viernes, 25 de noviembre de 2011

La historia de Egipto según Heródoto VI

Heródoto, en el apartado noveno de Talía, nos habla del árabe esperando al ejercito de Cambises y del río Coría y el rey de los árabes: "Así, pues, luego que el árabe empeñó su fe a los enviados de Cambises, discurrió lo que sigue: llenó de agua odres de cuero de camellos, y cargó con ellos a todos sus camellos; tras esto, avanzó al desierto Y aguardó allí al ejército de Cambises. Ésta es la más verosímil de las relaciones, pero preciso es contar también la menos verosímil, ya que al fin corre. Hay en la Arabia un gran río, por nombre Coría, que desemboca en el mar Eritreo. Cuéntase, pues, que el rey de los árabes, formó un caño cosiendo cueros de bueyes y de otros animales, de tal largo que desde ese río llegaba al desierto, que por ese medio trajo el agua, y en el desierto cavó grandes cisternas para que recibieran y guardaran el agua. Hay camino de doce jornadas desde el río hasta el desierto y dicen que el árabe condujo el agua por tres caños a tres parajes distintos."
Seguimos con Talía, en el apartado décimo, Heródoto nos habla del hijo de Amasis y del hecho asombroso de la lluvia en Tebas: “En la boca del Nilo llamada Pelusia acampaba Psaménito, hijo de Amasis, en espera de Cambises. Porque cuando Cambises marchó contra Egipto, no encontró vivo a Amasis; después de reinar cuarenta y cuatro dos, murió Amasis sin que le sucediera en ellos ningún gran desastre. Muerto y embalsamado, fue sepultado en la sepultura del santuario que él mismo se había hecho fabricar. Reinando en Egipto Psaménito, hijo de Amasis, sucedió un portento, el mayor del mundo para los egipcios, pues llovió en Tebas, donde jamás había llovido antes ni después, hasta nuestros días, según los mismos tebanos aseguran. Pues en verdad no llueve en absoluto en el alto Egipto, y aun entonces sólo lloviznó en Tebas.”
En el apartado onceavo de Talía, Heródoto nos cuenta como el ejercito de los persas toma posiciones para luchar y del asesinato de los hijos de Fanes y de cómo después de recoger la sangre de los niños, la mezclan con agua y la beben: “Los Persas, una vez atravesado el desierto, plantaron sus reales cerca de los egipcios para venir a las manos con ellos. Allí los auxiliares del egipcio, que eran griegos y carios, irritados contra Fanes porque había traído contra Egipto un ejército de lengua extraña, tramaron contra él semejante venganza: tenía Fanes hijos que había dejado en Egipto; los condujeron al campamento, a la vista de su padre, colocaron en medio de entrambos reales un cántaro y trayendo uno a uno los niños los degollaron sobre él. Cuando acabaron con todos los niños, echaron en el cántaro vino y agua, y habiendo bebido de la sangre, todos los auxiliares vinieron a las manos. La batalla fue reñida: gran número cayó de una y otra parte, hasta que los egipcios volvieron la espalda.”
En el apartado doceavo de Talía, Heródoto nos haba de su asombroso descubrimiento sobre los cráneos: “Instruido por los egipcios, observé una gran maravilla. Los huesos de los que cayeron en esta batalla están en montones, aparte unos de otros (pues los huesos de los persas están aparte, tal como fueron apartados en un comienzo, y en el otro lado están los de los egipcios). Los cráneos de los persas son tan endebles que si quieres tirarles un guijarro, los pasarás de parte a parte; pero los de los egipcios son tan recios que golpeándolos con una piedra apenas podrás romperlos. Daban de esto la siguiente causa, y me persuadieron fácilmente: que, desde muy niños, los egipcios se rapan la cabeza, con lo cual el hueso se espesa al sol. Y esto mismo es la causa de que no sean calvos, ya que en Egipto se ven menos calvos que en ninguna parte; y ésta es la causa también de tener recio el cráneo. En cambio la causa de tener los persas endebles el cráneo el ésta: porque desde un comienzo lo tienen a la sombra, cubierto con el bonete de fieltro llamado tiara. Tal es lo que observé, e idéntica observación hice en Papremis, a propósito de los que, junto con Aquémenes, hijo de Darío, perecieron a manos de Inaro el libio.”
