacaribo, rey de los árabes y de los asirios, dirigió contra Egipto un gran ejército. y los guerreros del país no quisieron ayudarle. Viéndose el sacerdote en apuros, entró en el santuario y lamentó ante la imagen la desventura que estaba a punto de padecer. En medio de sus lamentos le tomó el sueño y le pareció, en su visión, que el dios estaba a su lado y le animaba, asegurándole que ningún mal le sucederla si hacia frente al ejército de los árabes, porque él mismo le enviaría auxiliares. Confiado en estos sueños, llevó consigo los egipcios que quisieron seguirle, y acampó en Pelusio, que es la entrada para Egipto; no le seguirá un solo hombre de la gente de armas, sino los mercaderes, artesanos y placeros. Después que llegaron los enemigos, a la noche se esparció por ellos una muchedumbre de ratones agrestes que comieron las aljabas, los arcos, y, finalmente, las agarraderas de los escudos; a tal punto que al día siguiente, al huir desarmados, cayeron en gran número. Y ahora se levanta en el santuario de Hefesto la estatua de piedra, de ese rey con un ratón en la mano, y una inscripción que dice: Mírame, y sé pío”.
En el apartado ciento cuarenta y dos, Heródoto habla sobre a información acerca de de los reyes y el origen de los reinos” Hasta esta altura de mi relato fueron mis informantes los egipcios a una con los sacerdotes; y me mostraban que desde el primer rey hasta este sacerdote de Hefesto que reinó último, habían pasado trescientas cuarenta y una generaciones humanas, y en ellas habían existido otros tantos grandes sacerdotes y reyes. Ahora bien: trescientas generaciones en línea masculina son cien mil años, porque tres generaciones en línea masculina son cien años; y las cuarenta y una que restan todavía, que se agregaban a las trescientas, componen mil trescientas cuarenta. Así, decían que en once mil trescientos cuarenta años ningún dios había aparecido en forma humana, y decían que, ni antes ni después, en los demás reyes que había tenido Egipto, se había visto cosa semejante. Durante ese tiempo, decían, el sol había partido cuatro veces de su lugar acostumbrado, saliendo dos veces desde el punto donde ahora se pone, y poniéndose dos veces en el punto de donde ahora sale, sin que por eso se hubiese alterado cosa alguna en Egipto, ni de las que nacen de la tierra, ni de las que nacen del río, ni en cuanto a enfermedades, ni en cuanto a muerte.”
En el apartado ciento cuarenta y tres, Heródoto nos comenta que que el historiador Hecateo trazó una genealogía enlazando la estirpe con un dios, según los sacerdotes: “Hallándose en Tebas, antes que yo, el historiador Hecateo, trazó su genealogía enlazando su estirpe con un dios en decimosexto grado. Y los sacerdotes de Zeus hicieron con él lo mismo que después conmigo, aunque yo no tracé mi genealogía. Me introdujeron en un gran templo y me enseñaron y contaron tantos colosos de madera como dije, porque cada gran sacerdote coloca allí su imagen en vida. Los sacerdotes, pues, me los contaban, y me mostraban que cada uno era hijo de su padre, reconociéndolas todas, desde la imagen del que había muerto último hasta que las mostraron todas. A Hecateo, que había trazado su genealogía enlazando su estirpe con un dios en decimosexto grado, le refutaron la genealogía, negándose a admitirle que de un dios naciera un hombre. Y le refutaron la genealogía de este modo: decían que cada uno de los colosos era un Piromis, hasta demostrarle que los trescientos cuarenta y cinco colosos, eran Piromis, hijo de Piromis sin enlazarlos con dios ni con héroe. Piromis en griego quiere decir hombre de bien”.
En el apartado ciento cuarenta y cuatro, Heródoto indica que los hombres representados en las estatuas habían sido hombres de bien y que eran los dioses quienes habían reinado en Egipto: “Así, pues, enseñaban que los representados por las estatuas habían sido hombres de bien, muy diferentes de dioses. Antes de estos hombres, los dioses eran quienes reinaban en el Egipto, morando entre los mortales, y teniendo siempre uno de ellos el poder. El último que reinó allí fue Horo, hijo de Osiris, a quien los griegos llaman Apolo; fue el último que reinó en Egipto después de haber depuesto a Tifón”.