Heródoto, en el apartado treceavo de Talía, nos sigue contando la batalla. “Los egipcios que volvieron la espalda en la batalla, huyeron en desorden. Acorralados en Menfis, Cambises envió río arriba una nave de Mitilena que llevaba un heraldo persa para invitarlos a un acuerdo. Pero ellos apenas vieron que la nave entraba en Menfis, salieron en tropel de la plaza, destruyeron la nave, despedazaron a los hombres, y trajeron los miembros destrozados a la plaza. Después de esto, sufrieron sitio y se entregaron al cabo de un tiempo. Pero los libios comarcanos, temerosos de lo que había sucedido en Egipto, se entregaron sin combate a los persas, imponiéndose tributo y enviando regalos a Cambises. Los de Cirene y de Barca, con igual temor que los libios, hicieron otro tanto. Cambises recibió benévolamente los dones de los libios; pero se enfadó con los que habían llegado de Cirene, porque, a mi parecer, eran mezquinos. En efecto, los cireneos le enviaron quinientas minas de plata, las que cogió y desparramó entre las tropas por su misma mano.”
En el apartado catorceavo de Talía, Heródoto nos cuenta como Cambises prueba a Psaménito, haciendo pasar a la hija de este último junto con otras hijas de los varones principales, y como Psaménito ni se inmutó ante esto, pero si reaccionó al ver a un anciano despojado de todos sus bienes: “Al décimo día de rendida la plaza de Menfis, Cambises hizo sentar en el arrabal, para afrentarle, a Psaménito, rey de Egipto, que había reinado seis meses; le hizo sentar con otros egipcios; y probó su ánimo del siguiente modo. Vistió a su hija con ropa de esclava y la envió con su cántaro por agua; y envió con ella, otras doncellas, escogidas entre las hijas de los varones principales, ataviadas de igual modo que la hija del rey. Cuando pasaron las doncellas, con grito y lloro delante de sus padres, todos los demás gritaron y lloraron también al ver maltratadas sus hijas; pero, Psaménito divisó a su hija, la reconoció y fijó los ojos en tierra. Después que pasaron las aguadoras, Cambises le envió su hijo con otros dos mil egipcios de la misma edad, con dogal al cuello y mordaza en la boca. Iban a expiar la muerte de los mitileneos que en Menfis habían perecido en su nave, pues los jueces regios habían sentenciado así, que por cada uno murieran diez egipcios principales. Psaménito, viéndolos pasar y sabiendo que su hijo era llevado a la muerte, mientras los egipcios sentados a su alrededor lloraban y hacían gran duelo, hizo lo mismo que con la hija. Después que pasaron también los condenados, sucedió que uno de sus comensales, hombre de edad avanzada, despojado de todos sus bienes y que no poseía nada sino lo que puede tener un mendigo, pedía limosna al ejército, y pasó junto a Psaménito, hijo de Amasis, y junto a los egipcios sentados en el arrabal. Así que le vió Psaménito, prorrumpió en gran llanto, y llamando por su nombre al amigo, empezó a darse de puñadas en la cabeza. Había allí guardias que daban cuenta a Cambises de cuanto hacía Psaménito ante cada procesión. Admirado Cambises de sus actos, le envió un mensajero y le interrogó en estos términos: Psaménito, pregunta Cambises, tu señor, por qué al ver maltratada tu hija, y marchando a la muerte tu hijo no clamaste ni lloraste, y concediste este honor al mendigo, quien, según se le ha informado, en nada te atañe. Así preguntó éste y del siguiente modo respondió aquél: Hijo de Ciro, mis males domésticos eran demasiado grandes para llorarlos, pero la desgracia de mi compañero es digna de llanto, pues cayó de gran riqueza en indigencia al llegar al umbral de la vejez. Llevada esta respuesta por el mensajero, la tuvieron por discreta; y, según dicen los egipcios, lloró Creso (que también había seguido a Cambises en la expedición contra Egipto), y lloraron los persas que se hallaban presentes: y el mismo Cambises se enterneció y al punto dio orden de que salvasen al hijo de entre los condenados a muerte, que retirasen a Psaménito del arrabal y le trajesen a su presencia.”
En el apartado número 15 de Talía, Heródoto nos cuenta como Psaménito llega a la presencia de Cambises, y como tras intentarsublevar a los egipcios, muere bebiendo sangre de un toro: “Los que fueron en su busca no hallaron ya vivo al hijo, que había sido decapitado el primero. A Psaménito lo retiraron y condujeron ante Cambises: allí vivió en adelante sin sufrir ninguna violencia. Y si hubiera sabido quedarse tranquilo hubiera recobrado el Egipto para ser su gobernador; pues acostumbran los persas conceder honores a los hijos de los reyes, y aunque éstos se les hayan sublevado, devuelven no obstante el mando a los hijos. Por otros muchos puede probarse que así acostumbran a proceder, y entre ellos por Taniras, hijo de Inaro el libio, el cual recobró el dominio que había tenido su padre; y por Pausiris, hijo de Amirteo; pues también él recobró el dominio de su padre, aun cuando nadie todavía haya causado a los persas mayores males que Inaro y Amirteo. Pero, no dejando Psaménito de maquinar maldades, recibió su pago; pues fue convicto de querer sublevar a los egipcios y, cuando se enteró de ello Cambises, Psaménito bebió sangre de un toro y murió en el acto. Así terminó este rey.”
En el apartado número 16 de Talía, Heródoto nos cuenta como Cambises saca el cadáver de Amasis y le ultraja y después ordena que le quemen.”Cambises llegó de Menfis a Sais con ánimo de hacer lo que en efecto hizo. Apenas entró en el palacio de Amasis, mandó sacar su cadáver de la sepultura; cuando se cumplió esta orden, mandó azotar el cadáver, arrancarle las barbas y los cabellos, punzarle y ultrajarle en toda forma. Cansados de ejecutar el mandato (pues como el cadáver estaba embalsamado, se mantenía sin deshacerse) Cambises ordenó quemarlo; orden impía porque los persas creen que el fuego es un dios. En efecto, ninguno de los dos pueblos acostumbra quemar sus cadáveres; los persas por la razón indicada, pues dicen que no es justo ofrecer a un dios el cadáver de un hombre; los egipcios, por estimar que el fuego es una fiera animada que devora cuanto coge y, harta de comer, muere juntamente con lo que devora; por eso no acostumbran en absoluto echar los cadáveres a las fieras, y los embalsaman a fin de impedir que, cuando estén enterrados, los coman los gusanos. Así, la orden de Cambises era contraria a las costumbres de ambos pueblos. Según dicen los egipcios, empero, no fue Amasis quien tal padeció, sino otro egipcio que tenía la misma estatura que Amasis, a quien ultrajaron los persas creyendo ultrajar a Amasis. Pues cuentan que enterado Amasis merced a un oráculo de lo que había de sucederle después de muerto, y tratando de remediar lo que le aguardaba, sepultó a aquel muerto, que fue azotado, dentro de su cámara funeraria y ordenó a su hijo que le colocase en el rincón más retirado de la cámara. Pero en verdad, estos encargos de Amasis sobre su sepultura y sobre el otro hombre me parece que nunca se hicieron, y que sin fundamento los egipcios hermosean el caso”.
En el apartado diecisieteavo de Talía, Heródoto nos habla de las expediciones proyectadas por Cambises: “Después de esto, Cambises proyectó tres expediciones: contra los cartagineses, contra los ammonios y contra los etíopes de larga vida, que moran en Libia, junto al mar del Sur. Tomó acuerdo y decidió enviar contra los cartagineses su armada, contra los amonios parte escogida de su tropa, y contra los etíopes, primeramente unos exploradores que, so pretexto de llevar regalos a su rey, viesen si existía de veras la mesa del Sol que se decía existir entre los etíopes, y observasen asimismo todo lo demás”.