En su apartado número ciento cuarenta y cinco, Heródoto nos habla de los dioses y cuenta los años entre existentes para establecer cronologías: “Entre los griegos son tenidos por los dioses más modernos Heracles, Dioniso y Pan; entre los egipcios Pan es antiquísimo, uno de los ocho llamados dioses primeros; Heracles es uno de la segunda dinastía, llamada de los doce dioses, y Dioniso, uno de la tercera dinastía, que nació de los doce dioses. Tengo arriba declarados los años que según los mismos egipcios corrieron desde Heracles hasta el rey Amasis; dícese que son más aun desde Pan y menos que todos desde Dioniso, aunque entre éste y el rey Amasis cuentan quince mil años; y los egipcios dicen que lo saben con certeza, pues siempre cuentan y anotan los años. Pero desde Dioniso, el que dicen nacido de Sémele, hija de Cadmo, hasta mí, hay mil años a lo sumo; y desde Heracles, el hijo de Alcmena, unos novecientos; y desde Pan, el de Penélope (pues los griegos dicen que de ella y de Hermes nació Pan), hasta mí hay menos que desde la guerra de Troya, unos ochocientos años"
En el apartado ciento cuarenta y seis, Heródoto nos sigue hablando sobre los dioses, curioso lo que expresa sobre Dioniso, el cual estaba cosido al muslo de Zeus, pero leamos lo que dice:”De esas dos opiniones cada cual puede adoptar aquella cuyas razones más le persuadan; mi parecer sobre ellas ya está declarado. Porque si Dioniso el de Sémele, y Pan, nacido de Penélope, se hubieran hecho célebres y hubieran envejecido en Grecia como Heracles, hijo de Anfitrión, podría decirse que éstos también fueron mortales y adoptaron el nombre de dioses que nacieron antes. Pero ahora dicen los griegos que a Dioniso, apenas nacido, lo cosió Zeus en su muslo, y lo llevó a Nisa que está en Etiopía, más allá de Egipto; y respecto de Pan, ni saben decir dónde paró después de nacer. Para mí, pues, es claro que los griegos oyeron el nombre de estos dioses, después que el de los demás y que datan su nacimiento desde la época en que lo oyeron.”
Y seguimos con la história según Heródoto, en el partado ciento cuarenta y siete, su autor nos narra lo que sucedió en Egipto, según la versión de otros pueblos y al mismo tiempo ofrece observaciones personales: “Todo lo anterior es lo que cuentan los mismos egipcios. Ahora referiré lo que sucedió en ese país, según dicen otros pueblos y lo confirman los egipcios; y también agregaré algo de mi observación. Viéndose libres los egipcios después del reinado del sacerdote de Hefesto (y como en ningún momento fueron capaces de vivir sin rey), dividieron todo el Egipto en doce partes, y establecieron doce reyes. Éstos, enlazados con casamientos, reinaban ateniéndose a las siguientes leyes: no destronarse unos a otros, no buscar de poseer uno más que otro, y ser muy fieles amigos. Se impusieron esas leyes que observaron rigurosamente porque al principio, apenas establecidos en el mando, un oráculo les anunció que sería rey de todo Egipto aquel de entre ellos que hiciese libaciones con una copa de bronce en el templo de Hefesto; pues, en efecto, se reunían en todos los templos.”
En el apartado ciento cuarenta y ocho, Heródoto nos cuenta la construcción de laberinto y nos habla de su estructura: “ Acordaron dejar un monumento en común, y así acordados, construyeron un laberinto, algo más allá del lago Meris, situado cerca de la ciudad llamada de los Cocodrilos. Yo lo vi, y en verdad es superior a toda ponderación. Si uno sumara los edificios y obras de arte de los griegos, las hallaría inferiores en trabajo y en costo a dicho laberinto, aunque es ciertamente digno de nota el templo de Efeso y el de Samo. Aun las pirámides eran sin duda superiores a toda ponderación, y cada una de ellas, digna de muchas grandes obras griegas, pero el laberinto sobrepasa a las pirámides. Tiene doce patios cubiertos, y con puertas enfrentadas, seis contiguas vueltas al Norte, y seis contiguas vueltas al Sur; por fuera las rodea un muro. Las estancias son dobles, unas subterráneas, otras levantadas sobre aquéllas, en número de tres mil, mil quinientas de cada especie. Las estancias levantadas sobre el suelo las hemos visto y recorrido nosotros mismos, y hablamos de ellas después de haberlas contemplado; las subterráneas las conocemos de oídas, porque los egipcios encargados de ellas, de ningún modo querían enseñármelas, diciendo que se hallaban allí los sepulcros de los reyes que primero edificaron ese laberinto, y los de los cocodrilos sagrados. Así, de las estancias subterráneas hablamos de oídas; las de arriba, superiores a toda obra humana, las vimos con nuestros propios ojos. Los pasajes entre las salas y los rodeos entre los patios, llenos de artificio, proporcionaban infinita maravilla al pasar de un patio a las estancias y de las estancias a otros patios. El techo de todo esto es de piedra, como las paredes, y las paredes están llenas de figuras grabadas. Cada patio está rodeado de columnas de piedra blanca, perfectamente ajustada. Al ángulo donde acaba el laberinto está adosada una pirámide de cuarenta brazas, en la cual están grabadas grandes figuras; el camino que lleva a ella está abierto bajo tierra”.
En el apartado ciento cuarenta y nueve , Heródoto nos habla del lago Meris con las dos pirámides : “Mas, aunque sea tal ese laberinto, causa todavía mayor admiración el lago llamado Meris, cerca del cual está edificado ese laberinto. Su contorno es de tres mil seiscientos estadios, que son sesenta esquenos, igual que la costa de Egipto mismo; corre a lo largo de Norte a Sur, y tiene cincuenta brazas de hondura donde más hondo es. Por si mismo muestra que está excavado artificialmente. En el centro, más o menos, se levantan dos pirámides, cada una de las cuales sobresale cincuenta brazas del agua, y debajo del agua tienen construido otro tanto; y encima de cada una se halla un coloso de piedra sentado en su trono. Así, las pirámides tienen cien brazas, y las cien brazas son justamente un estadio de seis pletros, midiendo la braza seis pies o cuatro codos, pues el pie tiene cuatro palmos y el codo, seis. El agua del lago no nace allí mismo (porque esta comarca es notablemente árida) sino que ha sido conducida por un canal desde el Nilo; durante seis meses corre adentro, hacia el lago, y durante seis meses corre afuera, hacia el Nilo. Y cuando corre afuera, en los seis meses reporta al fisco un talento de plata cada día por los pescados, y cuando el agua corre hacia el lago, reporta veinte minas”.
En el apartado ciento cincuenta, Heródoto nos sigue hablando del lago y de la excavación de una mina por unos ladrones que arrojaban al río la tierra de la excavación: “Decían los naturales que este lago desemboca subterráneamente en la Sirte de Libia, dirigiéndose tierra adentro hacia Poniente, a lo largo de la montaña que está más allá de Menfis. Como no veía yo en parte alguna la tierra proveniente de tal excavación, y ello me preocupaba, pregunté a los que moraban más cerca del lago dónde estaba la tierra extraída. Ellos me explicaron adónde había sido llevada y me persuadieron fácilmente. Porque había oído contar que en Nínive, ciudad de los asirios, había sucedido otro tanto. Unos ladrones tuvieron la idea de llevarse los grandes tesoros de Sardanapalo, hijo de Nino, que estaban guardados en depósitos. Medida la distancia, comenzaron desde su casa a cavar una mina hacia el palacio; y cuando venía la noche echaban al río Tigris, que corre a lo largo de Nínive, la tierra que extraían de la mina, hasta realizar lo que se proponían. Otro tanto oí que sucedió en la excavación del lago de Egipto, sólo que no lo hacían de noche sino de día; la tierra que iban extrayendo los egipcios la llevaban al Nilo, el cual, recibiéndola no podía menos de esparcirla. Así, pues, cuentan que se excavó este lago”.
En el apartado número ciento cincuenta y uno, Heródoto nos habla de los 12 reyes justicieros y la profecióa, leamos lo que nos dice: “Cierta vez que los doce reyes justicieros sacrificaban en el santuario de Hefesto, y se preparaban a hacer las libaciones el último día de la fiesta, el gran sacerdote les trajo las copas de oro en que solían hacer libación, pero se equivocó en el número y trajo once, siendo ellos doce. Entonces Psamético, el que de ellos estaba último, como no tenía copa, se quitó el yelmo de bronce, lo tendió e hizo con él su libación. Todos los otros reyes llevaban yelmo y lo tenían en aquel instante. Psamético había tendido su yelmo sin ninguna mala fe; pero los reyes, considerando su acción, y la profecía que se les había predicho (según la cual aquel de entre ellos que libase con copa de bronce sería único rey de Egipto) en memoria del oráculo no creyeron justo matar a Psamético, hallando al interrogarle que no había obrado con ninguna premeditación, pero acordaron confinarle en los pantanos, despojándole de casi todo su poder, con orden de no salir de ellos ni estar en relación con el resto del Egipto”.

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