A continuación, en el párrafo número 18 de Talía, Heródoto nos habla de la mesa del sol: “Dícese que la mesa del Sol es así: hay en el arrabal un prado lleno de carne cocida de toda suerte de cuadrúpedos; de noche, los ciudadanos que tienen un cargo público, se esmeran en colocar allí la carne, y de día viene a comer el que quiere; los del país pretenden que la tierra misma produce cada vez los manjares. Dícese que tal es la llamada mesa del Sol.”
En el párrafo diecinueveavo, Heródoto nos cuenta como Cambises da orden para ir a Cartago y después todo lo que acontece:” Cambises, no bien decidió enviar exploradores, hizo venir de la ciudad de Elefantina aquellos ictiófagos que sabían la lengua etiópica. Y en tanto que los buscaban, dio orden a su armada de hacerse a la vela para Cartago. Los fenicios se negaron a ello, por estar ligados, según decían, por grandes juras y por ser acción impía llevar la guerra contra sus propios hijos. Rehusando los fenicios, los restantes no estaban en condiciones de combate. Así escaparon los cartagineses de la esclavitud persa, ya que no consideró justo Cambises forzar a los fenicios, porque se habían entregado a los persas de suyo y porque toda la armada dependía de los fenicios. También los chipriotas se habían entregado de suyo a los persas y tomaban parte en la expedición contra el Egipto.”
En el párrafo número 20, de Talía, Heródoto nos cuenta como los ictiófagos se presentan ante Cambises y describe a los etíopes: “Luego que los ictiófagos llegaron a Elefantina a presencia de Cambises, les envió éste a Etiopía, encargándoles lo que debían decir, y confiándoles regalos: una ropa de púrpura, un collar de oro trenzado, unos brazaletes, un vaso de alabastro lleno de ungüento, y un tonel de vino fenicio. Los etíopes a quienes les enviaba Cambises son, según cuentan, los más altos y hermosos de todos los hombres. Dícese que entre otras leyes por las que se apartan de los demás hombres, observan en especial ésta que mira a la realeza: consideran digno de reinar a aquel de los ciudadanos que juzgan ser más alto y tener fuerza conforme a su talla.”
En el párrafo veintiuno de Talía, Heródoto recibe los regalos y les indica a los ictiófagos que son espias: “ Cuando los ictiófagos llegaron a ese pueblo, al presentar los regalos al rey, dijeron así: Cambises, rey de los persas, deseoso de ser tu amigo y huésped, nos envió con orden de entablar relación contigo, y te da estos regalos que son aquellos cuyo uso más le complace. El etíope, advirtiendo que venían como espías, les dijo: Ni el rey de los persas os envió con regalos porque tenga en mucho ser mi huésped, ni vosotros decís la verdad ya que pues venís por espías de mi reino, ni es aquél varón justo; que si lo fuera, no desearía más país que el suyo, ni reduciría a servidumbre a hombres que en nada le han ofendido. Ahora, pues, entregadle este arco y decidle estas palabras: El rey de los etíopes aconseja al rey de los persas que cuando los persas tiendan arcos de este tamaño con tanta facilidad como yo, marche entonces con tropas superiores en número contra los etíopes de larga vida; hasta ese momento, dé gracias a los dioses porque no inspiran a los hijos de los etíopes el deseo de agregar otra tierra a la propia.”
En el párrafo veintidós, de Talía, Heródoto nos sigue hablando de los regalos de los enviados: “ Así dijo, y aflojando el arco lo entregó a los enviados. Tomó después la ropa de púrpura y preguntó qué era y cómo estaba hecha; y cuando los ictiófagos le dijeron la verdad acerca de la púrpura y su tinte, él les replicó que eran hombres engañosos y engañosas sus ropas. Segunda vez preguntó por las joyas de oro, el collar trenzado y los brazaletes; y como los ictiófagos le explicaran cómo adornarse con ellos, se echó a reír el rey, y pensando que eran grillos, dijo que entre los suyos había grillos más fuertes que ésos. Tercera vez preguntó por el ungüento; y luego que le hablaron de su confección y empleo, dijo la misma palabra que había dicho sobre la ropa de púrpura. Pero cuando llegó al vino, y se enteró de su confección, regocijado con la bebida, preguntó de qué se alimentaba el rey y cuál era el más largo tiempo que vivía un persa. Ellos respondieron que el rey se alimentaba de pan, explicándole qué cosa era el trigo; y que el término más largo de la vida de un hombre era ochenta años. A lo cual repuso el etíope que no se extrañaba de que hombres alimentados de estiércol vivieran pocos años y que ni aun podrían vivir tan corto tiempo si no se repusieran con su bebida (e indicaba a los ictiófagos el vino); en ello les hacían ventaja los persas.”
Y seguimos con la narración de Heródoto, Talía: 24, donde nos habla sobre las preguntas hechas al rey sobre las condiciones de vida de los etíopes: “Los ictiófagos preguntaron a su vez al rey sobre la duración y régimen de vida de los etíopes; y él les respondió que los más de ellos llegaban a los ciento veinte años, y algunos aun pasaban de este término; la carne cocida era su alimento y la leche su bebida. Y como los exploradores se maravillaban del número de años, los condujo -según cuentan- a una fuente tal que quienes se bañaban en ella salían más relucientes, como si fuese de aceite, y que exhalaba aroma como de violetas. Decían los exploradores que el agua de esta fuente era tan sutil que nada podía sobrenadar en ella, ni madera, ni nada de lo que es más liviano que la madera, sino que todo se iba al fondo. Y si en verdad tienen esa agua y es cual dicen, quizá por ella, usándola siempre, gocen de larga vida. Dejaron la fuente, y los llevó a la cárcel donde todos los prisioneros estaban atados con grillos de oro, pues entre los etíopes el bronce es lo más raro y apreciado. Después de contemplar la cárcel, contemplaron asimismo la llamada mesa del Sol.”
Sigamos con el libro de Heródoto, Talía y en el parrafo veinticinco nos cuenta como Cambises al recibir a los exploradores se enfada y decide marchar a Etiopía con su ejercito: “ Después de contemplarlo todo, los exploradores se volvieron. Cuando dieron cuenta de su embajada, Cambises, lleno de enojo marchó inmediatamente contra Etiopía, sin ordenar provisión alguna de víveres ni pensar que iba a llevar sus armas al extremo de la tierra; como loco que era y sin juicio, así que oyó a los ictiófagos, partió a la guerra, dando orden a los griegos que formaban parte de su ejército de aguardarle, y llevando consigo toda su tropa de tierra. Cuando en su marcha llegó a Tebas, escogió del ejército unos cincuenta hombres, les encargó que redujeran a esclavitud a los ammonios y prendiesen fuego al oráculo de Zeus; y él al frente del resto del ejército, se dirigió hacia los etíopes. Antes que el ejército hubiese andado la quinta parte del camino, ya se habían acabado todos los víveres que tenía, y después de los víveres se acabaron las acémilas que devoraban. Si al ver esto hubiese Cambises desistido y llevado de vuelta su ejército, se hubiera mostrado sabio después de su error del principio; pero, sin parar mientes en nada, marchaba siempre adelante. Los soldados, mientras podían sacar algo de la tierra, se mantenían con hierbas, pero cuando llegaron al arenal, algunos de ellos cometieron una acción terrible: de cada diez sortearon uno y le devoraron. Informado Cambises de lo que sucedía, y temeroso de que se devoraran unos a otros, dejó la expedición contra los etíopes, emprendió la vuelta y llegó a Tebas con gran pérdida de su ejército. De Tebas bajó a Menfis y licenció a los griegos, para que se embarcaran.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario